Seguiremos paseando por el viejo Puerto de
Cabras, caminando por la calle del Telégrafo, por la del Puente, la playa de
las Escuevas o la playa de Los Pozos… Nos asomaremos a la Marina para percibir olores
de mar antiguo, de sebas, de yodo;
para sentir la espuma de las olas que baten el mentidero de la Explanada , junto al
Muelle Chico y el “18 de Julio”, para escuchar el ruido que los carros y las
pezuñas de sus bestias arrancan al adoquinado.
En el Paragüitas, en la Bola de Oro o en el kiosco de
Antoñito nos detendremos mirando al
mar, ese mar que otros prefieren otear desde la balaustrada de la Plaza de España…
Seguiremos, en fin, paseando por el viejo
Puerto de Cabras, porque con el nombre perdimos o alteramos el frente marítimo
de un pueblo con vocación marinera, al menos de gentes que recuerdan la vieja
marina, que recuerdan los barquillos, las gabarras, las goletas, pailebotes y correillos…
Que añoran el bullicio de la chiquillería en
la playa del muellito, sus aventuras en botes de hojalata o en cámaras de
ruedas, esquivando las vísceras que llamaban payos; sus acrobacias de
improvisados saltadores desde el malecón, desde la cucaña en el día del Carmen…
Que se estregan
los ojos con la humacera de la cal
mezclada con los olores del ardiente carbón; con los aromas del pescaito frito
y de los churros de Durante…
Que no se sorprenden con el estruendo de
piedras volteadas por los camiones sobre el muelle grande, con rebuznos de las
burros de algún carro que pasa…
Seguiremos escuchando los sones que se
escapan del Pay-Pay, de La
Sirena , del Unión Puerto o del Casino, mezclados en nuestra
memoria con la música de la
Banda de Municipal, seguramente aromados con la fritura de
carne cochino en algún chiringuito de la fiesta…
Ya casi nadie escucha la escandalera de los
bidones que, desde el muelle, rodaban los muchachos hasta la gasolinera de Don
Teodomiro; las voces de Matarife ¡barreno y fuego! cuando se abrían las zanjas
del saneamiento a fuego…
Casi nadie escucha ya el silencio de los
cortejos que acarreaban a los difuntos hasta la iglesia o los que los llevaban
desde ésta al viejo cementerio, serpenteando junto a paredes y tarajales,
orillando viejos barranquillos…
Los adioses de quienes tuvieron que marchar a
Villacisneros, a El Aium, a Sidi-Ifni se recuerdan en furtivos y efímeros
retornos para el Carmen, para el Rosario…
Sordinas que la Historia grande de los
países y naciones impusieron para atenuar el lamento: edificios de más de once
pisos ¡también aquí!, faltaría más; piche para tapar viejos adoquines;
¡Legionario, Legionario…!...
Seguiremos paseando por el antiguo Puerto de
Cabras; con el viejo Puerto en los corazones, echando la quiniela en el quiosco
de Eugenio, yendo para el Cine Marga o caminando a Los Pozos para ver el
partido Unión Puerto-Gran Tarajal, un encuentro que salpimienta la historia con
viejas rivalidades…
Caminaremos, en fin, por el paseo que hoy nos
lleva a Playa Blanca, aunque no sé si es el salitre que me pica en los ojos, el
murmullo de las olas, o el pregón de El Colorao el que me reaviva esta ristra
de pensamientos, de sentimientos que me arrancan un hondo suspiro del alma, un
lugar donde aún el Puerto sigue siendo de Cabras.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas