miércoles, 23 de noviembre de 2011

Juan Camejo Miller y sus apuntes (entre realidad y ficción)




Historiar es muchas veces identificarse con los hechos que estudiamos quienes gustamos de evocar asuntos pasados, con la forma de narrarlos. Hacer la historia es un poco eso, aventurarse en hipótesis, dar rienda suelta a una imaginación que, muchas veces, empatiza con quienes protagonizan el suceso pretérito, haciéndonos pasar del rigor a la cuasi fantasía. Este es el caso.
Yo andaba cargado de papeles, de un sitio para otro, buscando mesa y asiento donde consultar el tema que me traía al archivo… Que no había otro sitio -me dijeron- porque la sala de investigadores estaba ocupada por un cúmulo de cajas de libros recién editados por la institución. Bastante nervioso y agobiado por aquella carga no pude mantener el equilibrio, cayendo al suelo dos legajos de entre los cuales se deslizó un cuadernillo no muy voluminoso.
En mi deambular escuché a dos personas que supuse arqueólogos por el tema que trataban: habían encontrado un pecio en que se adivinaban distintos cañones de lo que podía ser un barcos del siglo XVIII.
En el rinconcito que por allí encontré, continuamente mirado por la funcionaria vigilante, pude sentarme y entre mis rodillas y el suelo compartí las carpetas que me traía: Recaudación ejecutiva del muy ilustre ayuntamiento de La Oliva, 1890-1900. Tal era el título que identificaba a la que se descosió, dejando caer aquel cuadernillo que me apresuré a leer.
Bueno, al menos intenté leerlo, porque, de entrada, me lo impedía una nota cosida que envolvía todo el documento: se trataba de una hoja del periódico La Provincia, de 28 de mayo de 1912 con la siguiente anotación: “Entre los papeles del señor Juan Camejo Miller, recaudador de La Oliva, apareció este recorte de prensa.- Rubricado, El Archivero”.
El artículo señalado se refería a un cierto tesoro:
“…en sueños. Desde hace varios días, varias personas se han dedicado a buscar un tesoro en una playa de esta isla, trabajando sin resultado hasta el presente. El sitio fue señalado por una vecina…”
Y a esta hoja de periódico se unía el puñado de folios escritos por el propio recaudador olivense, donde confesaba que la vecina que apuntó el lugar en que debía excavarse para buscar las monedas era doña Bernarda Hernández, natural de Tetir y residente en Puerto de Cabras… septiembre de 1912.
Fue el dato somero que al archivero de la institución le hubiera gustado ceder a los arqueólogos que con él seguían hablando: Que ellos se  encargarían -les oí decir- de las prospecciones que se hicieron por tierra y por mar; en la cueva del dinero y en el entorno del Bajo de La Burra, muy próximo a lo que la toponimia denomina Caleta del Barco, entre Corralejo y El Cotillo.
[continuará]

lunes, 31 de octubre de 2011

Cuando miro para el convento de Betancuria...

Las ruinas franciscanas de Betancuria (Fuerteventura)

La austeridad franciscana se siente en cualquiera de las ermitas de Fuerteventura. Son pequeñas y reproducen un esquema ancestral seguido por los hermanos de la Orden Seráfica desde su implantación en Canarias.
Y en este sentido, el cenobio de San Buenaventura de Betancuria es la primera casa abierta por una orden monástica en las Islas: Las huellas actuales que las circunstancias nos “venden” como ruinas, no son las primigenias, sino el fruto de la reconstrucción acometida en el último cuarto del siglo XVII.
Me refiero a la muralla que rodea la iglesia conventual y las cimentaciones de las celdas que vagamente se adivinan al norte de aquella, junto a una pequeña huerta. Insisto: son el resultado de la obra que allí se emprendió a finales del siglo XVII; como se hacía en toda Betancuria y los vecinos templos del Valle de Santa Inés y de la Vega de Río Palmas, afectados por la incursión berberisca de 1593.



