viernes, 21 de febrero de 2014

Ecos de la prisión de Fuerteventura, entre ficción y realidad

Recuerdos de Tefía 

Cuando lo conocí estaba sentado en el mentidero del Muelle Chico, apoyado en su muleta de madera y parecía contar los adoquines de La Explanada mientras una suave brisa jugaba en su escasa cabellera, acariciándolo.
Me sostuvo la mirada durante unos instantes y, mesándose los pelos de una rala barba, volvió la mirada hacia la playita del muelle, hablándome como ausente.
Decidí seguir el objeto de su aparente atención y me topé con las arenas donde los barquillos reposaban desde tiempo inmemorial. Allí centelleaban los vidrios redondeados de las primeras botellas de ron que se descorcharon en Puerto de Cabras, una y mil veces removidas por el mar.
Era relajante y, cada reflejo parecía abrir un nuevo recuerdo en maestro Juan. Lo escuchaba entre el rumor de las aplaceradas olas. Uno a uno se me fueron grabando en la memoria; entonces cerré el bloc y guardé el lápiz: lo que contaba me sobrecogió. Abrí la grabadora y le dejé hablar…
Tiempo después, repasando las notas y las cintas con las entrevistas sobre Tefía, me topé con la de Juanito. Entonces él ya había muerto, pero su voz me repitió una y otra vez lo que, poco más o menos, contaba…



¡Se ponga firmes, coño! Gritó el alcaide con tono desquiciado.
Recién había llegado lo colocaron allí, en medio de la sala, enfrente de la mesa de quien parecía ser el director. Aquel que pronunció la orden casi gritando.
Estaba de pie, descalzo y casi desnudo, con una barba de pocas semanas; sudoroso, temblando… Custodiado por dos elementos que, en lo único que se diferenciaban de él era en la camisa azul mahón que ambos llevaban muy a gala, y con alpargatas de esparto y lona, y en la mano de uno de ellos un viejo máuser que no dudó en utilizar para dar un culatazo en la barriga del reo cuando vio que se levantaba el alcaide.
Eustaquio –que así se llamaba el preso- se tambaleó con el golpe, esparciendo gotas de sudor sobre sus guardianes, pero no gritó; al menos no articuló palabra de dolor, sólo se adivinó en su cara un gesto como el de quien traga un erizo con púas y todo…
El alcaide Pedro de San Felipe se apoyó en la mesa con los brazos cruzados, murmurando “menudos redaños tienes, cabrón”: a ver cómo te portas dentro de unos días… Y dirigiéndose a los guardianes les requirió el parte de traslado del reo.
Entonces se adelantó el que no portaba el máuser, pero que tenía unos hilillos en las hombreras de la camisa azul, como evocando viejos rangos y le entregó una carpetilla mugrienta en la que se adivinaba un membrete con escudo imperial y la leyenda “Comandancia Militar de Fuerteventura”.

¡Asistente!, ¡Asistente! -gritó de nuevo el alcaide. Y al otro lado de la puerta semiacristalada se vio cómo una sombra se levantaba y se acercaba a la puerta que, de inmediato se abrió dando paso a un bien parecido mozo de cara afeitada y gafitas redondas; se dirigió al rincón en el que, en penumbras se adivinaba una mesilla auxiliar sobre la que reposaba una vieja hispano olivetti de carro largo y de color negro junto a un puñado de folios y varias tongas de expedientes apilados de tal forma que parecían desafiar la fuerza de la gravedad.
Cuando usted quiera, señor director –dijo el joven recién llegado, dispuesto a mecanografiar el parte de ingreso de un nuevo recluso:
Y al dictado fue anotando las palabras de su superior:
“En el lugar de Tefía, siendo las 11:30 horas del día 18 de mayo, se personaron en mi despacho quienes se identificaron como falangistas de Puerto de Cabras y que a requerimiento –según decían- del Comandante Militar de la isla, acudieron al acuartelamiento de la calle León y Castillo para hacerse cargo del preso Eustaquio, detenido en la playa del muelle chico en los momentos y por las razones que rezan en el expediente y que luego se dirán…”

Delante de las oficinas del presidio de Tefía descansaba el chevrolet número 2189 en el que Esteban los había traído. Y allí aguardaba el viejo camarada, con su camisa azulona, con su boina roja, sus polainas y sus botas en animada plática con uno de los vigilantes del presidio.

Recuerdo cuando hicieron estas casas –comentaba Esteban- en 1940 o 1941; bueno eso fue la construcción, porque el meneo de las tierras ya había empezado durante la Guerra… Aquí estuvieron muchos rojos presos, trabajando, despedrando y limpiando para hacer la pista de aterrizaje…

A la sombra seguía el alcaide  cumplimentando el ingreso del nuevo recluso: A ver, Asistente, léame lo último que le dije, que quiero insertar aquí el atestado de su detención…

“En el lugar de Tefía…” –contestó el asistente con ánimo de seguir.

Todo no, ¡coño!, lo atajó su superior: dígame sólo la última frase.
Ah, sí, prosiguió el asistente: “…detenido en la playa del muelle chico en los momentos y por las razones que rezan en el expediente y que luego se dirán…”, y se calló.

Si, sí, tome nota:

Según el atestado que le abrió el Jefe del puesto de la Guardia Civil en Puerto de Cabras, expediente número 1.111, en la playa del muelle chico se detectó la presencia de un individuo que sentado en el centro mismo de la arena, profería gritos irrepetibles contra su Excelencia el Generalísimo, según manifestaron algunos testigos presenciales que se apresuraron a dar parte a la pareja, la cual, allí personada procedió a reducir a quien resultó ser Eustaquio, de oficio pescador, y conocido en la localidad por el manco… Todo esto me lo pones entre comillas, precisó el alcaide.

Hacía ya más de un año que se estaba preparando la visita del General Franco y este caso no vino más que a acentuar la extrema vigilancia que se había desplegado en Puerto de Cabras: En la Explanada, a la salida del muelle grande, y las entradas de las carreteras de La Oliva, Tetir, Casillas, El Matorral y Puerto Lajas se situaron puestos de control militares y las parejas de la Guardia Civil transitaban con bastante frecuencia estas vías.Tanto fueron los movimientos inversores y de vigilancia en la isla durante los años de la segunda guerra mundial que, cuando Franco se atrevió a viajar, lo hizo a Canarias, para recordar los momentos iniciales del “alzamiento”, pero también visitar y conocer de primera mano la isla atlántica que pudo haber sido alemana en 1941-43, como alternativa a la fallida caída del Peñón o el cierre del Canal de Suez.El Jefe del Estado fue ampliamente informado de cuanto el Mando Económico de Canarias había hecho durante aquellos años de la década de 1940 en Fuerteventura, lamentándose de la pérdida de un personaje como García Escámez. No había más que enumerar las obras: barriadas obreras, cuarteles, presa, colonia rural, aeropuerto de Tefía… Toda una estrategia para poner en valor una isla que pudiera ser decisiva en el contexto norteafricano, caso de que Gran Canaria cayera en manos inglesas, como insinuó alguno de sus asesores.

… “Y vengo en ingresar en la prisión que dirijo al reo de nombre Eustaquio, con adscripción a la cuadrilla de trabajos forzados en fincas, canalizaciones y carreteras”, concluyó el alcaide advirtiendo al asistente que lo entrecomillara y pusiera la data para firmar. Termine los papeles que ahora vuelvo.
Acompáñenme por aquí –dijo a los dos falangistas- que arrastraron al preso por un largo pasillo que les condujo a una de las dos únicas celdas allí existentes.
Se oyeron murmullos tan pronto se abrió la puerta, pues aún quedaban allí algunos que no pudieron salir a los trabajos en La Presa, y sin más cerraron el cuarto y deshicieron el camino hasta la calle, donde aguardaba el coche que debía retornar a Puerto de Cabras.

Diez años antes, durante los prolegómenos de lo que sería II Guerra Mundial, Fuerteventura, apareció en cuantos informes y documentos alimentaron la operación “Félix”, con la que los alemanes intentaban ocupar una de las islas del Archipiélago. Si España entraba en la contienda mundial lo haría del lado del Eje, lo que mosqueaba a los ingleses que veían así peligrar su hegemonía en el Peñón ante una eventual ocupación española; como también los inquietaba el bloqueo de Suez y el acceso a las colonias del otro lado del mundo. Y con estas perspectivas la salida británica pasaba por invadir, con el apoyo aliado, una de las islas canarias que tuviesen mejores muelles para trasladar a ella su base naval. Apostaron por Gran Canaria, cuyo Puerto de la Luz y su aeropuerto de Gando ofrecían un punto estratégico en el área atlántica. Atinadamente así lo sospecharon los alemanes que intentaron incrementar su presencia en la zona, no sólo para abastecimientos de los U-Boote, que, por otro lado, ya era un hecho, sino por establecer una base atlántica aerotransportada que sirviera de puente a sus apetencias sobre el continente africano. El Mando Económico de Canarias, al frente del cual estaba el Excmo. Señor Francisco García Escámez e Iniesta, asumió todo el control del Archipiélago en los momentos de posguerra y guerra mundial…

Estas eran las lecturas que solía hacer el alcaide de la prisión de Tefía en sus ratos de aburrimiento y sesteo bajo un sol de mediodía, mientras rebuscaba entre los viejos periódicos que aún quedaban en los cuartos de lo que, en otro tiempo, fue cuartel del arma de Aviación, cuando custodiaba el aeródromo que allí funcionó hasta 1952. Aunque las más de las veces fantaseaba y, medio adormecido, se imaginaba oficial de la aerotransportada alemana, visitando las inmediaciones, analizando las aguas, las pesquerías de Los Molinos, la carne que les proporcionaría el ganado de costa que por allí deambulaba… De cuando en cuando, los remolinos y el viento de aquellas llanuras lo envolvían acunándolo hasta la media tarde en que retornaban los presos de los trabajos forzados.

El alcaide se volvió a recostar adormecido y de sus manos cayó el libelo que andaba leyendo, saltando al aire la cuartilla que usaba a modo de marcador:

Comandancia Militar de Fuerteventura, Puerto de Cabras, Mayo de 1950.
Para el Alcaide de la Colonia Penitenciaria de Tefía:
“Los portadores de la presente, falangistas acreditados de Puerto de Cabras, a nuestro requerimiento acudieron para ayudar en el traslado del preso Eustaquio a las instalaciones de ese centro penitenciario, a la espera de abrírsele consejo de guerra por proferir gritos contra su Excelencia el Jefe del Estado y mostrar resistencia a mi autoridad… Aíslesele hasta tanto se le forma dicho consejo… El comandante, don Ceferino”

Saque usted sus propias conclusiones!

Fue la última frase que creí entender en la audición de la cinta del maestro Juan.


Por el respeto a su memoria que es la de todos los que allí estuvieron me decidí a escribir estos folios.

Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

lunes, 10 de febrero de 2014

Carreteras y toponimia: barrancos de nombre desconocido

Barrancos y playas de Puerto del Rosario

En nuestros paseos motorizados o a bordo de nuestros zapatos nos topamos con una serie de accidentes geográficos a los que mentalmente damos nombre, los conocemos, sin caer en la cuenta que otros más jóvenes, visitantes o no nacidos aquí, no tienen por qué conocerlos.
Si imaginamos que la trama urbana y viaria de Puerto del Rosario es un inmenso tapiz que se tiende sobre el territorio, es fácil suponer que una buena cantidad de topónimos quedarían ocultos, olvidados, subterráneos.
Pero ellos, durante mucho tiempo, sirvieron de hitos o mojones que ayudaron a nuestros antepasados a delimitar sus fincas y solares, a orientarse en el trazado de caminos, a referenciar acontecimientos pasados en su entorno con una exactitud propia de los tiempos antiguos, de los tiempos pasados; pero es de mucho interés recordarlos aún en la actualidad.
Por eso aquella toponimia también resulta de gran utilidad a quienes intentan narrar hechos del pasado, ubicar edificios, delimitar caminos, situar accidentes geográficos y sucesos que allí acontecieron…

Barranco Viejo o de La Herradura, cerca de la Garganta del Diablo, en el municipio de Puerto del Rosario, lo cortan caminos y carreteras sin identificarlo. (Foto aportada por Paco Cerdeña)
Nuestro frente marítimo pregona con unos visibles cantiles de basalto dónde estaba la orilla del mar, con muchas de sus playas enterradas y que partiendo, por ejemplo, de la Explanada en dirección sur, por la Avenida Reyes de España, podemos recordar: La de la Carnicería, la de Encarnación Hormiga o de los Jorge, la de Las Cuevas, Escuevas o Mastrantos, la de Juanito El Cojo o del Lastre, La de Los Pozos, la Caleta de Los Pozos y el Carnadero de Los Pozos…
Y aquí me quiero detener. En Los Pozos, porque todo este último entorno alude a los antiguos socavones que permitieron beber a nuestra gente. El barranco del mismo nombre, como el de otros que ahora no vamos a citar, marcó hondamente la toponimia circundante que llegó a bautizar el propio Estadio Municipal.
Sin embargo, el barranco que nos ocupa no aparece identificado en la señalética de carreteras y, como algunos otros, tampoco en el callejero que los soterró.
Acompáñenme, si no, en un recorrido por su cauce desde la desembocadura hasta los cuchillos que separan Casillas del Ángel de Tetir y Las Atalayas del Viso, donde nace.
Poco antes de recibir las aguas de los barrancos de Lugo y Risco Prieto, la carretera del Aeropuerto lo cruza sin pregonar a los curiosos que puentea dicho cauce.
Sigamos el de Risco Prieto hasta las Atalayas del Viso para volvernos a encontrar con que la carretera FV20 y la Circunvalación de Puerto del Rosario saltan por encima sin mencionar su nombre.
Y si ascendemos por el Barranco de Lugo, volvemos a toparnos con la Circunvalación de Puerto del Rosario justo en el punto donde confluye con los Valichuelos o Barichuelos, el Barranco de Jaifa y El Canalizo que, con fuerza viene relevando al de Lucas Méndez hendiéndose en el basalto suelo.

El Barranco del Canalizo, ya citado por  Ramón Castañeyra en en su memoria de costumbres de Fuerteventura en el siglo XIX, lleva las aguas del Barranco Lucas Méndez hasta la confluencia con el de Jaifa-Lugo... Lo vemos impetuoso, por debajo del puente de la antigua carretera de Puerto del Rosario a Tuineje. (Foto aportada por Paco Cerdeña)
Unos y otros vuelven a ser puenteados por la carretera FV20 hacía Antigua en el barranco de Jaifa y en el barranco de El Canalizo donde aquella confluye otra vez con la Circunvalación de Puerto del Rosario, cerca de la Rosa Vila; y en ningún caso la señalética viaria informa de aquellos encuentros, de aquellos topónimos que siguen y seguirán bullendo en la memoria colectiva, siquiera documental o escrita, tan necesaria a los Registradores de la Propiedad, por ejemplo.

El barranco Pilón es un ejemplo que desaparece bajo el proceso de urbanización. Una calle paralela a su cauce perpetua este toponónimo. (Foto aportada por Paco Cerdeña)
Y lo mismo podríamos decir de otros tantos barrancos y barranquillos del municipio de Puerto del Rosario, algunos tan importantes como El de Los Molinos, el de Río Cabras, la Muley, Juana Sánchez o el de La Herradura que permanecen huérfanos de nombre en la señalización viaria, anónimos accidentes de una geografía que intentamos explicar en excursiones de todo tipo porque nos sentimos orgullosos de nuestro patrimonio y también la toponimia forma parte de él.
Concluyo apuntando que cuanta más información se traslade desde el esfuerzo cartográfico a la red de carreteras, caminos y calles, tanto más se enriquecerá nuestra toponimia y por consiguiente, nuestro patrimonio.

Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

lunes, 3 de febrero de 2014

Las cruces de 1900 en Fuerteventura

Las Cruces del siglo en Fuerteventura

Aquella noche ardieron hogueras en muchas montañas de la isla y se levantaron maderos en otros tantos cruces de caminos en llanadas y lomas...
El que fuera párroco de Puerto del Rosario en la década de 1960-70, don Leonilo Molina Ruiz (+), nos regaló un artículo que se publicó con este título en El Eco de Canarias por el día de la Cruz de 1970; allí justificó algunos de los hitos que aún vemos en algunas de nuestras montañas, levantados siguiendo el deseo del papa León XIII en el tránsito del siglo XIX al XX, como monumentos perpetuos a la Fe Cristiana. Dice así:
“…Estas cruces tomaron el nombre de cruz del siglo.- En Fuerteventura tuvieron especial relieve las de Tetir, Pájara y Tuineje que con profundo espíritu religioso se alzaron en lo alto de sus respectivas montañas, sobre el cadáver del siglo que expiraba, para que desde sus cimas fueran el testimonio perenne de la fe del pueblo majorero.
En Tetir, en esa noche última del año, se encendieron gigantescas hogueras en seis de sus montañas. La del Aceitunal, nos cuentan las crónicas, recordaba al Sinaí, porque velada por la niebla en su parte más alta, no se veía sino sus vívidos e imponentes fulgores. Llegada la media noche, se celebró la Santa Misa, que había de abrazar los siglos pasados y futuros, ante una multitud de fieles que con gran fervor religioso llenaba el templo dominicano. Terminada la misa en la que se distribuyeron centenares de comuniones, el párroco, don Antonio Collado, recitó en alta voz la profesión de fe, dictada por el Santo Padre y entre el gran júbilo de aquel inmenso gentío, mientras tronaban los cohetes cruzando el aire y se sentían los repiques de campanas desde lo alto de la torre, fue colocada aquella misma noche una cruz de seis metros de altura, en firme roca, sobre la montaña de San Andrés. Desde entonces, allí con los brazos abiertos como tocando a los dos siglos, y su cabezal elevado por encima como divino pararrayos atrayendo del cielo las gracias y bendiciones para tan fértil vega y piadosa feligresía que todos los años acude hasta ella por el día de San Andrés, patrono de los labradores de la isla. [En el Castillejo de La Asomada hay quien aún sigue la tradición de la hoguera en la cumbre].
Los vecinos de Pájara vivieron el día 31, último del siglo, dando pruebas inequívocas de su inquebrantable fe. A las tres y treinta de la tarde y entre prolongados repiques del campanario de Nuestra Señora de Regla, templo parroquial de fachada de estilo mejicano, llevaron una cruz de siete varas de alto por tres varas de brazo hasta el Pico de la Pila. Al toque de oración del mismo día se encendieron dos grandes hogueras a los lados del misterioso madero que a semejanza de dos grandes lámparas ardieron hasta la madrugada del día primero en la que el pueblo volvió de nuevo en romería. Todo el trayecto de ida  vuelta nos apunta con fidelidad un cronista minucioso: fue amenizado con instrumentos músicos y algunos tiros de escopeta en sustitución a los cohetes que se habían pedido y no llegaron a tiempo.
Es indescriptible también el entusiasmo habido en el pueblo de Tuineje en la tarde del 31 de diciembre de 1899. Se salió en procesión solemne desde el templo parroquial, presidiendo los estandartes de las congregaciones religiosas establecidas en el parroquia, con sus respectivos cofrades, y una multitud innumerable de fieles. La gran cruz de madera, donada por el señor don Sebastián Ramos Medina, comerciante de Las Palmas y propietario en este pueblo, era llevada a hombros por los más ancianos. Una vez colocada en la montaña de Tamasite, terminó el acto ya entrada la noche, con una gran hoguera a la que los pastores contestaron con nuevas hogueras en los montes más altos, haciendo una en el llamado Pico del Caracol, adonde difícilmente se cree aún hoy, que pudieran subir la leña. Entre tanto, con un entusiasmo que rayaba el delirio, prorrumpió la multitud en acalorados vivas ala religión y a sus defensores, a la cruz, a la Iglesia, a  España y al prelado de la diócesis.
De este modo –concluía don Leonilo- vivió Fuerteventura los últimos y primeros días de los siglos XIX y XX, dando público testimonio de su fe, religiosidad y respeto al santo Madero de la Cruz”.

La Cruz del siglo en el morro de su nombre, Betancuria. [foto aportada por Paco Cerdeña]


Pero el mismo homenaje y con procedimientos similares se hizo en Antigua, La Oliva y Betancuria, en cuyas montañas, encrucijadas de caminos y llanuras aún vemos testimonios de tan singular celebración del tránsito del viejo al nuevo siglo XX.
Y en los albores del siglo XXI los caminantes y montañeros seguirán viendo los restos de aquella conmemoración, confundidas con los "descansaderos de los muertos"; incluso arder la leña en alguna de aquellas cimas.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas