Reapertura de la oficina postal de
Puerto de Cabras, 1914
Hace
cien años, en 1914, se puso en funcionamiento la oficina postal de Puerto de
Cabras, siendo su primer administrador don Juan Salvá y Pons, al que sucedió el
majorero don José Medina Berriel y, a su jubilación, el hijo de este pueblo,
don Alfonso Felipe Domínguez; luego llegarían los trasladados don Rodrigo
García Poves, que inauguró las dependencias que se abrieron en 1968 y quienes
le sucedieron en el cargo.
Con
anterioridad ya había funcionado en Puerto de Cabras aquella dependencia postal
desde al menos 1873 a
1891 en que fue suprimida.
En
1909 se había organizado el servicio postal estableciendo conducciones a
caballo desde Puerto de Cabras a La
Oliva por Tetir, y desde Puerto de Cabras a Antigua Por
Casillas del Ángel.
Diez
años después, en 1919, la Dirección General
de Correos creó la administración central de Las Palmas de Gran Canaria (más
tarde de Las Palmas, en consonancia con el decreto de división provincial de
1927) y reorganizó el servicio postal de Fuerteventura con una conducción de
Puerto de Cabras a Gran Tarajal y carterías rurales en Tetir, Casillas del
Ángel, La Ampuyenta
y la de Puerto de Cabras… después llegarían las Carterías de Enlace Puerto del
Rosario-Salinas del Carmen por el Matorral y la de Puerto del
Rosario-Guisguey-Time, por Puerto Lajas, entre otras; convertida ya la de
Puerto del Rosario en Oficina Técnica de Correos y Telégrafos.
Aquellas
fueron las líneas de reparto cubiertas por nuestros carteros rurales que se han
ido simplificando y modernizando.
Pero
la figura del “cartero rural” en sentido tradicional, de persona cercana y
entrañable está en trance de desaparición, seguramente esperando un sentido
homenaje; aunque ya pocos quedan de la época en que nuestro municipio y nuestra
isla eran deficitarios en carreteras; los tiempos a que nos referimos (décadas
de 1940-1970).
"Juanito el Cartero", escultura de Silverio López Márquez en la rotonda de entrada al valle de Tarajalejo (Tuineje). [Foto de Berto García Méndez] |
Este
funcionario conocía a todos y cada uno de los habitantes de los pagos en que
ejercía su trabajo repartiendo la correspondencia y adivinando muchas veces
quién era el destinatario de tal o cual envío por el simple apodo o por una
anécdota que quedó en la memoria colectiva.
A
él acudían los suministradores de servicios o de reparto de mercancías en
demanda de ayuda, a los que respondía planteándose reflexiones como ésta, poco
más o menos: “Curbelo…y cómo dice que es el segundo apellido… Ah, claro, este
viene a ser el chico de Eulalio…pero… ¡ahora está en Villa Cisneros!”; todo un
ejercicio de genealogista y conocedor de las familias del lugar, parangonable
con el cura o el maestro.
El
cartero rural llegaba a ser un auténtico “perito conocedor”, siendo buscado
para esclarecer propiedades, porque no sólo conocía las familias: también las
tierras y hasta las marcas de ganado y, como decíamos, hasta los nombretes, que
usaba discrecionalmente para amueblar su memoria.
Hacía
de escribano y lector a domicilio ayudando a quienes no tuvieron posibles o les
faltó tiempo para aprender a leer y escribir, no por desidia, sino por tener
que ayudar a la familia en las tierras, con el ganado y hasta en la casa…
Aguardado en los pueblos, el traía las pensiones y subsidios de los mayores y les entregaba los giros que los
muchachos les mandaban desde sus lugares de trabajo cuando emigraban o estaban
en el cuartel…
Por
eso muchas veces ejerció también de comisionado cuando no de alcalde de barrio.
Eran
nuestros carteros rurales los antiguos peatones que “circulaban” los oficios y
la correspondencia oficial y particular primero a pie, luego a caballo, después en bicicleta y más
tarde motorizándose con motocicletas y coches, hasta nuestros días.
La
“casa del correo” o la “casa del teléfono” en nuestro pagos fue señalizada con
un cartelito y se acompañaba la primera con el oportuno buzón.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas