lunes, 17 de noviembre de 2014

Majoreros en la Araucanía, 1903-1904

De Fuerteventura a Sudamérica en 1903. Algunos de nuestros antepasados se atrevieron en una de las empresas más duras de la colonización del sur de Chile, donde compartieron desgracias con los boers que se trasladaron después de las guerras en Sudáfrica, con los propios mapuches de la zona y, sobre todo, con unas condiciones climáticas para las que no estaban preparados.


Al sur de Chile y a principios del siglo XX aún permanecían las tierras indómitas que durante cuatrocientos años la metrópoli española no supo o no quiso colonizar, dejándolas al natural proceso de convivencia entre colonos e indígenas.
Superada su propia etapa colonial, la nueva república chilena intentó consolidar aquellos territorios con una legislación que propiciara la atracción de población extranjera para cultivarlos y explotarlos, casi sin tener en cuenta los derechos preexistentes de quienes individualmente avanzaban hacia el sur y los de los propios indígenas mapuches. El gobierno chileno se limitó a otorgar múltiples concesiones de colonización a empresas privadas que se comprometieran al reclutamiento de familias agricultoras y pescadoras entre 1900 y 1904.
Uno de los empresarios que obtuvo concesión para la explotación de tierras en la Araucanía, al sur del Bío-Bío, fue Francisco Sánchez Ruiz, oriundo de Canarias, quien se comprometió con el Gobierno Chileno a transportar 300 familias de las islas para la puesta en explotación de tierras entre los rios Imperial y Toltén, junto al lago Budi.
Aquel fue un proyecto que se recondujo a principios de 1903, al hacerse cargo la Empresa Colonizadora del Budi, accionada mayoritariamente por Eleuterio Domínguez y Cia., y que abrió las expectativas migratorias a colonos de otras regiones españolas, pero que puso al descubierto otro de los tristes destinos de la emigración canaria a Hispanoamérica.
Las duras condiciones climáticas pero sobre todo la pésima administración de la Colonia presagiaron desde el primer momento el fracaso de la misma.
Los canarios apenas tuvieron información detallada de adónde iban. Fueron reclutados mediante anuncios que la prensa regional publicó en Tenerife y en Gran Canaria, y embarcaron en el puerto de La Isleta, punto de concentración de los colonos que llegaron desde las islas occidentales a bordo del pailebote San Vicente y de las orientales en los veleros que encontraron, cuando no habían llegado desde la etapa de construcción de los muelles y el puerto.
A principios de octubre de 1903 arribaba al puerto grancanario el vapor Orellana, de la Pacific Steam Ship Navegation Co., con otras tantas familias captadas por Eleuterio Domínguez en la península española, y aquí subieron a bordo las 50 familias canarias del primer lote reclutado por los representantes de Francisco Sánchez Ruiz, para zarpar el día cuatro del mismo mes.
Llegaron a Talcahuano, cerca de Concepción, en lo primeros días de noviembre, después de una dura travesía: De Gran Canaria a Rio de Janeiro, de allí a Buenos Aires para continuar hacia el sur, en busca del estrecho de Magallanes que los llevaría al Pacífico, por el que navegaron durante más de dos mil kilómetros hasta el puerto de destino. Después las carretas y carromatos: de Talcahuano a Temuco y desde allí a Cacahué y Puerto Saavedra; aún les quedaban otros quince o veinte kilómetros para llegar a Puerto Domínguez, que estaban fundando, a orillas del lago Budi, cabecera de la Colonia de Eleuterio Domínguez y Cia.

Entre los viajeros colonos estaba el majorero Domingo García Betancourt, con su esposa y sus hijos; uno de los que, ante el abandono de las autoridades diplomáticas españolas, plantaría cara a las duras condiciones de la Empresa y que bregado en las guerras coloniales por su condición castrense, emprendió la huida en 1905 con la intención de llegar a la Argentina, siendo detenido por agentes que respondieron a la denuncia de estafa que le presentó Eleuterio Domínguez y Cia., y encarcelado en la prisión de Nueva Imperial.
Una de las condiciones que no leyeron los colonos, encandilados por la concesión de parcelas a su favor, fue la de la obligación de permanecer viviendo en la misma, comprar en su economato con un dinero propio de la Colonia, hasta redimir el coste del pasaje que les habían adelantado en concepto de préstamo y el tiempo de trabajo comprometido.
Por eso, porque las condiciones climáticas fueron durísimas y porque muchos de ellos desconocían los oficios forestales y aún agrícolas, a Domingo García siguieron otros tantos en el abandono del compromiso, dispersándose por la zona del Budi, Puerto Saavedra, Concepción, donde practicaron la pesca, o cruzando los Andes, rumbo a Argentina.
Y el beneficio empresarial en tierras: más del doble de lo asignado a cada familia de colonos. Uno de los inconvenientes que tuvo la planificación de empresas colonizadoras sobre aquel territorio fue el hacerlas sobre el mapa, sin tener en cuenta los derechos preexistentes de agricultores nacionales chilenos y de indígenas mapuches; una circunstancia que colocó en el punto de mira de la crítica a los propios colonos, tan desgraciados como aquellos.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

