jueves, 28 de febrero de 2019

El Puerto de la Cal

Paseando por Puerto del Rosario nos encontramos que, por fin, aquí se rinde homenaje a la vieja industria de Puerto de Cabras: La de la fabricación de cales y yesos.

Se ultiman los trabajos de construcción de un centro de interpretación sobre los hornos y la producción de cal en El Charco.

Y hacemos algo de memoria histórica. Durante la Edad Moderna Fuerteventura exportó cereales; se decía que, junto a Lanzarote, fue el granero de Canarias. Pero también exportó productos derivados de la ganadería, piedra de cal, piedra de yeso, ripio y la cal ya elaborada. Y como hasta finales del siglo XIX no apareció infraestructura portuaria en nuestras costas, se habilitaron embarcaderos por toda la orilla, que sí se vinieron a sumar a los tradicionales de Puerto de La Peña, Tostón, Caleta de Fustes o Puerto de Cabras, entre otros: unos estaban junto a rosas o fincas dedicadas a la producción cerealera, otros, junto a pedreras o tableros ricos en piedra de cal o yeso; éstos últimos con algún horno de tamaño mediano en las cercanías, lo más próximo posible a puertos naturales o embarcaderos.
En el siglo XVII hasta el propio Sargento Mayor de la Isla, Sebastián Trujillo Ruiz, coparticipó en la propiedad de un buque a cuyo bordo se llevó piedra de cal a otras islas. Y así fue durante siglos.

Horno grande de "El Callao de los Pozos", litoral de Puerto del Rosario (Foto aportada por Paco Cerdeña)
En el XIX las circunstancias cambiaron, y después de las crisis de la barrilla y de la cochinilla, el comercio de abastos se mantuvo pero a la mayoría no quedó otra opción que emigrar, cultivar cereales de secano o exportar piedra de cal y yeso. Por eso, a caballo entre los siglos XIX y XX (entre 1890 y 1920, aproximadamente) proliferaron hornos junto a los puertos naturales o embarcaderos de Tostón, La Guirra, Los Molinos, Puerto Lajas, La Hondura y, por supuesto, Puerto de Cabras. Aquella fue la primera fase en la exportación masiva de cal y calizas para el suministro a las pocas obras públicas del momento, fundamentalmente caminos. Una fiebre de producción y exportación que se reavivaría en otra etapa que sucedió a la Guerra Civil de 1936-1939, en todo caso durante el Franquismo, fundamentalmente en la década de 1950 (que duró hasta principios de la de 1970), cuando se forjaron empresas que construyeron hornos que son ya auténticas fábricas, de mayor empaque y más capacidad de producción para exportar; se incluían junto a los hornos rampas y tinglados que se comunicaban con raíles y vagonetas, además, los empresarios invirtieron en carros y camiones.
En aquellos momentos Puerto de Cabras se convirtió en el "Puerto de la Cal". Por su muelle se exportaba más cómodamente con carros y camiones que hicieron decaer el viejo sistema de sacos que, no obstante, se había mantenido en La Guirra y La Hondura durante algunos años, si bien, en estos puntos se utilizaban los embarcadores cercanos en cuyos fondos los submarinistas podrán rastrear la huella caliza una vez corrompida la arpillera.
Puerto de Cabras contó con dos elementos que lo hicieron acreedor de aquel título: tenía el primer muelle (de 1894) y sobre las operaciones de carga y descarga por dicho dique se fijó un gravamen o arbitrio desde mucho antes de su construcción (las arcas municipales se beneficiaron de su recaudación desde 1877), mucho antes de que los nuevos Cabildos lo reclamaran como parte de su Hacienda a partir de 1913. Los Ayuntamientos, especialmente el de Puerto de Cabras, llegaron a convenios y pactos con la nueva institución insular para no desequilibrar los presupuestos municipales.
Con la industria de la cal, Puerto de Cabras y Fuerteventura pasaron de ser exportadoras de materias primas a exportar el material elaborado: la cal viva, sin desaparecer por completo aquella otras exportación de piedras calizas pues aquí seguían operando empresarios de hornos de otras islas que contaban con pequeños barcos de cabotaje, algunos con casco de hierro.
Para algunos vecinos del viejo Puerto de Cabras, recordar los hornos y el trabajo que se desarrolló en torno a ellos, es evocar los tiempos de la esclavitud de los majoreros, como si, en algún tiempo, hubiéramos dejado de servir; ya lo decía en sus décimas el olivense Juan de Vera Chocho: fuimos, somos y seremos esclavos, aunque ahora sirvamos con chaqueta y corbata.
Chascarrillos aparte, el tema es ilusionante. Porque conviene recordar que hubo un tiempo en que Puerto del Rosario se convirtió en el Puerto de la Cal (nadie lo dude más allá de quienes hablaban del "puerto frutero en el Sur" y su tren); era el exportador de la piedra de cal, de la cal, del yeso y de otros derivados. Primero dio trabajo a picapedreros y pequeñas sociedad dedicadas al comercio y a la transformación de calizas.
Los hornos proliferaron por toda la geografía de la ciudad, de tal forma que hoy integran parte de la arqueología industrial de Fuerteventura, aunque a algunos les pese: además de iglesias y de lugares de culto, aquí se trabajó y muy duro, además de en las Obras Públicas, también en la cal.
Nada debe extrañar que las corporaciones locales quieran homenajear y poner en valor este epígrafe de la historia económica del municipio y de la isla. Durante siglos se exportó piedra de cal (ya lo decíamos al principio), aquí se sacaba como materia prima, aquí se hacía el trabajo duro, mientras que los hornos se hacían en Gran Canaria, Tenerife o La Palma. Puede que entonces sí se trabajara como burros, pues la gente humilde veía en la arrancada de piedra una forma de complementar su economía familiar. Los obreros arrancaban y amontonaban la piedra y, quienes disponían de carros, camellos y contactos con las navieras e industriales de otras islas, hacían su particular agosto. Entonces el intercambio sí que era abusivamente desigual.
Pero lo que tampoco se puede obviar es que aquí surgieran algunos industriales que también fabricaron la cal y la exportaron ya elaborada, ocupando a la gente en el proceso; algunos con sus propios barcos, a finales del siglo XIX y primeras décadas del pasado siglo XX. Entonces, aquellos obreros que se deslomaban arrancando la piedra por los tableros de la isla y del municipio, también se dedicaron a recoger aulagas y matorrales para la combustión de los hornos porque, además, era un nuevo ingresos para su modesta economía familiar.
Aquellos industriales que pusieron en marcha multitud de hornos en el tránsito de los siglos XIX y XX en tierras majoreras, eran en gran parte de otras islas pero entre ellos se contaban algunos empresarios de aquí que reconvirtieron o combinaron su actividad comercial para competir con las exportaciones agrarias del sur de Fuerteventura.
A día de hoy, sólo los hornos de La Guirra, en el término municipal de Antigua, han merecido figura de protección dispensada por la Ley de Patrimonio Histórico de Canarias, y suponemos que el Cabildo incoó su expediente en momentos inmediatos a la construcción del Centro Comercial Atlántico, pasando, una vez concluido éste, a integrar parte del paseo marítimo de la zona.
Le pasó a estos hornos de La Guirra lo que al Castillo de Caleta de Fustes cercano, que quedó integrado en un complejo turístico y cerrado o vedado. Así que rompamos una lanza a favor de elementos patrimoniales de un indudable valor histórico y etnográfico, ¡ya era triste que la isla de la piedra de cal y del yeso no contara con un museo o centro de interpretación sobre esta actividad y cuanta actividad se desarrolló en torno a ella!