lunes, 28 de octubre de 2019

En el Día de Difuntos, reflexión y recuerdo

La caminata mañanera me trajo al antiguo camposanto de la ciudad. Es un recinto pequeño donde crecen araucarias a modo de bosque de los ausentes y la vegetación va ocultando los recuerdos como el viejo nombre de la localidad: Puerto de Cabras. Cenizas y siglos de historia sobre las que se construye el nuevo Puerto del Rosario.
El inmueble está casi oculto junto a la rotonda del Reloj de Sol del Bicentenario, “la rotonda del cementerio viejo”; allí se adivina la muralla y sus puertas tras los cipreses y los cactus que ya han crecido hasta el remate de aquellas paredes donde apenas unos elementos decorativos a base de copones y puntas de diamantes flanquean cornisas y frontón, como si advirtieran de la solemnidad del inmueble.
No hay perspectiva para leer la fachada, pero recorriéndola vemos los tres cuerpos en que se divide el conjunto: cementerio privado, camposanto público y casa mortuoria. 
La Cantería es roja en el primero, donde la decoración es de copones negros y su puerta es de rejas, convidando al paseante a asomarse al abandono. Una cartela exterior, de mármol blanco, recuerda de quién es esta parte del conjunto; en azulejos, y al otro lado de aquel rótulo, mirando a sus muertos, cuatro azulejos con letra negra recuerdan el año en que se terminó su construcción: 1890.

Detalle del recinto privado anexo al antiguo cementerio de Puerto de Cabras. Foto aportación Paco Cerdeña.

La piedra noble es de arenisca blanca en la parte central que se corresponde con el cementerio público, de titularidad municipal; allí una puerta de enorme altura se cierra en arco rebajado, bajo el eje central de la fachada que remata en frontón triangular en cuyo tímpano una cartela de madera pregona que se terminó en el año 1871, varios elementos en forma de pirámide y punta de diamante rematan las paredes de esta zona y flanquean aquel frontón y el friso que se levanta sobre la puerta de acceso a la casa mortuoria. La puerta de esta última parte también es de reja a través de la cual, hasta no hace mucho, se veía la mesa de autopsias.
Acudimos a los recuerdos y también a la documentación histórica para comprender qué nos está diciendo el frontispicio de este conjunto urbanístico aparentemente equilibrado: mirándolo de frente, ya hemos dicho que la primera parte, a la izquierda, es un cementerio privado, circunstancia que nos habla de una diferenciación social importante. Pero más nos sorprende el ardid arquitectónico empleado para equilibrar la estética del edificio: al lado derecho del cementerio público la sala mortuoria comunica con éste y da también acceso a la zona destinada a la inhumación de los no católicos, que quedó prácticamente en desuso.
De esta manera se han distinguido del público un camposanto privado y un cementerio que bien pudiéramos llamar de los ingleses, o por lo menos de las naturales de las islas británicas, pues de allí procedían quienes donaron y vendieron el suelo para esta zona de servicios funerarios del viejo Puerto de Cabras.
Subamos ahora nuestra imaginación a bordo de un improvisado dróm, a vista de pájaro, para ver cómo las tres partes de la fachada tienen su correlato interior hasta unos veinte metros de fondo; a partir de aquí dos o tres gradas dan acceso a una más reciente área de enterramientos en cuyo centro, frente a la puerta principal, una capilla de cantería noble labrada con elementos propios del mundo funerario está rotulada como Capilla de Los Pérez, 1919 (dos formas de destacar: uno entre todos, uno excluyente y exclusivo, la Sociología y el sentido común explican perfectamente lo que insinuamos); es en esta zona donde se hicieron los primeros nichos.
Desde la altura podemos ver también la zona destinada a panteón de los militares, enmarcado entre cadenas, a la izquierda de la capilla central.
Miremos ahora la zona más antigua, entre las gradas y la fachada, bajemos a ras de suelo, caminemos por el sendero central: ¡casi la mitad de las tumbas, a la derecha, son sepulturas infantiles! Otro rasgo a tener en cuenta.
Ahora el paseante, sorteando las araucarias foráneas que arraigan entre los huesos de quienes nos precedieron, puede recorrer y curiosear las lápidas que pregonan nombres, que reproducen el esquema social de Puerto de Cabras hasta la década de 1920. Aquí la dimensión de la memoria histórica se propaga hasta los orígenes de la localidad, aunque para ello tengamos que darnos un salto a Tetir para encontrar los primeros registros de quienes fallecieron en el germen de Puerto del Rosario, antes de 1871.
Me voy con un mal sabor en el deleite de mi paseo. Allí todo se desmorona, es como si lo único que prosperase fuera la vegetación en un trasunto de lo que aconteció en otras partes del mundo, y me vienen a la memoria las ruinas de Angkor, las ruinas Mayas... Más si allí fue la naturaleza quien recuperó sus fueros, aquí me temo que el abandono obedece a razones más crematísticas. Tristes los pueblos que crecen sobre sus cenizas sin conservar algún hito de su pasado y de su memoria urbana.

Fachada del antiguo cementerio de Puerto de Cabras, vista parcial aportada por Paco Cerdeña.