lunes, 12 de febrero de 2024

Paseo por el Puerto de Cabras que vio Unamuno en 1924

 Recuerdos del Puerto de Cabras que vio Unamuno hace 100 años.


Hoy hablaremos de un entorno histórico de Puerto de Cabras que se nos antoja coqueto y entrañable a través de los recuerdos de quienes por aquí vivimos.

La Plaza de España es uno de esos rincones de Puerto del Rosario que, siendo un solar público municipal, se ha diluido en una larga cadena de despropósitos.

Si mirásemos a su origen encontraríamos un sobrante de los viales que iban conformando la ciudad, aprovechándose como un echadero o fuchadero de camellos, muy cerca del embarcadero, a tiro de piedra del muelle municipal de Puerto de Cabras; un malecón  que siendo construido en la década de 1890, aún recordamos y recordaremos como “el muelle chico”.


Puerto de Cabras veinte años después del destierro de Unamuno.


Podemos ver imágenes de la zona a través de la fotografía histórica, en cuya temática hay muchas y variadas vistas de la calle Ramón Fernández Castañeyra, de norte a sur y de sur a norte, ofreciendo perspectivas de lo que fue uno de los centros neurálgicos de la que hoy es ciudad capital de Fuerteventura. Porque hay fotos de la visita del primer gobernador civil, de la espera del General Primo de Rivera, que no se atrevió a venir, y de Unamuno en la terraza del Casino el Porvenir, del Consistorio municipal y cabildicio, de la casa de don Ramón Castañeyra Schamán con su tertulia…

Y desde aquel “balcón”, antes de estar construida la plaza que nos ocupa, los tertulianos de aquel ateneo podían mirar al mar; la curva del camino de acceso a la Explanada, los viejos almacenes que había sobre el marisco, al sur de la playita del muelle, del malecón y de los barquillos.

Levantando la mirada verían la bahía plagada de veleros y vapores fondeados; se notaría un ir y venir de barcazas y lanchas del servicio portuario, porque la mayoría de aquellos buques no podían arrimarse al muellito, había tan poco calado que los lanchones se acercaban a las amuras de los barcos a recoger y llevar carga y pasaje.

Mirando aquel trasiego en la bahía, nos imaginamos al ilustre confinado esperando a sus contertulios; unos días atrás había desembarcado él mismo del correíllo La Palma, accediendo al lanchón que lo acercó a la escalinata, seguramente en el mismo recorrido que compartió con Rodrigo Soriano y con el policía que los acompañaría en su “fructífero destierro”.

Puerto de Cabras se desperezaba cansado, como lo había hecho, día tras días, desde que hacía seis meses, los militares presidían las instituciones. El hotel de don Paco Medina, la iglesia sin torre, las calles empedradas unas, sin pavimentar otras, que los adoquines sólo se veían en la Explanada y en el muellito municipal. Los camellos ya se iban acostumbrando a encontrarse con vehículos automóviles como el taxi de don Juan Pérez Medina o el del indiano sureño don Matías López…

Durante aquella visita de hace cien años, Puerto de Cabras era un villorrio que no paraba de crecer pero que, a duras penas, rondaría los 1.000 habitantes. En los instantes de aquel confinamiento ya estaba escrita parte de su historia: se desgranaban sus capítulos en las tertulias que el ateneo portuense celebraba desde las últimas décadas del XIX; con la pluma de algunos visitantes ilustres había sido editada y hasta el periódico La Aurora (1900-1906) la había difundido en sus páginas…

Cuando llegaron el ex rector salmantino y el periodista Soriano, guarnecía la plaza el Batallón Cazadores de Fuerteventura 22, con su compañía de ametralladoras y la comandancia militar en la calle León y Castillo; había guardia civil alojada en una casa de la calle de La Marina, frente al cuartel de la tropa de aquel batallón. El cabildo y el ayuntamiento compartían sede, acera y terraza con el Casino, la Ayudantía de Marina y la casa de Castañeyra, donde se encontraba la mejor biblioteca de la isla.

La administración dictatorial, además de atacar a quien pensara diferente, había aprobado una legislación que repercutirá también en la paz institucional de Fuerteventura.

Unos meses antes de la llegada de los “ilustres visitantes”, habían empezado los tiras y aflojas entre Puerto de Cabras y Casillas del Ángel, entre Puerto de Cabras y Tetir, ante un proyecto con el que la institución capitalina aspiraba absorber a los municipios rurales aledaños.

El Estatuto Municipal fue el cauce elegido para presionar sobre Tetir y arrinconar a Casillas con el estrangulamiento y la insumisión fiscal promovidos desde Puerto de Cabras. Algo, efectivamente, estaba cambiando y se hicieron cábalas con redistribuir la isla en tres grandes jurisdicciones municipales…

Extinguir municipios, confinar contestaciones a la política gubernamental, venían a ser la misma cosa en tiempos de aquella primera dictadura del siglo XX. La perspectiva temporal así lo ha confirmado.

Apenas siete días antes de la llegada de Unamuno y Soriano habían desembarcado en Puerto de Cabras una veintena de guardias civiles; no sabemos si esperando o aguardando cuestiones más graves derivadas de la insumisión fiscal sobre Casillas y Tetir, porque aquellos -ya lo vimos- eran tiempos de reajustes jurisdiccionales en la isla, y no siempre fueron pacíficos…

Total que cuando los confinados del centenario se sentaban al amor de la tertulia, ya habían por aquí veintitrés miembros de la Benemérita, incluidas las tres parejas que ya nos acompañaban desde 1898.

La vida seguía con sus baretos y tiendas y, allá en la calle del Puente, la Notaría y el Registro de la Propiedad y la mejor casa de comidas de Fuerteventura, que regentara en su día doña Benigna Pérez Alonso, el hostal la Tinerfeña.

En días de correíllo, el bocinazo de llegada o salida ponía en marcha aquel puertito en el que, 28 años antes, se había recibido a quien había estampado su real firma en el Decreto de Confinamiento de los que hoy nos ocupan. Nada que decir del general presidente del directorio militar que no quiso venir, años después, a Fuerteventura.

Hermosas fincas rodeaban Puerto de Cabras: eran las rozas que constituían el cinturón verde de la naciente ciudad: Roza de don Bernabé, Roza de Fabelo, Roza del Viejo…Roza de los Pozos o de don Secundino. Por el camino del Matorral que atravesaba ésta última, transitaría Unamuno en su paseo hasta Playa Blanca, donde, en lo alto de la “Canterita Blanca” se sentaba a meditar; no sabemos si lo hacía en la Jurisdicción de Casillas o en la de Puerto de Cabras, que allí se encontraban.

Y volvemos a la acera del casino, del ayuntamiento-cabildo y de la casa de don Ramón, entre las calles Fuerteventura, al sur, y Virgen del Rosario, al norte. Nos sentamos de espaldas a tan ilustres edificios y, con los contertulios miramos el mar, el muelle, la bahía…

Y allí delante, aún no estaba la plaza, un rinconcito que sería construido casi cuarenta años después en el solar que donará el amigo de Unamuno al Ayuntamiento; aquel inmueble con el que mercadearon los munícipes en la década de 1970 para convertirlo en el desastre que es hoy aquel punto de la ciudad.

No me extrañaría que a Castañeyra le hubiese gustado dar el nombre de don Miguel a aquella placita de Puerto de Cabras/Puerto del Rosario… ¡Quién sabe! un centenario podría dar para mucho. También para recrear los aconteceres de la Fuerteventura que acogió a nuestros ilustres visitantes.


© Francisco Javier Cerdeña Armas/ Cuaderno de Puerto de Cabras.