Los orígenes y la historia del convento de Betancuria se gestaron muy lejos del solar majorero, en medio de un cisma y del proceso de conquista del Archipiélago Canario. La búsqueda de nuevas tierras y de riquezas se unió a la conquista de almas: Los clérigos que acompañaron a los normandos acometieron poco más que la construcción de los primeros templos de Lanzarote y de Fuerteventura.
Fray Juan de Baeza y Pedro de Pernia luchaban lejos de estas islas por conseguir la bula que les autorizase la apertura de una casa franciscana desde donde curar las almas de los conquistados, lejos del hierro y de la sangre, llegando a planear hasta una nave distinta de las de los conquistadores para rescatar de las zonas de conflicto a los aborígenes supervivientes para adoctrinarlos en Betancuria… Pero la nave y las ilusiones de Fray Juan de Baeza parecieron petrificarse en la Villa, varada en el tiempo sin tiempo, arrinconada, lejos de la rueda de la Historia, hasta nuestros días.
Están lejos las jornadas en que las campanas de las iglesias del convento y de San Diego sonaran en los valles de Betancuria; lejano el bullicio de la festividad de San Buenaventura; casi olvidadas las predicaciones de los monjes en las festividades de los distintos pueblos de la isla… Los frailes convivían con la gente llana y padecían las mismas desgracias y hambrunas que aquella… Cuántas cosas se perdieron en los años de la desamortización, se lamentaba don José Lavandera en su artículo sobre la iglesia del convento publicado en la revista Almogarén.


Foto publicada en el archivo fotográfico de la FEDAC del Cabildo de Gran Canaria, donde la iglesia conventual aún mostraba sus techumbres y espadaña...
Cada vez que visitamos Betancuria se nos aparece esta triste joya de nuestro patrimonio histórico y artístico languideciendo, acunada ya por el  quejido de siglos, mezclando su dolor con el ruido que en la intemporalidad del olvido hacen las tejas que caen, las maderas que chirrían. Las voces de los gañanes se adivinan en medio del polvo y de las siluetas camellares, todos mandados por sus amos en las oscuras noches de expolio.
De aquella pesadilla aún emergen las paredes de la iglesia, solo las paredes, pues ya no quedan losas, ni canterías; y las pocas arquerías semejan las cuadernas de una vieja nave ya volteada, aquella que fuera la ilusión de los monjes fundadores y que ahora naufragan en otros mares que se mecen entre desidia y olvido.
Con restos como estos, testimonios sublimes de una ingente empresa histórica, la isla debiera convertirse en cuna de la evangelización de Canarias y, por ende, rescatar de alguna forma todo este patrimonio para ponerlo en uso, otro uso, sobre tan respetable solar.
Y la ermita de San Diego, con elementos arquitectónicos de la etapa normanda constituye un ejemplo de pervivencia, pero también clama la atención para que se la revalorice pues aún sigue sacralizada, sin duda.

Claro, después de una evocación como la que precede, ¿Qué pedir para este rincón del patrimonio histórico de Fuerteventura, si apenas tenemos imágenes de cómo fue aquello?- Se preguntarán algunos.
El ingeniero Leonardo Torriani, en un mapa de finales del XVI y Cassola en el XVII, nos aportan una idealización de cómo pudo ser la villa histórica, pues en su cartografía podemos rastrear las construcciones religiosas de la Villa. Y el P. Quirós nos describe el convento pues allí estuvo a principios del XVII.
Pero es quizá el P. Inchaurbe el que nos aporte más datos de esta casa conventual en Betancuria, alumbrándonos nombres de los monjes, de los guardianes, de los templos que atendían… Pero dicen que la historia de los Franciscanos en Canarias está por escribirse.

Insisto: ¿Nos podemos contentar con seguir citando a esta joya del patrimonio histórico en Betancuria como las “ruinas del viejo convento” cuando la Villa es “conjunto de interés histórico artístico desde 1979?
La verdad es que me da un cierto repeluz cuando, entrando a la Villa desde la Vega nos encontramos con el macizo roto en un afán extractivo por la piedra ornamental que esconde esta ciudad histórica… Ruinas y voracidad extractiva, hoy felizmente parada, dan una mala imagen a un conjunto para el que demandamos la capitalidad histórica de Canarias…

lunes, 10 de octubre de 2011

El legado bibliográfico de Ramón Castañeyra Schamann, 1973

Ramón Castañeyra Schamann, (1896-1973), dona su biblioteca al Ayuntamiento de Puerto del Rosario.


Hijo de José Castañeyra Carballo y de Dolores Schamann Medina, nieto de Ramón F. Castañeyra (1843-1916), el que nos ocupa fue el amigo de Miguel de Unamuno durante su destierro en la isla.
Autodidacta e intelectual inquieto, heredó de su abuelo la pasión por la lectura y sus desvelos por la isla y, sobre todo, por el Puerto; aficiones de las que no le apartó su dedicación al comercio y a los cargos públicos que ocupó, como el de Delegado Insular del Gobierno de la Monarquía en el año 1923.
Su casa albergó una de las bibliotecas más importantes de la isla en la primera mitad del siglo XX. Y allí leyó y escribió el ex rector de la Universidad de Salamanca sus colaboraciones con la prensa y las revistas de Hispanoamérica durante su confinamiento en Fuerteventura.
Dicen los que conocieron a don Ramón que fue de gran humanidad, que siempre mostró un gran cariño por su tierra, por Fuerteventura, siguiendo la tradición de Ramón Fernández Castañeyra; fue un contumaz lector y mostró interés por nuestra historia y nuestras costumbres, acogiendo en su domicilio a cuantos viajeros de relevancia  científica pasaron por la isla o establecieron correspondencia con él.
Desde Unamuno hasta los liberales del llamado Contubernio de Munich, pasando por otros desterrados como el anarquista Buenaventura Durruti.
Su casa, la morada que acogió al escritor y filósofo vasco en 1924, estaba realmente ubicada donde hoy se levanta el edificio Unamuno, esquina de las calles Virgen del Rosario y Fernández Castañeyra.


Al decir del profesor y amigo de don Ramón, Rosendo Marrero García, comparando esta vivienda del viejo Puerto de Cabras con la iglesia del Convento de Betancuria, el inmueble debió mantenerse como parte del Patrimonio Histórico de la ciudad.


Y con la casa –escribió Matías González García-, una excelente y bien nutrida biblioteca estuvo generosamente a disposición de cuantas personas llegaban a la isla con alguna inquietud política o intelectual.
La muerte de don Ramón Castañeyra Schamann en la madrugada del 18 de abril de 1973, desveló su decidido interés por la isla en general y por Puerto del Rosario en particular. Al abrirse su testamento, en mayo de aquel año, pudo leerse en su primera cláusula que donaba su biblioteca al Municipio de Puerto del Rosario, para la biblioteca pública de la ciudad; y con ella los enseres y condecoraciones que le dejara Unamuno en 1924 y las suyas propias, de las que no gustaba vanagloriarse.
La perspectiva de los años nos induce a pensar que quienes apostaron por conservar el inmueble y la biblioteca de Castañeyra, se vieron defraudados: la vieja casa dio paso a un edificio de unas cinco plantas y el legado bibliográfico, por vicisitudes de la intrahistoria local –pasto de futuras investigaciones-, quedó finalmente disgregado, conservando dos partes visibles, una en la Biblioteca Municipal de Puerto del Rosario y otra en los departamentos de Biblioteca y Archivo del Cabildo Insular de Fuerteventura…
Sin dudas se desoyeron los principios de procedencia documental que aconsejan siempre mantener unido, siquiera por respeto a la última voluntad del testador y benefactor del municipio, un legado como el que tratamos.
El patrimonio bibliográfico de don Ramón entró en la Biblioteca Municipal de Puerto del Rosario cuando ésta se ubicaba en la planta baja de la entonces Delegación Insular de Gobierno. Allí pude ver varios bultos llenos de libros que doña Josefa Castañeyra Schamann, hermana del testador, iba incorporando al registro general y subiendo a los anaqueles del establecimiento… Allí estaba la Ilustración Española y Americana, La Aurora, la Revista de Historia Canaria, la del Museo Canario; ediciones príncipe de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Azorín, de Marañón, de Pío Baroja, de Machado, de Juan Ramón Jiménez, de García Lorca… con ex libris, anotadas y subrayadas por un autodidacta como fue Castañeyra, quien escribía en 1967: “¿Qué podía hacerse en mis tiempos en Fuerteventura? Gracias que he tenido la obsesión de leer continuamente. De buscar, de sondear sin descanso cuanto he podido”.



