lunes, 8 de abril de 2024

Paseo por la historia de la iglesia de La Antigua de Fuerteventura

 La Iglesia de  La Antigua, apuntes sobre su historia, 1565-1800.


El pueblo de Antigua, en Fuerteventura, ofrece al visitante una incipiente traza de urbanismo que, desde la plaza de la iglesia, se ha ido extendiendo hacia el naciente, cruzando la calle Real, hoy carretera Puerto del Rosario-Gran Tarajal, embellecido con nuevas construcciones que, por sus características, son únicas en la isla. Primitivamente fue un rosario de casas que se asentaban junto al barranco, mirando a ese rico palmeral que le añade un singular encanto. La riqueza de su comarca atrajo hacia sí a un creciente número de vecinos del que surgió un grupo que progresaba y que haría frente a Betancuria por conseguir un beneficio y parroquia que atendiera espiritualmente toda esta amplia zona que se extendía desde las estribaciones del macizo de la Villa hasta los confines de la Costa Ganadera y desde el Hospinal de Arriba hasta los malpaíses del Volcán de Gairía.

Iglesia de Nuestra Señora de Antigua. Foto Paco Cerdeña 1982

La amplia iglesia que hoy tiene este pueblo, de nave única y aireado campanario, no es más que el resultado de la evolución de una primitiva ermita, fundada a principios del siglo XVI, y de la cual las más antiguas noticias  consultadas datan de 1550-1565; se encontraba aislada, en la parte más batida por el viento, ya que el resto de las casas del lugar se asentaron sobre las márgenes del barranco, al sur del camino que viene de la Villa de Santa María de Betancuria. De las circunstancias que rodearon su erección nada sabemos [por ahora], lo que sí nos manifiesta el Licenciado Álvaro Gil de Acevedo en su visita de 1684, es el hecho de la aparición de la Virgen que tuvo lugar en un espino sito en las inmediaciones de lo que hoy es plaza ajardinada; el dicho espino, que fue rodeado de una alta y gruesa pared, aún permanecía cercado al tiempo de su visita, “para que dé memoria de que en dicha parte y espino fue aparecida Nuestra Señora”. Pero el recuerdo sucumbió en la centuria décimo octava, en medio del pleito por la Parroquia.
Para dar idea de la evolución de este templo hemos recogido algunas noticias de su fábrica, distribuidas en los tres siglos que acotan temporalmente nuestro trabajo, haciendo, al final, unas anotaciones referentes a su dotación económica, reflejo de la riqueza de aquella comarca.

El siglo XVI, primera versión del templo.

Con algunas obras de mantenimiento, la ermita que vemos durante la segunda mitad del siglo XVI, mantenía su original traza: de gran sencillez, se componía de capilla mayor y corto cuerpo, embrión de nave o iglesia, frente a la cual había un pequeño calvario con cruz de palo; uno y otro cuerpo se separaban mediante un arco que daba acceso al altar mayor, aislado por una reja de madera de tea; dicho arco se contrarrestó exteriormente con la “casilla del ermitaño” y con, al menos, un estribo que llegaba hasta el nivel de la nave, estribo que será sustituido en 1596 por un “pie derecho” para “impedir que sirva de subidero al tejado”. Por último, los poyos que hoy vemos al exterior de todas nuestras ermitas, se construyeron entonces en su interior, para con sus “braceletes de palo” servir de asientos.
En cuanto a los materiales empleados en las obras hay que reseñar su diversa procedencia: la piedra de mampuesto se extraía de una “laderilla riscosa” situada frente a la ermita, en el barranco; los cantos para los arcos y portada procedieron de Ajuy, habiendo constancia de que tuvo labrada una portada desde 1567, y que por la falta de oficiales no se asentó en ella hasta las primeras décadas del siglo XVII en que comenzó la reconstrucción de todo el núcleo histórico de la isla; la cal se quemaba “in situ”, siendo para su uso, mezclada con arena procedente del Puerto de Caleta de Fustes. La madera y la teja fueron traídas desde Garachico, en Tenerife, haciendo constancia de varias partidas procedentes de aquel lugar.
Por desgracia no hemos podido desvelar nombres de canteros o carpinteros que intervinieran en esta primera fábrica. Sí hemos de anotar, en cambio, que las referencias dadas por los visitadores para estas fechas, hablan de la escasez y mala calidad de los maestros canteros que hay en la isla. Aunque es arriesgado hablar de estilos en tan toscas construcciones, muy posiblemente se siguieron los cánones góticos fosilizados en la Villa de Betancuria desde la época normanda.

El siglo XVII, segunda versión del templo.

Con el nuevo siglo se plantea la necesidad de una ampliación en la ermita, el crecimiento de la población así lo exigía, y en tal sentido lo manda el licenciado visitador don Nicolás Martínez de Tejada en su visita de 24 de febrero de 1600.
Por entonces se iniciaba la reconstrucción de la Villa de Betancuria, arrasada por los piratas berberiscos en 1593, lo que atrajo a la isla a maestros de obras y canteros de fama en el archipiélago; artífices que si bien fueron traídos para la reconstrucción de la Matriz, también fueron requeridos para obras en otras ermitas de la isla, de reforma unas, de nueva fábrica otras. Luís Váez (o Báez), maestro mayor de obras, presente en Betancuria, según la doctora Carmen Fraga González entre 1580 y 1601, contrajo una obligación de obras para la ermita de Antigua en 25 de junio de 1603, ante el escribano Blas Dumpiérrez Candelaria. Más adelante, entre 1625 y 1629, aparece en dicha obra el cantero Diego Vaes (o Báez), que también trabajara, entre 1596 y 1600 en la ermita de la Mártir Santa Catalina, en Betancuria.
Dando cumplimiento a lo ordenado por Martínez de Tejada, las obras a realizar en el lugar de Antigua consistieron en el alargamiento de la ermita en “veinte pies poco más o menos, por la parte de la puerta de la dicha ermita y se haga la puerta de cantería con su arco, y por la parte del sur haga una puerta”; para su ejecución se interesa en 1603 la colaboración del maestro mayor de cantería Luís Báez, del que no sabemos si llegó a intervenir en las obras, pues no se le vuelve a citar a partir de esta fecha. En 1615 el obispo Antonio Corrionero añade al proyecto de construcción una sacristía en el lado de la epístola, ordenando asimismo que se arrasaran las viejas techumbres y se terminaran los dos arcos “que son el que está empezado en el cuerpo de la ermita y en la puerta principal, pues falta muy poco”.
Entre 1625 y 1629 trabaja en dichas obras el cantero Diego Báez, construyendo el arco de la capilla mayor, que contrarresta exteriormente con la sacristía, en el lado sur y un estribo al norte. En esas mismas fechas se levantaba la tapia o barbacana que rodeó la ermita.
Entre 1641 y 1643 se cubrió la ermita con las maderas traídas de Tenerife, y en los trabajos interviene el oficial de carpintería Miguel Hernández, siendo entonces cuando se levanta el campanario, a modo de sencilla espadaña, y se echa la torta al maderamen que se cubrirá de tejas entre 1660 y 1661. A partir de estos años, y hasta 1664, se enladrilla parcialmente la ermita con una primera remesa de 1.300 piezas, traídas en camellos desde la Villa.
Don Antonio Correa de Vasconcelos, en su visita de 29 de septiembre de 1669, considerando terminada la obra esencial de la ermita, “daba y dio licencia para que de hoy en adelante se prosiga diciendo misa en ella”. Quedaba no obstante por acabar el enlajado del patio [espacio delimitado por el muro de la barbacana y las paredes del templo] (1678), la casa del ermitaño y el cerco del espino donde “según dicen todos los viejos fue aparecida la Virgen”.
La estampa de esta segunda ermita era pues muy similar a la que hoy vemos en la pago de El Time (salvo que ésta no tiene barbacana): nave única, con capilla mayor diferenciada y separada de la iglesia por un arco de medio punto, contrarrestado por una sacristía en el lado sur y un estribo al norte, dos puertas, la principal y la de la epístola, campanario en sencilla espadaña, rematando su fachada. Barbacana alrededor de la ermita, conteniendo asimismo la casa del ermitaño y cerco del espino de la aparición.

El siglo XVIII. Tercera versión del templo: el empujón por la parroquia.

