domingo, 28 de abril de 2024

Naufragio en Caleta del Barco, La Mascona

 Incidente marítimo en La Mascona

Entre la historia y la leyenda: La Caleta del Barco y la Cueva del Tesoro.


Caleta del barco, Bajo de la Burra, norte de Fuerteventura. Situémonos en el siglo XVIII, con el regimiento de milicias en ciernes, el coronel se perfilaba como una figura institucional que pronto se convirtió en administrador de los bienes señoriales, un personaje que alcanzó poderes omnímodos.

En el obispado se colaba el pensamiento de la Ilustración y ya se apostaba por mejorar la asistencia pastoral en la isla; al centralismo de la nueva dinastía Borbón en España, se sumaba este capítulo de la organización religiosas que, para empezar, comenzó a fraccionar el poder acaparado por la élites en Betancuria durante siglos, creando nuevos beneficios eclesiásticos con nuevas parroquias.

El siglo XVIII trajo la reorganización militar: apareció el regimiento y la figura del coronel. Trajo la división parroquial: dos nuevas, una en Pájara y otra en La Oliva, donde la familia Cabrera tenía sus intereses, digamos más cercanos. En todo caso, la población se incrementó gracias a la reorientación de la agricultura para el abastecimiento de cereales a las islas occidentales y centrales, embarcadas en el monocultivo de la vid.

Y con los vinos, las barrillas. Buques de muchas nacionalidades circulaban por aguas canarias; había remitido la piratería berberisca y los núcleos costeros de la isla comenzaron a florecer para embarcar los cereales y la piedra barrilla, caso de Puerto de Cabras, que se sumaba a la serie de embarcaderos y puertos naturales de Tarajalejo, Puerto de la Peña, El Cotillo, Caleta Fustes o Pozo Negro. Pero los sustos para el tranquilo comercio comenzaron a llegar de las propias rivalidades de Gran Bretaña y Francia-España; ahora eran corsarios pagados por aquellas potencias para hostigar el tráfico por el Atlántico.




Conocemos el episodio de 1740, cuando los corsarios de las colonias insurgentes de la América anglosajona llegaron tierra adentro, hasta Tuineje, en aras del conflicto entre España y Gran Bretaña. Y casi cincuenta años después, la armada francesa, corsarios o no, atacaba a los británicos por nuestras aguas. Estábamos ante un contexto que nos traería otro episodio de nuestra historia marítima en las riberas de La Mascona, al norte de Fuerteventura.

Los atalayeros de Escanfraga corrieron el aviso y los verederos llevaron la noticia al jefe del Regimiento de Milicias Provinciales en su casa de La Oliva. Por toda la dehesa se propagó la voz de prudencia ante las velas enemigas que se movían desde el Puerto de Tostón hasta la Bocaina y El Río, cerca de Lobos y de Corralejo.

Los moriscos y criadores de ganado que se encargaban de atender la marca de la Mascona (paredes divisorias y los ganados que allí se soltaban) serían los primeros en ver con sus propios ojos, sin intermediación de órdenes, lo que se estaba cociendo al norte de la isla. Ellos conocían el territorio y no tendrían dificultad en esconderse por el fragoso si las cosas empeoraban: simplemente se escabullirían por entre cuevas y tubos volcánicos, dejando atrás algunas res que se zamparían los forasteros, como solía ser habitual hasta aquellos momentos.

La preocupación estaba en el Puerto del Tostón, casi entullido por las arenas, y de muy difícil acceso para pilotos desconocedores. Y hacia allá marcharon las huestes comandadas por el Coronel para concentrarse en El Roque, donde permanecieron unos días con la vigilancia a cargo de los hermanos Méndez y el con el retén de la Torre o Castillo cercano.

Aquellos acontecimientos sucedían en el último quinquenio del siglo XVIII, entre 1796 y 1806 se produjo el combate y expolio del buque perdedor que, desde entonces, bautizó lo que conocemos como “Caleta del Barco”, en cuyo Bajo de la Burra se escoró la nave para soportar el desmantelamiento de un navío de la potencia marítima más grande de los mares; los vecinos comarcanos, con barquillos por la marea y carretas por los senderos ribereños se encargaron de aprovechar los restos de aquel naufragio. No es extraño que hasta allí se acercaran como lo hicieron desde los volcanes y terremotos de 1730-36, los marinos conejeros del cegado Puerto de Janubio, ya asentados en Playa Blanca, al sur de Lanzarote, y en los embarcaderos del norte de Fuerteventura.

Ya tenemos dos topónimos: Caleta del Barco, Bajo de la Burra. Surgirían otros muchos que, andando el tiempo, teñirían los acontecimientos con el halo de la leyenda y la ficción: Llanos del Dinero, Cueva del Dinero, Corral del majo. Como si el buque allí herido de muerte viniera cargado de metales preciosos o monedas, tal vez para el pago de la barrilla exportada por diferentes embarcaderos de aquella zona de la orilla majorera: los puertos de La Mascona.



Y aunque en la documentación se reflejaba el nombre del bergantín “Mars”, de pabellón gabacho, el que embarrancó fue el de la pérfida Albión; quienes sobrevivieron al ataque se desplegaron por Fuerteventura: Miller, James, Hogg… británicos o corsarios bajo bandera de Inglaterra. Y cabe pensar en la cuestión que debieron plantearse personajes como James Miller:  volver con deshonor o afincarse en la isla al servicio de quien le ofreció cuantos apoyos pidió para desconcierto de los investigadores. Porque el tal Diego entró muy pronto en los círculos del poder de la isla; el coronel lo apadrinó en su boda con Antonia Méndez, hermana de los responsables de la vigilancia desde El Roque y que, como veremos, serían encartados en un litigio con la autoridad de marina que duró casi cincuenta años.

Tenemos pues distintas áreas en las que el episodio naval se diluyó: el pecio, del que la arqueología subacuática ha dado señales, ubicándolo a unos siete metros de profundidad gracias a los siete cañones que por allí siguen compactados con el sedimento marino y el óxido. Los topónimos con que se fue conociendo en la cartografía a aquella caleta del norte de nuestra isla; el tablero por donde transitaron los expoliadores de los restos del buque, al que comenzaron a referirse como Llano del Dinero; la cueva del dinero o del pirata, un tubo volcánico en el borde del mar de lavas, ya malpaíses, con apariencia de haber sido cegado, posiblemente con la pólvora y cuyos vestigios ha ido tapando el jable que así borró los intentos varios de encontrar lo que se suponía escondido por los supervivientes o por los expoliadores (a saber si ellos fueron los que propagaron el cuento del escondrijo para medrar un hueco en la escala social de la Fuerteventura de entonces, lucrándose con lo que de verdad salvaron).

La administración marítima del distrito de Canarias sustanció un voluminoso expediente de lo acontecido con el “Mars” en el Bajo de la Burra en momentos de tránsito del siglo XVIII al XIX; se registraron denuncias e hipotecas por el aprovechamiento de los restos del barco, encartándose a los hermanos Méndez, de El Roque, en un litigio que aún coleaba en la Audiencia de Canarias en 1842. Para responder de aquellas acusaciones se hipotecaron algunas tierras y bienes que se escrituraron en las notarías de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura.

Así es que, entre realidad y leyenda, se fraguó un episodio marítimo que muy pocos conocen más allá de su trascendencia en la memoria de generaciones que fueron tergiversando y desvirtuando lo sucedido, pero que no deja de tener su encanto. Quien lo quiera ficcionado, pues que llene su curiosidad con la fantasía romántica; quien abrace la base histórica, que acuda a los documentos e investigue este apasionante incidente entre un navío de guerra británico y otro de la coalición franco española.

En uno o en otro caso, el aficionado no se quedará con este capítulo, pues seguirá encontrando referencia a múltiples naufragios de buques que, por distintas circunstancias se acercaron demasiado a los bajos del norte de nuestra isla. Encontrarán casos de pescadores locales que perdieron su vida entre las olas, incapaces de ver a través de la bruma de la maresía la hogueras  con que pretendían orientarlos desde tierra, para desespero de viudas y huérfanos de Cotillo y Corralejo.

Dejamos pues nuestros apuntes amarrados a viejos topónimos de la orilla con la esperanza de que prospere la investigación histórica hasta esclarecer por completo el incidente del Mars y, sobre todo, de los supervivientes de su rival que, como sabemos, se desparramaron por los pueblos de nuestra isla, algunos con relaciones con la propia cúpula militar del regimiento de milicias. Porque en Humanidades no está todo dicho. La tecnología avanza y se pueden rastrear archivos en la distancia, convirtiéndo a muchos en “historiadores locales” de Fuerteventura. Algo se ha logrado.

ⓒ Francisco Javier Cerdeña Armas.-