En muchas de aquellas publicaciones, especialmente en las periódicas, lujosamente encuadernas por el abuelo de don Ramón Castañeyra Schamann, me encantaba leer los recortes de prensa con los artículos que aquél escribiera muy joven para periódicos como el Eco de Comercio, de Santa Cruz de Tenerife, entre 1860 y 1864…
En la década de 1980, apenas diez años después del legado, la Biblioteca pasó a un local de la calle Doctor Mena, esquina a Comandante Franco, mientras se aprobaban los planos y proyecto de la actual sede en calle Ramiro de Maeztu número 1.
Fue precisamente en ese intervalo de traslados, cuando el legado se trasegó en “beneficio” del Cabildo Insular de Fuerteventura, volcado a la sazón en levantar un archivo y una Biblioteca “Canaria”, además de la Casa Museo Unamuno, habilitada casi doscientos metros más arriba de la de Don Ramón, en la calle Virgen del Rosario.
Treinta años después me sigo preguntando si mereció la pena romper la integridad del legado…
Hago esta reflexión desde la frustración de no ver, por ejemplo, el Semanario La Aurora que dirigiera el padre de don Ramón, José Castañeyra Carballo, microfilmado –como entonces se decía- o digitalizado -como ahora decimos-, al servicio abierto de todos, pues a un periódico de aquellas características una colección completa (1900-1906) de 295 números y encuadernada por su abuelo en varios volúmenes, se le presume una vocación de difundir la cultura y las ideas, una vocación de universalidad.
De este semanario pasó el centenario de su aparición y el de su desaparición, fechas sensibles para recordar y enorgullecer a un pueblo que vio el primer periódico impreso de la isla. Pero ni por esas. Sólo un artículo de J.J. Darias en el diario La Provincia desveló la efeméride, pero ahí sigue el municipio sin sus microfilmes, sin las imágenes digitalizadas, sin los originales de una espléndida colección.

jueves, 6 de octubre de 2011

“El Pacífico” se hunde cerca del Puertito de Los Molinos, 1961

Nos lo contaba Juan José Felipe Lima en su crónica del día 23 de junio para el diario Falange: Se hunde un barco en las costas de Fuerteventura.
Se trataba de un pesquero familiar recientemente despachado en la Comandancia de Marina de Puerto del Rosario y que el día 19 de junio había salido del Puerto de La Peña, junto a la Playa de Ajuy, con cinco tripulantes a bordo.
La vía de agua que presagiaba el desastre fue descubierta a la altura de la Playa de Los Molinos, como a una media milla del litoral. La tripulación actuó frenética con bombas de achique y baldes pero no daban abasto. El barco estaba perdido.
El barquito era el único medio de vida de un grupo de pescadores que tenían puestas en él sus esperanzas, pues lo habían comprado no hacía mucho tiempo. Tenía 9,05 metros de eslora, 2,44 de puntal y 1,10 de manga, siendo patroneado por Juan Morales Méndez.
El cronista nos contaba que “el motor, de 16 A 24 caballos, funcionaba bien; estaban satisfechos con el resultado de la faena pues la pesca era abundante en la costa poniente de Fuerteventura”. Poco después se truncaron sus expectativas.
Tan pronto se inundó la sala de máquinas, el patrón mandó abandonar la nave, para lo que se arrió el único bote al que subieron tres marineros, los otros dos no tuvieron más remedio que nadar agarrados al mismo.
Al Puertito de Los Molinos recalaron chorreando los náufragos de “El Pacífico”: Juan Morales Méndez, Dámaso Santana Morera, Damián Santana Morera, Rafael Santana Torres y Eduardo Morera Morales. El Patrón y los marineros acudieron a dar cuenta del siniestro a la Autoridad Marítima de Puerto del Rosario.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Un periódico de Fuerteventura en 1944: Herbania

Notas sobre un semanario ilustrado, editado e impreso en Fuerteventura, octubre de 1944

Visita del capitán general y jefe del Mando Económico de Canarias, Francisco García Escámez e Iniesta a la isla. Alcalde Honorario de Puerto de Cabras. Vino a inaugurar los cuarteles y residencias de oficiales y suboficiales del ejército, acercándose también a ver las obras de la Presa de Los Molinos. El diario Falange se haría eco de esta noticia en su edición del 7 de octubre de 1944.
Guarnecía la plaza de Puerto de Cabras el Batallón de Infantería Independiente número 32, en cuya imprenta se imprimió el periódico del que hoy nos ocupamos, el primero impreso en la isla, si obviamos el manuscrito El Eco de Tiscamanita (siglo XIX) y recordamos que La Aurora (1900-1906) se imprimía en Gran Canaria.
Se trata de un semanario que circuló con dos cabeceras. Vio la luz como El Majorero, Semanario Ilustrado de Fuerteventura, el 2 de octubre de 1944, bajo cuyo cabecera sólo imprimió este ejemplar con el número 1, continuando, que sepamos, del 2 al 4 como Herbania, Semanario Ilustrado de Fuerteventura, siendo el último de carácter extraordinario.
El lenguaje utilizado es el de exaltación y grandilocuencia propio del momento de posguerra, con Canarias bajo el Mando Económico, racionamientos y situación internacional de guerra mundial.


El Majorero, semanario ilustrado de Fuerteventura

Se editó como número 1, con seis páginas a tre columnas, con fotos en blanco y negro del capitán general de Canarias y de los cuarteles que, a la sazón, habían sido inaugurados. Su precio era de 40 céntimos en la isla y fuera de ella a 50 céntimos.
Su promotor y director con el apadrinamiento de capitanía general, fue Alfonso Beriso Lardín, un oficial que rápidamente fue promovido a Tiradores de Ifni, donde siguió en su empeño periodístico con el Africa Occidental Española [A.O.E.], que duró hasta la retrocesión del Ifni a Marruecos. Quién sabe si el semanario que nos ocupa hubiera corrido igual suerte de seguir este entusiasta personaje en Fuerteventura.
En El Majorero pudimos leer su Editorial bajo epígrafe "Nuestra razón de ser...", don de la redacción se muestra como semanario ilustrado de la isla y una foto-saludo del capitán general en la columna central.
Otros artículos que completaron el ejemplar fueron los siguientes:
- Una Isla un estilo, como homenaje a Miguel de Unamuno, sin firma.
- Cara al mar, "Fuerteventura está de enhorabuena; otra vez vuelve a tener periódico propio...", sin firma.
- Se dice..., firmado por JOMAGO, [seudónimo de José Marrero González, escribiente del periódico], Chispas interrogantes sobre la realildad social y local.
- Fiesta en honor a nuestra patrona, sin firma.
- Diálogo perruno, por Borre [José A. Borrego, Jefe Insular del Movimiento].
- Mensaje de "consigna" sobre postulación nacional del Frente de Juventudes, sin firma.
- El capitán general, alcalde honorario, sin firma.
- Nocturno, por SAN-MAR.
- A Franco. Capitán de España, por Manuel González Sosa, cabo del Batallón de Infantería número 32.
- Concursos, la Redacción.
- Boletín Insular del Movimiento. Delegación comarcal sindical, anuncios. Por el Jefe Comarcal, Antonio Hormiga, con el Visto Bueno del Jefe Insular, José A. Borrego.
- Inauguración de una residencia de oficiales, sin firma.
- Nuestro folletín, sin firma.
- Ecos de sociedad, sin firma.
- Fiestas y festejos, La Comisión.
- Mi Tribuna, por A. de Viana [posiblemente Ramón Castañeyra Schamann].
- Nociones de agricultura, para los majoreros [primera entrega], por Francisco Medina.