Durante este siglo el pueblo siguió en auge, la productividad aumenta y se experimenta un considerable aumento de su población frente al continuo despoblamiento de Betancuria, originándose en esta centuria una “tensión entre ambas que dará lugar a una batalla entre el grupo minoritario de personas importantes con mentalidad tradicional y conservadora, acaparadores de los puestos superiores de la administración, la milicia, y justicia, que se abroquelan en la capitalidad de la Villa donde residían, frente a un nuevo sector, dentro de la pobreza general de la isla, que progresaba y había adquirido conciencia de su importancia”, el de Antigua. La lucha se centra, por parte de los antiqueños, en el desmembramiento de los dos beneficios que detentaba la Villa desde 1533, tratando de hacer residir a uno de ellos en Antigua. Un conflicto que iniciado desde 1783, no finalizaría hasta 1792, con una reestructuración de jurisdicciones parroquiales llevada a cabo por el obispo Martínez de la Plaza y reformado por Tavira, según el cual se erigía en beneficio y parroquia a la iglesia de Antigua, juntamente con las de Casillas del Ángel y Tuineje.
El rango apetecido por los vecinos para su iglesia justificó el esfuerzo en hacer un templo digno y capaz, dotándolo de bella cantería roja de Montaña Bermeja. Desde 1757, y según se desprende de la visita del licenciado don Juan Domínguez Izquierdo, ya estaba “concluida de paredes la nueva fábrica”, iglesia que por la grandeza y suntuosidad de sus volúmenes, enorgullecía a la población, anotando el prelado ser “muy capaz y de la más decente fábrica de las que hay en la isla”.
Las obras, de las que apenas hemos podido recoger noticia, se concluían alboreando el siglo XIX, con la colocación de losas y vidrios. En la última década de la centuria anterior se construía el sagrario, posiblemente siguiendo el plan de la mayordomía trazado desde mayo de 1784, el retablo del altar mayor, en caliza, cuyo costo de hechura ascendió a “7.945 reales y 17 maravedíes, más 4.184 reales y 18 maravedíes y medio del oro, que fueron 45 libras, y jornales del pintor en dorar el sagrario, urna, nicho de Nuestra Señora, pintar el retablo, camarín, andas y trono”, obras estas últimas en las que pudo intervenir el oficial Domingo Romero Medina, “tallista de lo mejor de Tenerife” que por entonces trabajaba en la Villa de Santa María de Betancuria, y que nos consta, hizo por tales fechas el retablo de San Roque, en su ermita de Casillas de Morales.
El retablo de San José de este nuevo templo de Antigua, se levantaría en 1832, con maderas traídas de las ermitas de Las Pocetas y Agua de Bueyes, y se erigió siguiendo el testamento de doña Ángela de Armas, otorgado en dos de enero de 1767, y cuyo patronato aprobó el obispo Servera, ordenado al patrono que fuere que “concluida que sea la ermita se construya el altar referido y en él coloque la imagen de San José que está en la ermita vieja, o el cuadro que en el testamento se enuncia”.
La iglesia estaba concluida, la grandeza de su arquitectura ennobleció a un pueblo que celebraba su recién nacida parroquia más tarde sede arciprestal de la isla. Lástima que no llegaran hasta nosotros la inmensa cantidad de cuadros e imágenes con que contó la antigua ermita en su segunda versión, hasta 1750 (El de los Reyes Magos, Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, el Rey don Fernando, Adán y Eva…) que enriquecerían sobremanera el patrimonio de un pueblo de tan singular belleza como es el que nos ocupa, en el mismo centro de Fuerteventura.

La dotación económica de la mayordomía.

Durante estos siglos los más importantes ingresos de la mayordomía proceden de los bienes raíces, numerosos sitios, en 1720 se contaron 18 en la Vega de Antigua, junto a algunas fanegadas de tierras de pan sembrar en el Lomo Vicente, Cañadas y El Obispo, dadas a tributo perpetuo. Los ganados de la ermita, marcados con “dos cuchilladas en la una oreja por detrás y en la otra un teberite junto al casco”, constituyeron otra importante fuente de ingresos desde los primeros momentos: en 1565 llegó a contar con 400 ovejas de “trasquila”, más las crías del año, y 200 cabras entre salvajes y mansas, asimismo con algunas reses mayores de labor. Tan grandes rebaños se soltaban en La Torre, Malpaís de Goma y Pozo Negro, donde periódicamente se efectuaban las apañadas cerrándose las fuentes para marcar las nuevas crías, y sacándose los ganados de “sises” que eran vendidos o sacrificados.
Las cantidades obtenidas de las ventas de lana, carne, cueros, tocinetas, cabritos, granos, etc., junto a los frecuentes préstamos a la parroquial matriz de Betancuria, testimonian durante varios siglos la riqueza e importancia de esta mayordomía y comarca de La Antigua donde, hasta el obispo Frías en el siglo XV tenía algunos asientos de casa.

[Basado en nuestro artículo publicado en el periódico La Provincia el 14 diciembre de 1982, p.25]