Para saber más:
-         Concepción Navarro Azcue y Baldomero Estrada Turra (2004), en su trabajo “Los canarios en la colonización del Sur de Chile, 1900-1912” y Maribel Lacave (2006) con su libro “Los Canarios del Lago Budi”, se acercaron a este curioso capítulo de la emigración isleña a Hispanoamérica.
-         Leídos aquellos trabajos, acudimos a la prensa regional de Canarias de la época, consultable en el archivo de prensa digital JABLE, de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

-         Mapuche: Fotografías siglos XIX y XX, construcción y montaje de un imaginario, Santiago de Chile, Pehuén, cop. 2001.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Puerto de Cabras en el corazón

Seguiremos paseando por el viejo Puerto de Cabras, caminando por la calle del Telégrafo, por la del Puente, la playa de las Escuevas o la playa de Los Pozos… Nos asomaremos a la Marina para percibir olores de mar antiguo, de sebas, de yodo; para sentir la espuma de las olas que baten el mentidero de la Explanada, junto al Muelle Chico y el “18 de Julio”, para escuchar el ruido que los carros y las pezuñas de sus bestias arrancan al adoquinado.


En el Paragüitas, en la Bola de Oro o en el kiosco de Antoñito nos detendremos mirando al mar, ese mar que otros prefieren otear desde la balaustrada de la Plaza de España…
Seguiremos, en fin, paseando por el viejo Puerto de Cabras, porque con el nombre perdimos o alteramos el frente marítimo de un pueblo con vocación marinera, al menos de gentes que recuerdan la vieja marina, que recuerdan los barquillos, las gabarras, las goletas, pailebotes y correillos
Que añoran el bullicio de la chiquillería en la playa del muellito, sus aventuras en botes de hojalata o en cámaras de ruedas, esquivando las vísceras que llamaban payos; sus acrobacias de improvisados saltadores desde el malecón, desde la cucaña en el día del Carmen…
Que se estregan los ojos con la humacera de la cal mezclada con los olores del ardiente carbón; con los aromas del pescaito frito y de los churros de Durante…
Que no se sorprenden con el estruendo de piedras volteadas por los camiones sobre el muelle grande, con rebuznos de las burros de algún carro que pasa…
Seguiremos escuchando los sones que se escapan del Pay-Pay, de La Sirena, del Unión Puerto o del Casino, mezclados en nuestra memoria con la música de la Banda de Municipal, seguramente aromados con la fritura de carne cochino en algún chiringuito de la fiesta…
Ya casi nadie escucha la escandalera de los bidones que, desde el muelle, rodaban los muchachos hasta la gasolinera de Don Teodomiro; las voces de Matarife ¡barreno y fuego! cuando se abrían las zanjas del saneamiento a fuego…
Casi nadie escucha ya el silencio de los cortejos que acarreaban a los difuntos hasta la iglesia o los que los llevaban desde ésta al viejo cementerio, serpenteando junto a paredes y tarajales, orillando viejos barranquillos…
Los adioses de quienes tuvieron que marchar a Villacisneros, a El Aium, a Sidi-Ifni se recuerdan en furtivos y efímeros retornos para el Carmen, para el Rosario…
Sordinas que la Historia grande de los países y naciones impusieron para atenuar el lamento: edificios de más de once pisos ¡también aquí!, faltaría más; piche para tapar viejos adoquines; ¡Legionario, Legionario…!...
Seguiremos paseando por el antiguo Puerto de Cabras; con el viejo Puerto en los corazones, echando la quiniela en el quiosco de Eugenio, yendo para el Cine Marga o caminando a Los Pozos para ver el partido Unión Puerto-Gran Tarajal, un encuentro que salpimienta la historia con viejas rivalidades…

Caminaremos, en fin, por el paseo que hoy nos lleva a Playa Blanca, aunque no sé si es el salitre que me pica en los ojos, el murmullo de las olas, o el pregón de El Colorao el que me reaviva esta ristra de pensamientos, de sentimientos que me arrancan un hondo suspiro del alma, un lugar donde aún el Puerto sigue siendo de Cabras.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

jueves, 26 de junio de 2014

Bibliografía. La prensa majorera antes de 1936

Ayer, 25 de junio, se presentó en Puerto del Rosario el libro de Mario Ferrer “Prensa, sociedad y cultura en Lanzarote y Fuerteventura. 1852-1936”. El libro recoge parte de su tesis doctoral en la que se extendió hasta 1982, para dar entrada a la prensa de la transición política en España.
Tuve el honor de leer aquel extenso trabajo en la parte correspondiente a Fuerteventura, razón por la que me comprometió a estar presente en el acto de presentación.
Cuarenta y pico cabeceras de la prensa conejera frente a las tres majoreras, se cuestionó alguno en el debate que siguió a las palabras del autor. Se extendió, como no podía ser de otro modo, en los tres periódicos editados en Fuerteventura: uno manuscrito y confeccionado totalmente manuscrito por Marcial Manuel Velázquez Curbelo, y dos confeccionados en Puerto de Cabras pero impresos en Gran Canaria.
La pregunta sobre la disparidad en el número de cabeceras no podía tener otra respuesta: los conejeros eran muchos más activos que los promotores de Fuerteventura, porque ¿cómo se iba a sostener un periódico rodeado del casi el noventa por ciento de analfabetismo?
Pero la abundancia querrá decir peso, pero no calidad y empaque. Muchos de los medios que se publicaron el Lanzarote fueron fugaces destellos del empeño de sus promotores por hacerse oír en las islas “centrales de Canarias”, Gran Canaria y Tenerife, hacía donde iba buena parte de los periódicos.


Pero ¿y los de Fuerteventura? El primero, el manuscrito de Marcial Manuel nace Tiscamanita en 1881, un lugar que ni siquiera era capital municipal, alentado más por la inquietud intelectual de uno de los miembros de la familia Velázquez que por auténtica necesidad de hacer de vocero del sur. Como una centella, “El Eco de Tiscamanita”, que así se llamaba aquel periódico, duró muy poco.
El segundo, La Aurora, hecho Puerto de Cabras y dirigido por José Castañeyra Carballo con el respaldo intelectual de Ramón Fernández Castañeyra, personaje de muy amplia trayectoria intelectual y política; A nadie se le esconde que era un cacique; en palabras del recordado Francisco Navarro, un cacique que hizo cuanto pudo por Fuerteventura, siempre que no perjudicase sus intereses propios. Pero el periódico y sus creadores se movieron en la línea liberal del partido de Fernando León y Castillo y eso, aún hoy, parece merecer el silencio impuesto por quienes todavía siguen mirando con cristal teñido.
El autor del libro que se presentaba ayer tarde ponderó a “La Aurora” como el de mayor calidad por su diseño y contenido. Fue de los de más larga duración: se editó desde 1900 a 1906, unos 295 ejemplares y algo más de mil páginas de historia majorera.
El tercero de los periódicos de Fuerteventura que trató Mario en su obra, fue “La Voz Majorera”, y también se hizo en Puerto de Cabras, lo administraba Ángel González Brito, aunque se imprimía en Las Palmas de Gran Canaria. La corta vida de esta cabecera sitúa su nacimiento en noviembre o diciembre de 1922, si nos atenemos a la noticia que de ella dio el republicano “El Progreso”, de Santa Cruz de Tenerife; y su muerte en la primavera de 1923.
Algunos se cuestionaron la falta de contestación a las reivindicaciones de periódicos como los tratados, caso de “La Voz Majorera”, que nació para morir con los estertores de la Restauración, cuando sonaron los sables que hicieron efectiva la dictadura de Primo de Rivera y la censura impuesta a la prensa.


¿Dónde pueden consultarse estos periódicos? ¿Son conocidos por el gran público? Por más que uno busca, los escasos números de “El Eco de Tiscamanita”, del que ya diera noticia María Dolores de la Fe en la década de 1980, parecen estar en la Fundación Manuel Velázquez; los de “La Voz Majorera” sé que los conservaba Guillermo Sánchez Velázquez en su archivo: pude ver algunos que el me mostró en su casa.
La Aurora”, en cambio, ha tenido otro camino: lo donó don Ramón Castañeyra Schamann, hijo y nieto de sus promotores, al Ayuntamiento de Puerto del Rosario con su biblioteca; cuyo legado se menciona en la primera cláusula del testamento del amigo de Unamuno en Fuerteventura.
Archivos de prensa digital como los de las universidades de La Laguna y Las Palmas de Gran Canaria, apenas recogen dos años de “La Aurora”, 1900 y 1901, coincidentes con una de las carpetas en que el viejo Ramón encuadernó esta magnífica colección. Nada más. Todavía, en pleno siglo XXI tenemos que desplazarnos incluso de isla para poder consultar nuestra historia.
Y hay quien desde esta precisa atalaya cronológica se conforma con mantener la fijación por estos pocos hitos de la prensa en Fuerteventura: unos para difundirlos, otro para silenciarlo, sin convidar y animar a los nuevos estudiosos a investigar y rastrear la existencia de otras empresas periodísticas de Fuerteventura que, de seguro, las hubo.
Mirándonos el ombligo no avanzaremos y seguramente vamos en contra de la filosofía de aquellos medios que aspiraban justamente a todo lo contrario: hablar de nuestra isla, que se oyera su voz no sólo en las islas centrales de Canarias, sino en la Península y aún en el extranjero. No es extraño que algún día aparezca otra colección de “La Aurora” en otro punto de la mundial geografía y se sorprendan muchos del porqué sigue tapada en el lugar que nació.

Mi enhorabuena, una vez más, a Mario Ferrer por su trabajo, ojalá su ejemplo cunda y abra vías de investigación a futuros majoreros que, de verdad, busquen, rastreen e investiguen con la vocación difusora de este conejero.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

viernes, 21 de marzo de 2014

El General que no quiso visitarnos

Pero al que, en los días 19 a 21 de noviembre de 1928, le pagamos el agasajo que le hicieron en las otras islas.

