De topónimos y mapas que confunden
En tiempos de rescate de la memoria, resulta extraño que aún se siga recurriendo a la cartografía militar de 1944, no sólo por la exactitud de su expresión gráfica, sino también por la toponimia que incorporaron. Se la toma como infalible pero, caramba, desde entonces la investigación histórica y registral de las propiedades y topónimos de nuestro entorno han ido colocando en su sitio los nombres de lugares muy anteriores al periodo de posguerra civil y segunda guerra mundial.
Las fuerzas que por aquí se desplegaron en los años de la contienda mundial fueron batallones expedicionarios procedentes de la península y, entre ellos, las personas que se emplearon por el servicio cartográfico del ejército para mapear la isla.
A día de hoy, la cartografía de portales oficiales en Canarias, sigue empeñada en acudir a aquellos mapas para, intencionadamente o no, colonizar la toponimia insular con lo que los expedicionarios de entonces reflejaron en sus vuelos, sin tener en cuenta que no siempre se acudió a las fuentes documentales como registros de la propiedad, de la oficina liquidadora y de los protocolos notariales; incluso quizás se mal entendió a los informantes isleños.
Basta como ejemplo enfocar al entorno del actual Puerto del Rosario, por ejemplo com Google Maps o con los visores de Grafcan, para darnos cuenta de que los nombres de mil novecientos cuarenta y cuatro no siempre se recogieron con exactitud, así es que no entiendo por qué se toma como fuente inquebrantable esta cartografía. Porque salvando la exactitud del dibujo y la fotografía, no sé si hoy cuadraran las descripciones de fincas escrituradas con esos mapas.
En tiempos de recuperación de la memoria cultural y la toponimia identitaria que también se recoge como patrimonio en la vigente ley canaria de 2019, no se entienden algunos cambios que han sustraído del recuerdo colectivo topónimos como los de Rosa Vila, Barranco Negrín, Barranco Risco Prieto o El Charco.
Y como una bola de nieve, los “rescatadores” actuales, basados más en la cartografía militar que en las historias registrales de las fincas y de los instrumentos de la fe pública notarial, han propagado el despropósito de desterrar topónimos que siempre acompañaron a nuestras gentes en el espacio en que vivían, para “vender” la bisoña idea de que “así constaba en los mapas del Ejército”, sin más contraste. Así vamos…
¿rediles? |
Estos dislates con los actuales medios de comunicación a través de Internet, nos están abocando a la pérdida de un importante legado cultural, pues, como dijimos, la actual Ley de Patrimonio Cultural de Canarias, califica claramente la toponimia como una parte importante del patrimonio colectivo.
Algunos ejemplos que ya se propagan a través de los visores relacionados con trascendencia mundial:
Llanos del Negrito, desplazando al histórico Llanos de Negrín.
Barranco del Negrito, desplazando al Barranco de Negrín.
La Rosa de la Villa, postergando y tapando a la Rosa Vila.
Barranco Hondo, que les pareció más bonito que el centenario Risco Prieto.
Barranco de Las Tuneras, arrinconando al histórico Barranco de Los Pozos.
…
Podríamos seguir comentando pero ya resulta más que exasperante ver cómo este fenómeno está calentándose desde las propias oficinas locales de urbanismo que, muchas veces, ni siquiera se detienen en contrastar con los catálogos toponímicos sobre los que se volcó el Cabildo de Fuerteventura en la década de 1980, pateando el territorio para, precisamente, rescatar estos elementos del patrimonio histórico, cultural y etnográfico de Canarias.
Así es que no veo peor manera de alentar la desinformación y la aculturación que desterrar topónimos que acompañaron a nuestros antepasados en las inscripciones registrales de sus casas, caminos, aljibes y pozos.
Las idas y venidas de los nombres de lugar reinterpretados como si estuvieran descubriendo el mediterráneo, me parece un despropósito. Quienes se aventuran en la investigación histórica o registral de fincas y parajes lo tendrán cada vez más difícil para interpretar lo que estén estudiando. Y no sólo es por las tremendas alteraciones paisajísticas.
En fin… voy a rubricar estas líneas, pero no sé si poner “Puerto de Cabras”, “Puerto Cabras” o Puerto del Rosario; pero no sin antes invitarles a que exploren la cartografía institucional o la que aquí hemos insinuado. Y, como tarea, busquen, por ejemplo, Risco Prieto, donde se apagó la Industria de la Cal allá por la década de 1970.