miércoles, 7 de febrero de 2024

Despertar en Puerto de Cabras

 Nuestra ciudad es nueva. Apenas bicentenaria. Hay quien dice que aún es menor... Pero ¿Qué más da si son quince o veinte años más o menos?

Algunos hacen cábalas y consultando secretamente los viejos documentos escritos, hurtados a la mayoría por extravíos o incendios, pregonan las inexactitudes de quienes se han esforzado en "recrear" el origen de este lugar, en dar nombre a sus primeros vecinos y en dar algo de luz a las razones o causas que los reunió en este punto de la costa de Fuerteventura.

Pasear por nuestra ciudad es, hoy por hoy, un placer, encanto para los sentidos: paseos, avenidas, reconstrucciones y nuevas arquitecturas no logran desdibujar, en cambio, lo que yo siento cuando pateo por sus calles.

Amanecer en Puerto de Cabras. Cuaderno de Puerto de Cabras

Es cierto que el bullicio de una localidad que crece, muchas veces con claros tintes desarrollistas (todo hay que decirlo), no nos permite escuchar los ecos de nuestros pasos, ¡faltaría más!. La realidad se impone... Pero ese ruido no logra apagar sentimientos, recuerdos, añoranzas... Aquí hay algo que nos trae el propio mar que baña sus orillas, desde Punta Gavioto a Playa Blanca.

Un olor a mar antiguo nos da en la cara. El salitre y las "sebas" acumuladas ocasionalmente en las playas que antaño la orillaban, aquellos rincones en que jugaba la chiquillería y donde los  barquillos marineros descansaban.

Hoy se me antoja que vivimos una tregua con el mar que nos acompaña, que nos acompañó siempre. Pero ya no se escuchan las olas retumbando en los riscos de la orilla, como lo hicieron desde la noche de los tiempos. La mar descansa y, en su ir y venir, acaricia los pies de una población que se atrevió a desafiarla.

Aquellas casas que se arrimaron a la ribera de antaño, hoy están resguardadas por nuevos diseños urbanísticos. Casi podríamos decir que el mar se despereza muchas veces con su aliento salino y que abre en nuestra memoria el recuerdo de viejos temporales, de viejos naufragios, de viejas estampas donde el hombre no podía más admirarlo y otros, con más suerte, fotografiarlo.

Fue así con el Muelle Chico y las continuas embestidas que se prodigaron en un diálogo mucho más airado que el que hoy vemos entre el mar y la ciudad. Entonces casi discutían ambos.

Hoy las calles que pese a sus nuevos edificios, siguen igual de estrechas, se empeñan en agasajar al visitante con recoletos paseos, donde todos, alguna vez, nos perdemos. ¡Hasta aquí llega mi añoranza!

Una magua que se reactiva con algunos vestigios de antaño. Elementos que se suman al recuerdo, que exhiben sus estampas: la iglesia, alguna que otra casona, las sedes institucionales, el cementerio, los hornos, las gavias... Pero también barrancos y "tableros" que fueron el sustrato de la ciudad...

Intento reconcentrarme y la mirada se me escapa hacia las esculturas y los nombres de sus calles para entretenerse como cualquier paseante, sin prisas. Allí está escrita su historia y sus elementos nos muestran la sensibilidad con el arte que se nos muestra al aire libre...

Y el que quiera más calma, también dispone de bibliotecas, auditorios y salas de exposiciones... rincones donde se muestran y atesoran los elementos identitarios, la creación artística y literaria y el esfuerzo por difundir su riqueza inmaterial y su memoria colectiva.