Cuentan las crónicas que el Dictador planeaba su viaje a Canarias a mediados de años, pero la travesía le resultaba pesada. Pensar en varios días de navegación al Archipiélago le producía desazón, lo inquietaba porque le traía recuerdos de su tiempo en el Caribe.
Pero había que organizar el partido único de su unión patriótica y festejar recientes triunfos en la guerra de Marruecos; no podía dejar a un lado a los habitantes de ultramar y cometer el error que llevó a la debacle del viejo imperio español.
Por fin la agenda logró encajar aquel sueño aún a costa de tornarse pesadilla. Sería a finales de noviembre de 1928.
Y la decisión del Primo de Rivera saltó a la prensa: El Marqués de Estella viajaría a Canarias entre el 20 y el 30 de noviembre.
La maquinaria se puso en marcha y, de arriba abajo, de una isla a otra, ayuntamientos y cabildos consignaron unos gastos para agasajo al presidente del Directorio.
En Fuerteventura el Cabildo dio 600 pesetas y, bastante menos, los ayuntamientos que, maltrechos en sus haciendas, acudieron a la oligarquía que no dudó en aportar el apoyo financiero de sus propios caudales. Las listas de donativos se hicieron interminables en el periódico Diario de Las Palmas.
En Santa Cruz de Tenerife y en Las Palmas de Gran Canaria se le tributó a Primo de Rivera tal recibimiento que nunca antes se había visto tal desparpajo de fotografías, tantos ríos de tinta y tantos comentarios en los distintos periódicos de las islas.
Pero aquí, como en el resto de las islas menores, nuestros antepasados se quedaron perplejos: de punta en blanco para hacer de anfitriones de quien se acojonó por el estado de la mar y retornó a la Península Hispanica sin decir adiós.


Ni siquiera un cable, un telegrama, se lamentaron algunos… La calle Fernández Castañeyra se quedó con sus efímeros arcos florales, las banderas que lucían ventanas y balcones animaron el desconsuelo de quienes optaron por celebrar que el Dictador estaba en las capitales de las dos islas mayores…
Los fastos organizados se quemaron así a la luz del desconsuelo de una visita que no llegó.
Los majoreros, como los gracioseros, conejeros, herreños, gomeros y palmeros, se quedaron con las ganas, recordando otras visitas: el Ministro de Marina en 1905, Alfonso XIII en 1906, el Ministro de Justicia en 1927 y ahora, en 1928, con la del primer gobernador civil de la Provincia Oriental de Canarias.
El escenario escogido en la que nos ocupa fue la calle Fernández Castañeyra, esquina a las calles del Rosario y Fuerteventura, delante del edificio que compartían Ayuntamiento de Puerto de Cabras y Cabildo de la isla para sus menesteres político-administrativos.
Y lo curioso del asunto es que hasta se ilustró con fotografías la escenificación de aquel fracaso; al dorso de algunas de ellas se anotó “esto es de cuando vino Primo de Rivera”, ocultando que sólo había plantado sus dictatoriales pies en dos de las ocho islas habitadas de Canarias.

Quien quiera saber del caso encontrará muchos artículos en la prensa de la época, porque los cronistas, sencillamente guardaron sus bártulos en las islas menores y nada escribieron sobre tan triste visita porque, simplemente, no se realizó.

sábado, 15 de marzo de 2014

El servicio postal y los carteros rurales

Reapertura de la oficina postal de Puerto de Cabras, 1914

Hace cien años, en 1914, se puso en funcionamiento la oficina postal de Puerto de Cabras, siendo su primer administrador don Juan Salvá y Pons, al que sucedió el majorero don José Medina Berriel y, a su jubilación, el hijo de este pueblo, don Alfonso Felipe Domínguez; luego llegarían los trasladados don Rodrigo García Poves, que inauguró las dependencias que se abrieron en 1968 y quienes le sucedieron en el cargo.

Con anterioridad ya había funcionado en Puerto de Cabras aquella dependencia postal desde al menos 1873 a 1891 en que fue suprimida.
En 1909 se había organizado el servicio postal estableciendo conducciones a caballo desde Puerto de Cabras a La Oliva por Tetir, y desde Puerto de Cabras a Antigua Por Casillas del Ángel.
Diez años después, en 1919, la Dirección General de Correos creó la administración central de Las Palmas de Gran Canaria (más tarde de Las Palmas, en consonancia con el decreto de división provincial de 1927) y reorganizó el servicio postal de Fuerteventura con una conducción de Puerto de Cabras a Gran Tarajal y carterías rurales en Tetir, Casillas del Ángel, La Ampuyenta y la de Puerto de Cabras… después llegarían las Carterías de Enlace Puerto del Rosario-Salinas del Carmen por el Matorral y la de Puerto del Rosario-Guisguey-Time, por Puerto Lajas, entre otras; convertida ya la de Puerto del Rosario en Oficina Técnica de Correos y Telégrafos.
Aquellas fueron las líneas de reparto cubiertas por nuestros carteros rurales que se han ido simplificando y modernizando.

