lunes, 7 de diciembre de 2020

El racionamiento de la década de 1940 en Fuerteventura

Un acercamiento a la década década en que Fuerteventura estuvo "militarizada". A los tiempos del hambre y de las cartillas de racionamiento. A unos momentos en que la II Guerra Mundial puso de manifiesto cuan frágil era la economía insular y el papel que tuvo que adoptar la comandancia de la isla para garantizar los suministros a las tropas y el abastecimiento de la población. En definitiva a la estructura que se adoptó con aquellos fines.


Y ese ha sido nuestro empeño. Abrir caminos basados en las fuentes documentales que nos acercan a las décadas de 1930 y 1940 en Puerto de Cabras y en Fuerteventura. Unos años a los que nuestros mayores se refieren como del hambre y de las cartillas de racionamiento, porque también sus recuerdos forman parte de la Historia.

En principio este trabajo que presentamos, pretendió ser un guion. Y como tal lo orientamos con una introducción, en la que hacemos un recorrido por distintas etapas de la historia del siglo XX, en que la condición de islas aconsejó el cuidado del abastecimiento y el racionamiento, ante momentos especialmente difíciles, como los bélicos de las dos guerras mundiales. Después vendrían las entrevistas que haríamos a los mayores. 

Pero se puede usar para entender cómo se organizó el abastecimiento, especialmente en la posguerra civil española. Un avituallamiento que en Canarias tuvo la singularidad (al menos durante el primer quinquenio de la década de 1940) de que la economía estuvo en manos de Capitanía General de Canarias, a través del Mando Económico de Canarias. 

Durante la II Guerra Mundial la autoridad militar de aquel Mando gestionó las dos Delegaciones Provinciales de Abastecimientos y Transportes de Canarias y, por tanto, la Subdelegación Insular de Fuerteventura (como también se hizo en Lanzarote y demás islas menores) hasta 1946.

La Comandancia Militar, a través de la Subdelegación de Abastecimientos y Transportes y de las Delegaciones Locales, fiscalizó no sólo el abastecimiento, sino el movimiento de la más mínima porción de alimentos que se intentara sacar de la isla. Para su gestión Fuerteventura se dividió en tres zonas de avituallamiento: 

• Zona Norte, integrada por los municipios de Puerto de Cabras y La Oliva, 

• Zona Sur, integrada por los municipios de Antigua, Betancuria, Tuineje y Pájara, 

• Jandía... 

En cada zona, un puerto o embarcadero: Puerto de Cabras, Gran Tarajal y Morro Jable. En ese orden. Pero teniendo una línea de costa tan extensa y plagada de puertos o embarcaderos históricos, la vigilancia del contrabando se practicó con destacamentos de guardia civil en sitios tan alejados como Jacomar, Ajui, Majanicho o Los Molinos, por citar algunos. 

El Organismo que nos ocupa, la Subdelegación de Abastecimientos y Transportes, fue una extensión de la estructura vertical de la Comisaría General del ramo. Durante su andadura tuvo dos momentos: el militar, de 1939 a 1946, y el civil, desde entonces hasta 1952-53, de una forma efectiva. 

Dependiente de la Delegación Provincial, reproducía el esquema de aquella en la estructura de sus negociados, cupones, cartillas, mapas, transportes, guías, inspección, etc. 

Y bajo la dependencia de la Subdelegación Insular, los ayuntamientos funcionaron como Delegaciones Locales, asumiendo similares tareas de abastecimientos en su término, con la singularidad de que a ellos tocaba controlar los movimientos de población y el despacho de las cartillas de racionamiento que debían atender las tienditas de ultramarinos en cada pueblo. 

Controlar el abastecimiento a nivel local suponía que de un municipio no salía, por ejemplo, una res mayor o menor sin que el alcalde o delegado local certificase que ello no redundaría en la escasez local; cada traslado de animales o mercancías, comestibles o no, debía estar acompañado de la correspondiente guía. 

Controlar los transportes, ya fueran marítimos (con barquillos de dos y cuatro remos), por carreteras o con bestias que circularan por antiguos caminos, era otra de las funciones de la Subdelegación que llegó a prohibir a los transportistas los desplazamientos en vacío sin la correspondiente autorización de su oficina o de las delegaciones locales.

Con todos estos mimbres pretendíamos hilvanar las entrevistas sobre los tiempos del hambre y las cartillas de racionamiento. A estas páginas se asoman los nombres de quienes hacían posible el reparto de los productos racionados de primera necesidad, desde el personal de la Subdelegación o “Consorcio” (después), hasta los comerciantes minoristas, los transportistas y los exportadores que conseguían autorizaciones para sacar los pocos excedentes; pero también la gente humilde que intentaba llevar, por ejemplo, huevos y gofio a familiares enfermos en otras islas; patrones de barcos que precisaban de la correspondiente autorización para pertrechar sus naves y el sostenimiento de sus tripulaciones...

Muy sucintamente, este ha sido un breve recorrido por el libro que hoy se presenta. Munición archivística, tal vez, para los mentideros; pero con la sana intención de alentar el recuerdo convencido de que contribuimos a la Memoria e Identidad de nuestro pueblo.