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Notas y apuntes de Historia Local.- Un blog de Francisco J. Cerdeña Armas, Licenciado en Geografía e Historia e Investigador.- Puerto del Rosario, Fuerteventura, Canarias (España)
domingo, 8 de diciembre de 2024
lunes, 22 de abril de 2024
Topónimos y mapas que confunden su valor patrimonial
De topónimos y mapas que confunden
En tiempos de rescate de la memoria, resulta extraño que aún se siga recurriendo a la cartografía militar de 1944, no sólo por la exactitud de su expresión gráfica, sino también por la toponimia que incorporaron. Se la toma como infalible pero, caramba, desde entonces la investigación histórica y registral de las propiedades y topónimos de nuestro entorno han ido colocando en su sitio los nombres de lugares muy anteriores al periodo de posguerra civil y segunda guerra mundial.
Las fuerzas que por aquí se desplegaron en los años de la contienda mundial fueron batallones expedicionarios procedentes de la península y, entre ellos, las personas que se emplearon por el servicio cartográfico del ejército para mapear la isla.
A día de hoy, la cartografía de portales oficiales en Canarias, sigue empeñada en acudir a aquellos mapas para, intencionadamente o no, colonizar la toponimia insular con lo que los expedicionarios de entonces reflejaron en sus vuelos, sin tener en cuenta que no siempre se acudió a las fuentes documentales como registros de la propiedad, de la oficina liquidadora y de los protocolos notariales; incluso quizás se mal entendió a los informantes isleños.
Basta como ejemplo enfocar al entorno del actual Puerto del Rosario, por ejemplo com Google Maps o con los visores de Grafcan, para darnos cuenta de que los nombres de mil novecientos cuarenta y cuatro no siempre se recogieron con exactitud, así es que no entiendo por qué se toma como fuente inquebrantable esta cartografía. Porque salvando la exactitud del dibujo y la fotografía, no sé si hoy cuadraran las descripciones de fincas escrituradas con esos mapas.
En tiempos de recuperación de la memoria cultural y la toponimia identitaria que también se recoge como patrimonio en la vigente ley canaria de 2019, no se entienden algunos cambios que han sustraído del recuerdo colectivo topónimos como los de Rosa Vila, Barranco Negrín, Barranco Risco Prieto o El Charco.
Y como una bola de nieve, los “rescatadores” actuales, basados más en la cartografía militar que en las historias registrales de las fincas y de los instrumentos de la fe pública notarial, han propagado el despropósito de desterrar topónimos que siempre acompañaron a nuestras gentes en el espacio en que vivían, para “vender” la bisoña idea de que “así constaba en los mapas del Ejército”, sin más contraste. Así vamos…
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¿rediles? |
Estos dislates con los actuales medios de comunicación a través de Internet, nos están abocando a la pérdida de un importante legado cultural, pues, como dijimos, la actual Ley de Patrimonio Cultural de Canarias, califica claramente la toponimia como una parte importante del patrimonio colectivo.
Algunos ejemplos que ya se propagan a través de los visores relacionados con trascendencia mundial:
Llanos del Negrito, desplazando al histórico Llanos de Negrín.
Barranco del Negrito, desplazando al Barranco de Negrín.
La Rosa de la Villa, postergando y tapando a la Rosa Vila.
Barranco Hondo, que les pareció más bonito que el centenario Risco Prieto.
Barranco de Las Tuneras, arrinconando al histórico Barranco de Los Pozos.
…
Podríamos seguir comentando pero ya resulta más que exasperante ver cómo este fenómeno está calentándose desde las propias oficinas locales de urbanismo que, muchas veces, ni siquiera se detienen en contrastar con los catálogos toponímicos sobre los que se volcó el Cabildo de Fuerteventura en la década de 1980, pateando el territorio para, precisamente, rescatar estos elementos del patrimonio histórico, cultural y etnográfico de Canarias.
Así es que no veo peor manera de alentar la desinformación y la aculturación que desterrar topónimos que acompañaron a nuestros antepasados en las inscripciones registrales de sus casas, caminos, aljibes y pozos.
Las idas y venidas de los nombres de lugar reinterpretados como si estuvieran descubriendo el mediterráneo, me parece un despropósito. Quienes se aventuran en la investigación histórica o registral de fincas y parajes lo tendrán cada vez más difícil para interpretar lo que estén estudiando. Y no sólo es por las tremendas alteraciones paisajísticas.
En fin… voy a rubricar estas líneas, pero no sé si poner “Puerto de Cabras”, “Puerto Cabras” o Puerto del Rosario; pero no sin antes invitarles a que exploren la cartografía institucional o la que aquí hemos insinuado. Y, como tarea, busquen, por ejemplo, Risco Prieto, donde se apagó la Industria de la Cal allá por la década de 1970.
lunes, 12 de febrero de 2024
Paseo por el Puerto de Cabras que vio Unamuno en 1924
Recuerdos del Puerto de Cabras que vio Unamuno hace 100 años.
Hoy hablaremos de un entorno histórico de Puerto de Cabras que se nos antoja coqueto y entrañable a través de los recuerdos de quienes por aquí vivimos.
La Plaza de España es uno de esos rincones de Puerto del Rosario que, siendo un solar público municipal, se ha diluido en una larga cadena de despropósitos.
Si mirásemos a su origen encontraríamos un sobrante de los viales que iban conformando la ciudad, aprovechándose como un echadero o fuchadero de camellos, muy cerca del embarcadero, a tiro de piedra del muelle municipal de Puerto de Cabras; un malecón que siendo construido en la década de 1890, aún recordamos y recordaremos como “el muelle chico”.
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Puerto de Cabras veinte años después del destierro de Unamuno. |
Y desde aquel “balcón”, antes de estar construida la plaza que nos ocupa, los tertulianos de aquel ateneo podían mirar al mar; la curva del camino de acceso a la Explanada, los viejos almacenes que había sobre el marisco, al sur de la playita del muelle, del malecón y de los barquillos.
Levantando la mirada verían la bahía plagada de veleros y vapores fondeados; se notaría un ir y venir de barcazas y lanchas del servicio portuario, porque la mayoría de aquellos buques no podían arrimarse al muellito, había tan poco calado que los lanchones se acercaban a las amuras de los barcos a recoger y llevar carga y pasaje.
Mirando aquel trasiego en la bahía, nos imaginamos al ilustre confinado esperando a sus contertulios; unos días atrás había desembarcado él mismo del correíllo La Palma, accediendo al lanchón que lo acercó a la escalinata, seguramente en el mismo recorrido que compartió con Rodrigo Soriano y con el policía que los acompañaría en su “fructífero destierro”.
Puerto de Cabras se desperezaba cansado, como lo había hecho, día tras días, desde que hacía seis meses, los militares presidían las instituciones. El hotel de don Paco Medina, la iglesia sin torre, las calles empedradas unas, sin pavimentar otras, que los adoquines sólo se veían en la Explanada y en el muellito municipal. Los camellos ya se iban acostumbrando a encontrarse con vehículos automóviles como el taxi de don Juan Pérez Medina o el del indiano sureño don Matías López…
Durante aquella visita de hace cien años, Puerto de Cabras era un villorrio que no paraba de crecer pero que, a duras penas, rondaría los 1.000 habitantes. En los instantes de aquel confinamiento ya estaba escrita parte de su historia: se desgranaban sus capítulos en las tertulias que el ateneo portuense celebraba desde las últimas décadas del XIX; con la pluma de algunos visitantes ilustres había sido editada y hasta el periódico La Aurora (1900-1906) la había difundido en sus páginas…
Cuando llegaron el ex rector salmantino y el periodista Soriano, guarnecía la plaza el Batallón Cazadores de Fuerteventura 22, con su compañía de ametralladoras y la comandancia militar en la calle León y Castillo; había guardia civil alojada en una casa de la calle de La Marina, frente al cuartel de la tropa de aquel batallón. El cabildo y el ayuntamiento compartían sede, acera y terraza con el Casino, la Ayudantía de Marina y la casa de Castañeyra, donde se encontraba la mejor biblioteca de la isla.
La administración dictatorial, además de atacar a quien pensara diferente, había aprobado una legislación que repercutirá también en la paz institucional de Fuerteventura.
Unos meses antes de la llegada de los “ilustres visitantes”, habían empezado los tiras y aflojas entre Puerto de Cabras y Casillas del Ángel, entre Puerto de Cabras y Tetir, ante un proyecto con el que la institución capitalina aspiraba absorber a los municipios rurales aledaños.
El Estatuto Municipal fue el cauce elegido para presionar sobre Tetir y arrinconar a Casillas con el estrangulamiento y la insumisión fiscal promovidos desde Puerto de Cabras. Algo, efectivamente, estaba cambiando y se hicieron cábalas con redistribuir la isla en tres grandes jurisdicciones municipales…
Extinguir municipios, confinar contestaciones a la política gubernamental, venían a ser la misma cosa en tiempos de aquella primera dictadura del siglo XX. La perspectiva temporal así lo ha confirmado.
Apenas siete días antes de la llegada de Unamuno y Soriano habían desembarcado en Puerto de Cabras una veintena de guardias civiles; no sabemos si esperando o aguardando cuestiones más graves derivadas de la insumisión fiscal sobre Casillas y Tetir, porque aquellos -ya lo vimos- eran tiempos de reajustes jurisdiccionales en la isla, y no siempre fueron pacíficos…
Total que cuando los confinados del centenario se sentaban al amor de la tertulia, ya habían por aquí veintitrés miembros de la Benemérita, incluidas las tres parejas que ya nos acompañaban desde 1898.
La vida seguía con sus baretos y tiendas y, allá en la calle del Puente, la Notaría y el Registro de la Propiedad y la mejor casa de comidas de Fuerteventura, que regentara en su día doña Benigna Pérez Alonso, el hostal la Tinerfeña.
En días de correíllo, el bocinazo de llegada o salida ponía en marcha aquel puertito en el que, 28 años antes, se había recibido a quien había estampado su real firma en el Decreto de Confinamiento de los que hoy nos ocupan. Nada que decir del general presidente del directorio militar que no quiso venir, años después, a Fuerteventura.
Hermosas fincas rodeaban Puerto de Cabras: eran las rozas que constituían el cinturón verde de la naciente ciudad: Roza de don Bernabé, Roza de Fabelo, Roza del Viejo…Roza de los Pozos o de don Secundino. Por el camino del Matorral que atravesaba ésta última, transitaría Unamuno en su paseo hasta Playa Blanca, donde, en lo alto de la “Canterita Blanca” se sentaba a meditar; no sabemos si lo hacía en la Jurisdicción de Casillas o en la de Puerto de Cabras, que allí se encontraban.
Y volvemos a la acera del casino, del ayuntamiento-cabildo y de la casa de don Ramón, entre las calles Fuerteventura, al sur, y Virgen del Rosario, al norte. Nos sentamos de espaldas a tan ilustres edificios y, con los contertulios miramos el mar, el muelle, la bahía…
Y allí delante, aún no estaba la plaza, un rinconcito que sería construido casi cuarenta años después en el solar que donará el amigo de Unamuno al Ayuntamiento; aquel inmueble con el que mercadearon los munícipes en la década de 1970 para convertirlo en el desastre que es hoy aquel punto de la ciudad.
No me extrañaría que a Castañeyra le hubiese gustado dar el nombre de don Miguel a aquella placita de Puerto de Cabras/Puerto del Rosario… ¡Quién sabe! un centenario podría dar para mucho. También para recrear los aconteceres de la Fuerteventura que acogió a nuestros ilustres visitantes.
© Francisco Javier Cerdeña Armas/ Cuaderno de Puerto de Cabras.
domingo, 14 de enero de 2024
Bibliografía sobre Puerto de Cabras.
Notas sobre la dehesa vecinal de Fuerteventura y otros apuntes de historia local majorera.
Tal es el subtítulo del Cuaderno de Puerto de Cabras II que acaba de ver la luz.
Paseos sentimentales por el antiguo Puerto de Cabras, su toponimia y por algunas de las Rozas que dieron origen a la propiedad del suelo de la actual ciudad de Puerto del Rosario...
Por último recogemos algunos aspectos de Puerto de Cabras y Fuerteventura en tiempos de guerra. Epidemias, escolarización y hambre, con nombres propios de los antepasados que vivieron aquellos duros momentos de nuestra historia.
Y la dehesa vecinal de la isla, también conocida como término, costa o mancomún; donde abordamos aspectos de indudable valor etnográfico por cuanto en su jurisdicción se alberga la pervivencia de una práctica ganadera ancestral, aspectos a los que se consagra el Trabajo de fin de grado (TFG) de quien me acompaña en la autoría de esta publicación.