Pero la figura del “cartero rural” en sentido tradicional, de persona cercana y entrañable está en trance de desaparición, seguramente esperando un sentido homenaje; aunque ya pocos quedan de la época en que nuestro municipio y nuestra isla eran deficitarios en carreteras; los tiempos a que nos referimos (décadas de 1940-1970).

"Juanito el Cartero", escultura de Silverio López Márquez en la rotonda de entrada al valle de Tarajalejo (Tuineje). [Foto de Berto García Méndez]
 

Este funcionario conocía a todos y cada uno de los habitantes de los pagos en que ejercía su trabajo repartiendo la correspondencia y adivinando muchas veces quién era el destinatario de tal o cual envío por el simple apodo o por una anécdota que quedó en la memoria colectiva.
A él acudían los suministradores de servicios o de reparto de mercancías en demanda de ayuda, a los que respondía planteándose reflexiones como ésta, poco más o menos: “Curbelo…y cómo dice que es el segundo apellido… Ah, claro, este viene a ser el chico de Eulalio…pero… ¡ahora está en Villa Cisneros!”; todo un ejercicio de genealogista y conocedor de las familias del lugar, parangonable con el cura o el maestro.
El cartero rural llegaba a ser un auténtico “perito conocedor”, siendo buscado para esclarecer propiedades, porque no sólo conocía las familias: también las tierras y hasta las marcas de ganado y, como decíamos, hasta los nombretes, que usaba discrecionalmente para amueblar su memoria.
Hacía de escribano y lector a domicilio ayudando a quienes no tuvieron posibles o les faltó tiempo para aprender a leer y escribir, no por desidia, sino por tener que ayudar a la familia en las tierras, con el ganado y hasta en la casa…
Aguardado en los pueblos, el traía las pensiones y subsidios de los mayores y les entregaba los giros que los muchachos les mandaban desde sus lugares de trabajo cuando emigraban o estaban en el cuartel…
Por eso muchas veces ejerció también de comisionado cuando no de alcalde de barrio.
Eran nuestros carteros rurales los antiguos peatones que “circulaban” los oficios y la correspondencia oficial y particular primero a pie, luego a caballo, después en bicicleta y más tarde motorizándose con motocicletas y coches, hasta nuestros días.


La “casa del correo” o la “casa del teléfono” en nuestro pagos fue señalizada con un cartelito y se acompañaba la primera con el oportuno buzón.

El primer edificio postal de Fuerteventura se construyó en Gran Tarajal, Tuineje, en la década de 1950, con fondos de Regiones Devastadas. Una obra que contrarrestaba las inversiones de otro edificio oficial en Fuerteventura: La Delegación Insular de Gobieno de Puerto de Cabras.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

viernes, 21 de febrero de 2014

Ecos de la prisión de Fuerteventura, entre ficción y realidad

Recuerdos de Tefía 

Cuando lo conocí estaba sentado en el mentidero del Muelle Chico, apoyado en su muleta de madera y parecía contar los adoquines de La Explanada mientras una suave brisa jugaba en su escasa cabellera, acariciándolo.
Me sostuvo la mirada durante unos instantes y, mesándose los pelos de una rala barba, volvió la mirada hacia la playita del muelle, hablándome como ausente.
Decidí seguir el objeto de su aparente atención y me topé con las arenas donde los barquillos reposaban desde tiempo inmemorial. Allí centelleaban los vidrios redondeados de las primeras botellas de ron que se descorcharon en Puerto de Cabras, una y mil veces removidas por el mar.
Era relajante y, cada reflejo parecía abrir un nuevo recuerdo en maestro Juan. Lo escuchaba entre el rumor de las aplaceradas olas. Uno a uno se me fueron grabando en la memoria; entonces cerré el bloc y guardé el lápiz: lo que contaba me sobrecogió. Abrí la grabadora y le dejé hablar…
Tiempo después, repasando las notas y las cintas con las entrevistas sobre Tefía, me topé con la de Juanito. Entonces él ya había muerto, pero su voz me repitió una y otra vez lo que, poco más o menos, contaba…



¡Se ponga firmes, coño! Gritó el alcaide con tono desquiciado.
Recién había llegado lo colocaron allí, en medio de la sala, enfrente de la mesa de quien parecía ser el director. Aquel que pronunció la orden casi gritando.
Estaba de pie, descalzo y casi desnudo, con una barba de pocas semanas; sudoroso, temblando… Custodiado por dos elementos que, en lo único que se diferenciaban de él era en la camisa azul mahón que ambos llevaban muy a gala, y con alpargatas de esparto y lona, y en la mano de uno de ellos un viejo máuser que no dudó en utilizar para dar un culatazo en la barriga del reo cuando vio que se levantaba el alcaide.
Eustaquio –que así se llamaba el preso- se tambaleó con el golpe, esparciendo gotas de sudor sobre sus guardianes, pero no gritó; al menos no articuló palabra de dolor, sólo se adivinó en su cara un gesto como el de quien traga un erizo con púas y todo…
El alcaide Pedro de San Felipe se apoyó en la mesa con los brazos cruzados, murmurando “menudos redaños tienes, cabrón”: a ver cómo te portas dentro de unos días… Y dirigiéndose a los guardianes les requirió el parte de traslado del reo.
Entonces se adelantó el que no portaba el máuser, pero que tenía unos hilillos en las hombreras de la camisa azul, como evocando viejos rangos y le entregó una carpetilla mugrienta en la que se adivinaba un membrete con escudo imperial y la leyenda “Comandancia Militar de Fuerteventura”.

