De Fuerteventura a Sudamérica en 1903.
Algunos de nuestros antepasados se atrevieron en una de las empresas más duras
de la colonización del sur de Chile, donde compartieron desgracias con los boers que se trasladaron después de las
guerras en Sudáfrica, con los propios mapuches
de la zona y, sobre todo, con unas condiciones climáticas para las que no
estaban preparados.
Al sur de Chile y a
principios del siglo XX aún permanecían las tierras indómitas que durante
cuatrocientos años la metrópoli española no supo o no quiso colonizar,
dejándolas al natural proceso de convivencia entre colonos e indígenas.
Superada su propia etapa
colonial, la nueva república chilena intentó consolidar aquellos territorios
con una legislación que propiciara la atracción de población extranjera para
cultivarlos y explotarlos, casi sin tener en cuenta los derechos preexistentes
de quienes individualmente avanzaban hacia el sur y los de los propios
indígenas mapuches. El gobierno chileno se limitó a otorgar múltiples
concesiones de colonización a empresas privadas que se comprometieran al
reclutamiento de familias agricultoras y pescadoras entre 1900 y 1904.
Uno de los empresarios que
obtuvo concesión para la explotación de tierras en la Araucanía , al sur del
Bío-Bío, fue Francisco Sánchez Ruiz, oriundo de Canarias, quien se comprometió
con el Gobierno Chileno a transportar 300 familias de las islas para la puesta
en explotación de tierras entre los rios Imperial y Toltén, junto al lago Budi.
Aquel fue un proyecto que se
recondujo a principios de 1903, al hacerse cargo la Empresa Colonizadora
del Budi, accionada mayoritariamente por Eleuterio Domínguez y Cia., y que
abrió las expectativas migratorias a colonos de otras regiones españolas, pero
que puso al descubierto otro de los tristes destinos de la emigración canaria a
Hispanoamérica.
Las duras condiciones
climáticas pero sobre todo la pésima administración de la Colonia presagiaron desde
el primer momento el fracaso de la misma.
Los canarios apenas tuvieron
información detallada de adónde iban. Fueron reclutados mediante anuncios que
la prensa regional publicó en Tenerife y en Gran Canaria, y embarcaron en el
puerto de La Isleta ,
punto de concentración de los colonos que llegaron desde las islas occidentales
a bordo del pailebote San Vicente y de las orientales en los veleros que
encontraron, cuando no habían llegado desde la etapa de construcción de los
muelles y el puerto.
A principios de octubre de
1903 arribaba al puerto grancanario el vapor Orellana, de la Pacific Steam Ship Navegation
Co., con otras tantas familias captadas por Eleuterio Domínguez en la península
española, y aquí subieron a bordo las 50 familias canarias del primer lote
reclutado por los representantes de Francisco Sánchez Ruiz, para zarpar el día
cuatro del mismo mes.
Llegaron a Talcahuano, cerca
de Concepción, en lo primeros días de noviembre, después de una dura travesía:
De Gran Canaria a Rio de Janeiro, de allí a Buenos Aires para continuar hacia
el sur, en busca del estrecho de Magallanes que los llevaría al Pacífico, por
el que navegaron durante más de dos mil kilómetros hasta el puerto de destino.
Después las carretas y carromatos: de Talcahuano a Temuco y desde allí a Cacahué
y Puerto Saavedra; aún les quedaban otros quince o veinte kilómetros para
llegar a Puerto Domínguez, que estaban fundando, a orillas del lago Budi,
cabecera de la Colonia
de Eleuterio Domínguez y Cia.
Entre los viajeros colonos
estaba el majorero Domingo García Betancourt, con su esposa y sus hijos; uno de
los que, ante el abandono de las autoridades diplomáticas españolas, plantaría
cara a las duras condiciones de la
Empresa y que bregado en las guerras coloniales por su
condición castrense, emprendió la huida en 1905 con la intención de llegar a la Argentina , siendo
detenido por agentes que respondieron a la denuncia de estafa que le presentó
Eleuterio Domínguez y Cia., y encarcelado en la prisión de Nueva Imperial.
Una de las condiciones que
no leyeron los colonos, encandilados por la concesión de parcelas a su favor,
fue la de la obligación de permanecer viviendo en la misma, comprar en su
economato con un dinero propio de la
Colonia , hasta redimir el coste del pasaje que les habían
adelantado en concepto de préstamo y el tiempo de trabajo comprometido.
Por eso, porque las
condiciones climáticas fueron durísimas y porque muchos de ellos desconocían
los oficios forestales y aún agrícolas, a Domingo García siguieron otros tantos
en el abandono del compromiso, dispersándose por la zona del Budi, Puerto
Saavedra, Concepción, donde practicaron la pesca, o cruzando los Andes, rumbo a
Argentina.
Y el beneficio empresarial
en tierras: más del doble de lo asignado a cada familia de colonos. Uno de los
inconvenientes que tuvo la planificación de empresas colonizadoras sobre aquel
territorio fue el hacerlas sobre el mapa, sin tener en cuenta los derechos
preexistentes de agricultores nacionales chilenos y de indígenas mapuches; una
circunstancia que colocó en el punto de mira de la crítica a los propios
colonos, tan desgraciados como aquellos.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas
Para saber más:
-
Concepción Navarro Azcue y Baldomero Estrada Turra
(2004), en su trabajo “Los canarios en la colonización del Sur de Chile, 1900-1912” y Maribel Lacave (2006)
con su libro “Los Canarios del Lago Budi”, se acercaron a este curioso capítulo
de la emigración isleña a Hispanoamérica.
-
Leídos aquellos trabajos, acudimos a la prensa
regional de Canarias de la época, consultable en el archivo de prensa digital
JABLE, de la Universidad
de Las Palmas de Gran Canaria.
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Mapuche: Fotografías siglos XIX y XX, construcción y
montaje de un imaginario, Santiago de Chile, Pehuén, cop. 2001.