martes, 6 de septiembre de 2011

De cuando un cachalote varó en La Guirra, (Antigua, Fuerteventura), 1964

Uno de los recuerdos que me quedaron clavados en la memoria desde muy niño fue el de aquella excursión. La organizó mi padre, cartero de enlace Puerto del Rosario-Salinas del Carmen, y es la única que no obedeció a fines laborales. El le pegaba a todo, era pluriempleado en la cartería, en la administración local, en la gestión de documentos y títulos de propiedad relacionados con tierras y fincas, en atender su propio huerto en el Valle.
La que nos ocupa, ya digo, no la he olvidado. En la nebulosa de la memoria se disparó recientemente una chispa cuando leía los periódicos de aquella época, un titular rezaba: “…Marzo de 1964.- Fuerteventura: Gigantesco cachalote arrojado por el mar. Mide 18 metros de longitud, 3 de diámetro y pesa 25 toneladas…”



El oficio de cartero que llevó a mi padre a transitar frecuentemente por todos los rincones desde Puerto del Rosario al Barranco de La Torre, cercano a Las Salinas del Carmen, le permitía conocer no sólo los lugares habitados, sino los frecuentados por pescadores: los barrancos, las montañas, las calas y caletas de la orilla, los pesqueros, las zonas de cultivo de tomates… Aquella tarde de marzo notó más tráfico del habitual en la pista que desde El Matorral se prolongaba hasta Caleta de Fustes y La Guirra, y en sus salidas y entradas a la carretera principal –entonces sin asfaltar- tuvo hasta que hacer el stop en varias ocasiones.
Cuando avistó los tableros de El Castillo, pudo contemplar cómo los coches se desviaban hacia la marisma de La Guirra y junto a los hornos, viraban por la pista que seguía paralela al mar, hasta la Hondurilla. Había varios parados junto a las gaviecitas de los tarajales. Y hacia allí se acercó cuando al final de su recorrido emprendía el regreso a casa.
No era la primera vez que yo recorría con el viejito aquellos caminos, como hacían mis hermanos cuando le ayudaban. Viajé en su motocicleta sobre el depósito, con las manitas agarradas al manillar, como un ilusionado piloto que sentía vibrar la máquina, otear el paisaje, percibir el olor del mar, de la humedad y el azufre de los tomateros al llegar a las fincas en época de zafra…
Otras veces viajaba en el asiento trasero, abrazado a la cintura de mi padre, encajado entre su espalda y la maleta del cartero. Recuerdo los recorridos de regreso cuando, ya cansado me aferraba para guarecerme de la brisa que nos daba de frente; entonces la sombra siempre se proyectaba a la derecha del camino, dibujando en los bordes de la carretera una motocicleta alargada, deformada, arrastrándose sobre camellones, aulagas y piedras… Me parecía una gigantesca hormiga sobre la que viajábamos.
No recuerdo el día de la semana –pudo ser un sábado, no lo sé- pero mi padre ya tenía comprometido con don Benito Herrera la excursión a La Guirra: Mi padre quiso que todos viéramos aquel animal allí varado, quiso compartir algo que le llamó especialmente la atención…
En sus años de cartero vio inundaciones que destrozaron la carretera en Río Cabras, en El Matorral, en La Muley, en El Castillo; naufragios que llevaron a la orilla a buques como el Estrella Blanca; extracciones de arena negra para el Puerto de Ifni en la playa de El Matorral; vio humear los hornos desde La Caleta hasta La Torre, pasando por los de La Guirra; los tendidos de longarón y la chasca junto a Playa Blanca…
Pero fue el varamiento del cachalote lo que nos concitó a todos para subirnos a la guagüilla de don Benito Herrera; una volkswagen de colores blanco y verde que, aunque de nueve o diez plazas, no sé a cuántos metieron allí. Sólo recuerdo la llegada junto a La Guirra, donde vi gente que se subía al lomo del animal, gente que se acercaba a su boca para, con una piedra, intentar arrancarle un diente como recuerdo; curiosos que posaban ante las cámaras para inmortalizar el momento… No había visto ninguna foto del aquel hallazgo, hasta la fecha.
¡Lo que son las cosas! Ha pasado el tiempo y ahora uno puede documentar aquellos recuerdos infantiles: conocer por ejemplo que no hacía mucho tiempo había varado otro cetáceo en el Jable del Moro, al sur de Corralejo, que eran momentos en los que España y Francia realizaban maniobras militares conjuntas que tenían por escenario nuestras islas y el vecino continente Africano y, con tales movimientos de las flotas de ambos países, es posible que los cachalotes aparecidos fuesen alcanzados por algún navío o desorientados por la escandalera de los combates.

[La foto la tomo prestada del cuaderno de Roberto Hernández Bautista sobre etnografía]


Prefiero guardar el recuerdo. Volver a evocar los olores e imágenes que el niño vivió, desde que se subió a la guagua de don Benito aquel día de marzo de 1964.

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