¡Asistente!, ¡Asistente! -gritó de nuevo el alcaide. Y al otro lado de la puerta semiacristalada se vio cómo una sombra se levantaba y se acercaba a la puerta que, de inmediato se abrió dando paso a un bien parecido mozo de cara afeitada y gafitas redondas; se dirigió al rincón en el que, en penumbras se adivinaba una mesilla auxiliar sobre la que reposaba una vieja hispano olivetti de carro largo y de color negro junto a un puñado de folios y varias tongas de expedientes apilados de tal forma que parecían desafiar la fuerza de la gravedad.
Cuando usted quiera, señor director –dijo el joven recién llegado, dispuesto a mecanografiar el parte de ingreso de un nuevo recluso:
Y al dictado fue anotando las palabras de su superior:
“En el lugar de Tefía, siendo las 11:30 horas del día 18 de mayo, se personaron en mi despacho quienes se identificaron como falangistas de Puerto de Cabras y que a requerimiento –según decían- del Comandante Militar de la isla, acudieron al acuartelamiento de la calle León y Castillo para hacerse cargo del preso Eustaquio, detenido en la playa del muelle chico en los momentos y por las razones que rezan en el expediente y que luego se dirán…”

Delante de las oficinas del presidio de Tefía descansaba el chevrolet número 2189 en el que Esteban los había traído. Y allí aguardaba el viejo camarada, con su camisa azulona, con su boina roja, sus polainas y sus botas en animada plática con uno de los vigilantes del presidio.

Recuerdo cuando hicieron estas casas –comentaba Esteban- en 1940 o 1941; bueno eso fue la construcción, porque el meneo de las tierras ya había empezado durante la Guerra… Aquí estuvieron muchos rojos presos, trabajando, despedrando y limpiando para hacer la pista de aterrizaje…

A la sombra seguía el alcaide  cumplimentando el ingreso del nuevo recluso: A ver, Asistente, léame lo último que le dije, que quiero insertar aquí el atestado de su detención…

“En el lugar de Tefía…” –contestó el asistente con ánimo de seguir.

Todo no, ¡coño!, lo atajó su superior: dígame sólo la última frase.
Ah, sí, prosiguió el asistente: “…detenido en la playa del muelle chico en los momentos y por las razones que rezan en el expediente y que luego se dirán…”, y se calló.

Si, sí, tome nota:

Según el atestado que le abrió el Jefe del puesto de la Guardia Civil en Puerto de Cabras, expediente número 1.111, en la playa del muelle chico se detectó la presencia de un individuo que sentado en el centro mismo de la arena, profería gritos irrepetibles contra su Excelencia el Generalísimo, según manifestaron algunos testigos presenciales que se apresuraron a dar parte a la pareja, la cual, allí personada procedió a reducir a quien resultó ser Eustaquio, de oficio pescador, y conocido en la localidad por el manco… Todo esto me lo pones entre comillas, precisó el alcaide.

Hacía ya más de un año que se estaba preparando la visita del General Franco y este caso no vino más que a acentuar la extrema vigilancia que se había desplegado en Puerto de Cabras: En la Explanada, a la salida del muelle grande, y las entradas de las carreteras de La Oliva, Tetir, Casillas, El Matorral y Puerto Lajas se situaron puestos de control militares y las parejas de la Guardia Civil transitaban con bastante frecuencia estas vías.Tanto fueron los movimientos inversores y de vigilancia en la isla durante los años de la segunda guerra mundial que, cuando Franco se atrevió a viajar, lo hizo a Canarias, para recordar los momentos iniciales del “alzamiento”, pero también visitar y conocer de primera mano la isla atlántica que pudo haber sido alemana en 1941-43, como alternativa a la fallida caída del Peñón o el cierre del Canal de Suez.El Jefe del Estado fue ampliamente informado de cuanto el Mando Económico de Canarias había hecho durante aquellos años de la década de 1940 en Fuerteventura, lamentándose de la pérdida de un personaje como García Escámez. No había más que enumerar las obras: barriadas obreras, cuarteles, presa, colonia rural, aeropuerto de Tefía… Toda una estrategia para poner en valor una isla que pudiera ser decisiva en el contexto norteafricano, caso de que Gran Canaria cayera en manos inglesas, como insinuó alguno de sus asesores.

… “Y vengo en ingresar en la prisión que dirijo al reo de nombre Eustaquio, con adscripción a la cuadrilla de trabajos forzados en fincas, canalizaciones y carreteras”, concluyó el alcaide advirtiendo al asistente que lo entrecomillara y pusiera la data para firmar. Termine los papeles que ahora vuelvo.
Acompáñenme por aquí –dijo a los dos falangistas- que arrastraron al preso por un largo pasillo que les condujo a una de las dos únicas celdas allí existentes.
Se oyeron murmullos tan pronto se abrió la puerta, pues aún quedaban allí algunos que no pudieron salir a los trabajos en La Presa, y sin más cerraron el cuarto y deshicieron el camino hasta la calle, donde aguardaba el coche que debía retornar a Puerto de Cabras.

Diez años antes, durante los prolegómenos de lo que sería II Guerra Mundial, Fuerteventura, apareció en cuantos informes y documentos alimentaron la operación “Félix”, con la que los alemanes intentaban ocupar una de las islas del Archipiélago. Si España entraba en la contienda mundial lo haría del lado del Eje, lo que mosqueaba a los ingleses que veían así peligrar su hegemonía en el Peñón ante una eventual ocupación española; como también los inquietaba el bloqueo de Suez y el acceso a las colonias del otro lado del mundo. Y con estas perspectivas la salida británica pasaba por invadir, con el apoyo aliado, una de las islas canarias que tuviesen mejores muelles para trasladar a ella su base naval. Apostaron por Gran Canaria, cuyo Puerto de la Luz y su aeropuerto de Gando ofrecían un punto estratégico en el área atlántica. Atinadamente así lo sospecharon los alemanes que intentaron incrementar su presencia en la zona, no sólo para abastecimientos de los U-Boote, que, por otro lado, ya era un hecho, sino por establecer una base atlántica aerotransportada que sirviera de puente a sus apetencias sobre el continente africano. El Mando Económico de Canarias, al frente del cual estaba el Excmo. Señor Francisco García Escámez e Iniesta, asumió todo el control del Archipiélago en los momentos de posguerra y guerra mundial…

Estas eran las lecturas que solía hacer el alcaide de la prisión de Tefía en sus ratos de aburrimiento y sesteo bajo un sol de mediodía, mientras rebuscaba entre los viejos periódicos que aún quedaban en los cuartos de lo que, en otro tiempo, fue cuartel del arma de Aviación, cuando custodiaba el aeródromo que allí funcionó hasta 1952. Aunque las más de las veces fantaseaba y, medio adormecido, se imaginaba oficial de la aerotransportada alemana, visitando las inmediaciones, analizando las aguas, las pesquerías de Los Molinos, la carne que les proporcionaría el ganado de costa que por allí deambulaba… De cuando en cuando, los remolinos y el viento de aquellas llanuras lo envolvían acunándolo hasta la media tarde en que retornaban los presos de los trabajos forzados.

El alcaide se volvió a recostar adormecido y de sus manos cayó el libelo que andaba leyendo, saltando al aire la cuartilla que usaba a modo de marcador:

Comandancia Militar de Fuerteventura, Puerto de Cabras, Mayo de 1950.
Para el Alcaide de la Colonia Penitenciaria de Tefía:
“Los portadores de la presente, falangistas acreditados de Puerto de Cabras, a nuestro requerimiento acudieron para ayudar en el traslado del preso Eustaquio a las instalaciones de ese centro penitenciario, a la espera de abrírsele consejo de guerra por proferir gritos contra su Excelencia el Jefe del Estado y mostrar resistencia a mi autoridad… Aíslesele hasta tanto se le forma dicho consejo… El comandante, don Ceferino”

Saque usted sus propias conclusiones!

Fue la última frase que creí entender en la audición de la cinta del maestro Juan.


Por el respeto a su memoria que es la de todos los que allí estuvieron me decidí a escribir estos folios.

Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

lunes, 10 de febrero de 2014

Carreteras y toponimia: barrancos de nombre desconocido

Barrancos y playas de Puerto del Rosario

En nuestros paseos motorizados o a bordo de nuestros zapatos nos topamos con una serie de accidentes geográficos a los que mentalmente damos nombre, los conocemos, sin caer en la cuenta que otros más jóvenes, visitantes o no nacidos aquí, no tienen por qué conocerlos.
Si imaginamos que la trama urbana y viaria de Puerto del Rosario es un inmenso tapiz que se tiende sobre el territorio, es fácil suponer que una buena cantidad de topónimos quedarían ocultos, olvidados, subterráneos.
Pero ellos, durante mucho tiempo, sirvieron de hitos o mojones que ayudaron a nuestros antepasados a delimitar sus fincas y solares, a orientarse en el trazado de caminos, a referenciar acontecimientos pasados en su entorno con una exactitud propia de los tiempos antiguos, de los tiempos pasados; pero es de mucho interés recordarlos aún en la actualidad.
Por eso aquella toponimia también resulta de gran utilidad a quienes intentan narrar hechos del pasado, ubicar edificios, delimitar caminos, situar accidentes geográficos y sucesos que allí acontecieron…

Barranco Viejo o de La Herradura, cerca de la Garganta del Diablo, en el municipio de Puerto del Rosario, lo cortan caminos y carreteras sin identificarlo. (Foto aportada por Paco Cerdeña)
Nuestro frente marítimo pregona con unos visibles cantiles de basalto dónde estaba la orilla del mar, con muchas de sus playas enterradas y que partiendo, por ejemplo, de la Explanada en dirección sur, por la Avenida Reyes de España, podemos recordar: La de la Carnicería, la de Encarnación Hormiga o de los Jorge, la de Las Cuevas, Escuevas o Mastrantos, la de Juanito El Cojo o del Lastre, La de Los Pozos, la Caleta de Los Pozos y el Carnadero de Los Pozos…
Y aquí me quiero detener. En Los Pozos, porque todo este último entorno alude a los antiguos socavones que permitieron beber a nuestra gente. El barranco del mismo nombre, como el de otros que ahora no vamos a citar, marcó hondamente la toponimia circundante que llegó a bautizar el propio Estadio Municipal.
Sin embargo, el barranco que nos ocupa no aparece identificado en la señalética de carreteras y, como algunos otros, tampoco en el callejero que los soterró.
Acompáñenme, si no, en un recorrido por su cauce desde la desembocadura hasta los cuchillos que separan Casillas del Ángel de Tetir y Las Atalayas del Viso, donde nace.
Poco antes de recibir las aguas de los barrancos de Lugo y Risco Prieto, la carretera del Aeropuerto lo cruza sin pregonar a los curiosos que puentea dicho cauce.
Sigamos el de Risco Prieto hasta las Atalayas del Viso para volvernos a encontrar con que la carretera FV20 y la Circunvalación de Puerto del Rosario saltan por encima sin mencionar su nombre.
Y si ascendemos por el Barranco de Lugo, volvemos a toparnos con la Circunvalación de Puerto del Rosario justo en el punto donde confluye con los Valichuelos o Barichuelos, el Barranco de Jaifa y El Canalizo que, con fuerza viene relevando al de Lucas Méndez hendiéndose en el basalto suelo.

El Barranco del Canalizo, ya citado por  Ramón Castañeyra en en su memoria de costumbres de Fuerteventura en el siglo XIX, lleva las aguas del Barranco Lucas Méndez hasta la confluencia con el de Jaifa-Lugo... Lo vemos impetuoso, por debajo del puente de la antigua carretera de Puerto del Rosario a Tuineje. (Foto aportada por Paco Cerdeña)
Unos y otros vuelven a ser puenteados por la carretera FV20 hacía Antigua en el barranco de Jaifa y en el barranco de El Canalizo donde aquella confluye otra vez con la Circunvalación de Puerto del Rosario, cerca de la Rosa Vila; y en ningún caso la señalética viaria informa de aquellos encuentros, de aquellos topónimos que siguen y seguirán bullendo en la memoria colectiva, siquiera documental o escrita, tan necesaria a los Registradores de la Propiedad, por ejemplo.

El barranco Pilón es un ejemplo que desaparece bajo el proceso de urbanización. Una calle paralela a su cauce perpetua este toponónimo. (Foto aportada por Paco Cerdeña)
Y lo mismo podríamos decir de otros tantos barrancos y barranquillos del municipio de Puerto del Rosario, algunos tan importantes como El de Los Molinos, el de Río Cabras, la Muley, Juana Sánchez o el de La Herradura que permanecen huérfanos de nombre en la señalización viaria, anónimos accidentes de una geografía que intentamos explicar en excursiones de todo tipo porque nos sentimos orgullosos de nuestro patrimonio y también la toponimia forma parte de él.
Concluyo apuntando que cuanta más información se traslade desde el esfuerzo cartográfico a la red de carreteras, caminos y calles, tanto más se enriquecerá nuestra toponimia y por consiguiente, nuestro patrimonio.

Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

domingo, 19 de enero de 2014

El vapor francés "Nada" encalla en El Cotillo, 1899

El vapor francés “Nada” encalla en la punta de Tostón

También los franceses vinieron a degustar nuestro marisco, yendo a embarrancar en un punto próximo al que llegaron a finales del siglo XVIII los tripulantes de la fragata “Mars”, de la misma nacionalidad, en su encontronazo con otra de la armada británica.
El 20 de agosto de 1899 el vapor “Nada” hacía el trayecto desde Lisboa a la costa de África cuando vino a tocar fondo en los bajos de la punta de El Cotillo, donde naufragó, trasladándose sus tripulantes al Puerto de la Luz y de Las Palmas. Los del “Nada”, nada quisieron saber de los majoreros que intentaron auxiliarles pues, cuando los vieron acercarse en los botes, optaron por dispararles varias andanadas… Y los pobres marineros de El Cotillo, acostumbrados a la solidaridad en el rescate de los muchos naufragios que se produjeron en sus costas, recogieron sus barcas y dieron cuenta a la capitanía marítima de Puerto de Cabras. Llegado el asunto a conocimiento del Delegado de Gobierno en Gran Canaria y advertido por el alcalde de Arrecife de la posibilidad de contagios, mandó a las autoridades majoreras que evitaran cualquier contacto con la gente del buque siniestrado.

Y es que los "sucios" fueron los gabachos, no sólo por la ingratitud demostrada, sino porque procedía de puerto apestado, razón por la cual la autoridad grancanaria, tan pronto llegó el bote con los náufragos, mandó su ingreso en el Lazareto de Gando, no sin antes dar cuenta al Gobernador Civil en Santa Cruz de Tenerife. Y a otra cosa “mes enfants”.