Pero al que, en los días 19
a 21 de noviembre de 1928, le pagamos el agasajo que le
hicieron en las otras islas.
Cuentan las crónicas que el Dictador
planeaba su viaje a Canarias a mediados de años, pero la travesía le resultaba
pesada. Pensar en varios días de navegación al Archipiélago le producía
desazón, lo inquietaba porque le traía recuerdos de su tiempo en el Caribe.
Pero había que organizar el
partido único de su unión patriótica y festejar recientes triunfos en la guerra
de Marruecos; no podía dejar a un lado a los habitantes de ultramar y cometer
el error que llevó a la debacle del viejo imperio español.
Por fin la agenda logró encajar
aquel sueño aún a costa de tornarse pesadilla. Sería a finales de noviembre de
1928.
Y la decisión del Primo de Rivera
saltó a la prensa: El Marqués de Estella viajaría a Canarias entre el 20 y el
30 de noviembre.
La maquinaria se puso en marcha
y, de arriba abajo, de una isla a otra, ayuntamientos y cabildos consignaron
unos gastos para agasajo al presidente del Directorio.
En Fuerteventura el Cabildo dio
600 pesetas y, bastante menos, los ayuntamientos que, maltrechos en sus
haciendas, acudieron a la oligarquía que no dudó en aportar el apoyo financiero
de sus propios caudales. Las listas de donativos se hicieron interminables en
el periódico Diario de Las Palmas.
En Santa Cruz de Tenerife y en
Las Palmas de Gran Canaria se le tributó a Primo de Rivera tal recibimiento que
nunca antes se había visto tal desparpajo de fotografías, tantos ríos de tinta
y tantos comentarios en los distintos periódicos de las islas.
Pero aquí, como en el resto de
las islas menores, nuestros antepasados se quedaron perplejos: de punta en
blanco para hacer de anfitriones de quien se acojonó por el estado de la mar y
retornó a la Península Hispanica
sin decir adiós.
Ni siquiera un cable, un
telegrama, se lamentaron algunos… La calle Fernández Castañeyra se quedó con
sus efímeros arcos florales, las banderas que lucían ventanas y balcones
animaron el desconsuelo de quienes optaron por celebrar que el Dictador estaba
en las capitales de las dos islas mayores…
Los fastos organizados se
quemaron así a la luz del desconsuelo de una visita que no llegó.
Los majoreros, como los
gracioseros, conejeros, herreños, gomeros y palmeros, se quedaron con las
ganas, recordando otras visitas: el Ministro de Marina en 1905, Alfonso XIII en
1906, el Ministro de Justicia en 1927 y ahora, en 1928, con la del primer
gobernador civil de la Provincia Oriental
de Canarias.
El escenario escogido en la que
nos ocupa fue la calle Fernández Castañeyra, esquina a las calles del Rosario y
Fuerteventura, delante del edificio que compartían Ayuntamiento de Puerto de
Cabras y Cabildo de la isla para sus menesteres político-administrativos.
Y lo curioso del asunto es que
hasta se ilustró con fotografías la escenificación de aquel fracaso; al dorso
de algunas de ellas se anotó “esto es de cuando vino Primo de Rivera”,
ocultando que sólo había plantado sus dictatoriales pies en dos de las ocho islas
habitadas de Canarias.
Quien quiera saber del caso
encontrará muchos artículos en la prensa de la época, porque los cronistas,
sencillamente guardaron sus bártulos en las islas menores y nada escribieron
sobre tan triste visita porque, simplemente, no se realizó.