En el área de entretenimiento, crucigramas y problemas.
En cuanto a los Anuncios Comerciales, el espacio destinado a este tema desbordó muchas veces la estructura columnar del semanario, apareciendo en las páginas 2, 3, 4, 5, 6.

Y lo sorprendente: en este mismo número 1 se da cuenta de un anuncio de constitución del Consejo de Administración de la Empresa Herbania, dando cuenta de que en sesión de 10 de septiembre de 1944, celebrada en el Casino El Porvenir, decidieron cambiar el nombre del semanario por el de Herbania, cuya denominación se aplicará a la empresa editorial.

[tomado de la web Bibliotecas Púbicas Españolas, Puerto del Rosario]

De aquel Consejo de Administración formaron parte los siguientes señores: Alfonso Beriso Lardín, como presidente; Juan Martín Alonso, como secretario; Ramón Peñate Castañeyra, como tesorero, y Santiago Hormiga Domínguez, como contador.

lunes, 26 de septiembre de 2011

La aparición de Playa de los Mozos (Puerto del Rosario, Fuerteventura), 1896

Vincenza Boeri in Velavella: La “aparecida” de la Playa de Los Mozos (Casillas del Ángel, Fuerteventura), 1896.

Hace ya bastantes años que mi padre solía contarnos que allí, junto al Barranco de los Mozos, bajo un pequeño mojón de piedras que sostenía una cruz de palo estaba el esqueleto de un aparecido en la playa.
Y la historia –como a él se le contaron- nos la repetía cada vez que, con mis hermanos lo acompañábamos al marisqueo o a la pesca por la zona de Playa del Valle, La Marchena y Los Mozos. Yo me quedaba mirando aquel montoncito de piedras junto a la pista que cruzaba el barranco hacia el norte, hacia Los Molinos, imaginando las circunstancias de quién podría ser el muerto.
De tanto oírlo, aquel cuento se me grabó y siempre que podía, lo repetía a otros incautos que se atrevían a escucharme.


Es frecuente encontrar cruces de palo por toda la orilla de Fuerteventura, sobre todo en la costa occidental del término; como actualmente en las orillas de las carreteras, marcando el punto en el que alguien perdió la vida en accidente. Y las cruces junto al mar también marcan lugares de muerte de pescadores arrebatados por el mar o de mariscadores arriesgados que perdieron la vida en las cercanías de aquel símbolo del cristianismo.
La Playa de los Mozos es, en la desembocadura del barranco del mismo nombre, límite natural que divide actualmente los términos de Puerto del Rosario y Betancuria, pero que en los momentos que vamos a tratar en el fondo de aquel cauce confinaban los de la Villa y Casillas del Ángel.
La anchura del cauce en el punto que nos encontramos podrá tener cuarenta o cincuenta metros y, según nos ubicáramos en una orilla o en la otra estaríamos en uno o en otro municipio. Y eso fue lo que pasó cuando la noticia saltó a la prensa: el incidente, o sea la aparición, se había producido en el territorio de Betancuria, pero los que rescataron el cuerpo vieron más cómodo sacarlo por la orilla norte de la playa, más resguardada del viento dominante y del oleaje y, por lo tanto la crónica recogió lo acontecido como un “crimen misterioso”, “la mujer del ataúd” o “el suceso de Casillas del Ángel”.

La lectura de la prensa histórica me avisó de que lo que mi padre me contaba tenía visos de haber sido un episodio real. Misterioso –cosas del subconsciente colectivo-, pero real.
Él, como sus hermanos, trabajó muy joven en la construcción de la finca del Médico de los Corderos en el barranco de la Peña, que se conoció como El Jurado o El Escorial, próximo al puerto de la Peña Horadada, cerca de Ajuy. Y allí escuchaban las leyendas y cuentos de los “jallos” de la costa y de las cruces de “los aparecidos”. Y ellos mismos,  como casi todos los vecinos de la zona agobiados por el hambre, recurrían a la pesca y al marisqueo para complementar su dieta y su economía familiar.
Pero vayamos a lo que nos ocupa. Nacido en 1918, mi padre escuchaba aún a finales de la década de 1920 el cuento de la cruz de la Playa de Los Mozos, que la gente relacionaba con la sepultura de un aparecido. ¿Qué otra cosa podía ser aquella señal, tan alejada de los riscos y de la playa, tan lejos de los pueblos habitados?
La memoria colectiva de quienes por aquellas inmediaciones merodeaban mantuvo durante mucho tiempo el recuerdo de que allí se constituyese alguna vez el juzgado de Casillas del Ángel para practicar una autopsia, enterrándose el cadáver en el mismo sitio. Cuando llegó a oídos de mi padre, lo que allí había –contaba- era un esqueleto, sin más precisiones. La memoria colectiva se había despojado de los detalles de aquel caso, quedando sólo una cruz.
El año del suceso ejercía de alcalde de Casillas del Ángel don Manuel Rugama y Vera, siendo secretario de la corporación que presidía don Francisco Peña del Castillo. Ellos, junto a juez y fiscal municipal fueron quienes movieron la maquinaria para constituirse en la Playa de Los Mozos, auxiliados en el traslado por algunos camelleros y curiosos que se desplazaron hasta aquel paraje.

El caso en la prensa

Lo que la prensa publicó durante el mes de mayo de 1896 viene a dar contenido a lo que yo consideré mucho tiempo una historia, un cuento de quienes pasaban largas temporadas junto al mar, especialmente en los momentos que la agricultura podía liberarlos para ocuparse como peones en carreteras y en la construcción de fincas como la de don Agustín Afonso Ferrer antes mencionada; momentos en los que se acercaban a la orilla para comer los productos del mar, igual que lo hacían en la Playa del Valle, más cercana al lugar de residencia familiar, desde tiempo inmemorial.

En la remota Playa de Los Mozos, al poniente de Fuerteventura, donde lo habitual era la presencia de pescadores, mariscadores y ganaderos que allí soltaban el ganado en la dehesa comunal, se produjo uno de los más singulares “jallos” en la historia de la isla.

Los periódicos: La Opinión, (de Santa Cruz de Tenerife), Diario de Tenerife, y Diario de Las Palmas, de la capital Gran Canaria en sus ediciones de mayo y junio de 1896, respectivamente, reprodujeron el incidente como una historia por entregas: desde la curiosidad y sorpresa de los pescadores que protagonizaron el hallazgo hasta el cotilleo de quienes se cartearon con los medios para ir informando de cuanto aconteció en aquel remoto lugar de uno de los municipios más extensos de la Fuerteventura de aquellos años.

De un crimen, porque no es posible concebir otra cosa, tenemos que dar cuenta hoy a nuestros lectores –decía La Opinión, de Santa Cruz de Tenerife: El día 16 del corriente mes [mayo de 1896] hallándose dos pescadores en las playas del [municipio] de Casillas del Ángel, Fuerteventura, y en sitio conocido por Caleta Grande, vieron en el mar un objeto que flotaba y que luego fue arrojado por las olas a la playa de Los Mozos. El objeto era una caja forrada en plomo. Roto esto, apareció otra caja en forma de ataúd, pintada de negro.
Abierta a la vez esta caja, apareció otra tercera de latón, y dentro, con espanto de los pescadores, el cadáver de una mujer joven, en estado de descomposición, de cabellos negros y color trigueño. Las órbitas estaban vacías, es decir, le habían sacado los ojos.

El diario Crónica, también de Tenerife, reprodujo prácticamente el artículo de La Opinión de Santa Cruz de Tenerife, tildando el asunto de “Un hecho misterioso, raro y excepcional… El juzgado de Casillas del Ángel que entiende el asunto, porque en su jurisdicción se encontró la caja referida, remite las diligencias al de instrucción de Las Palmas…” El cadáver, que ha sido enterrado cerca del sitio donde fue hallado, tenía la mandíbula inferior sujeta con la superior con un pañuelo atado a la cabeza, y en la frente una enorme herida que sin duda le causó la muerte.
Haciéndose eco de su corresponsal en Puerto de Cabras el citado Crónica escribía que “en la tarde del 16 de mayo, hallándose pescando en el paraje desierto que denominan Playa de los Mozos un vecino de Casillas del Ángel, vio venir flotando en dirección a tierra un objeto largo, al parecer una caja que con gran trabajo pudo poner en tierra… la custodió toda la noche, sin abrirla por carecer de herramientas para ello y al siguiente día, 17, consiguió hacerle uno o dos agujeros por sus extremos, pudiendo ver asombrado que la caja contenía un cadáver.
Horrorizado por tan inesperado hallazgo se apresuró a poner el hecho en conocimiento del juzgado municipal de Casillas del Ángel, personándose en el sitio donde la caja se encontraba el Juez Municipal, acompañado del cura párroco y algunas personas de significación en el pueblo, procediéndose a al apertura de la aludida caja que era de plomo, conteniendo una de madera y otra de zinc, dentro de la cual se halló, ya principiando a descomponerse, el cadáver de una joven al parecer de 18 a 20 años, con falda ordinaria, de color, un pañuelo sujetando las mandíbulas, descansando la cabeza de magnifica cabellera negra en una almohada forro basto, guantes de cabritilla y medias negras, camisa y además un saco de poco valor con encajes en el pecho y cuello.
Y, dado que el cadáver, excesivamente hinchado, tenía al parecer una herida en la frente, el juez dispuso se le diera sepultura en aquel sitio.

A finales de Mayo fue el Diario de Las Palmas quien tomó el relevo en el serial de Playa de Los Mozos o “La mujer del ataúd”, texto que sirvió de titular a los sucesivas entregas sobre el suceso:
“Hemos dado ya a nuestros lectores algunos antecedentes respecto al hallazgo misterioso en las playas de Casillas del Ángel (Fuerteventura), del cadáver de una mujer joven, guardado en tres cajas, con los ojos extraídos y presentando en la frente una herida de algunos centímetros, según afirman rotundamente las personas que en las playas de Dos Mozos presenciaron las faenas para abrir las cajas. Conviene no perder estos datos de vista, es decir la herida y la extracción de los ojos, para relacionar este hecho con otro de que a la vez viene ocupando la opinión pública”.

La autoridad judicial se persona en La Playa

La noticia llegó al alcalde presidente de Casillas del Ángel a través de su pedáneo en Tefía y la Costa de Las Salinas, al que avisaron los pescadores que encontraron el ataúd.
Mientras se decidió trasladar al juez de paz a la zona, se notificó al de Primera Instancia en Gran Canaria para la práctica de las diligencias oportunas. Entre las actuaciones del juez municipal y la llegada del titular de primera instancia para realizar la correspondiente autopsia, se hizo un primer informe sobre el cadáver el día 17 de mayo, acordándose enterrar las cajas de madera y zinc que lo contenían en el punto que se señaló con una cruz de palo.
Doce días después, el 29 de mayo, llegaba dicha autoridad judicial de Primera Instancia al sitio en que fue enterrado el cadáver. Serían las ocho de la mañana cuando se procedió a la exhumación, no sin antes adoptar las precauciones de desinfección que aconsejaba el avanzado estado de descomposición del cuerpo.
“… Veinte minutos después se sacó la caja con la muerta y se depositó en una mesa, levantándose las tapas de las cajas de madera y de zinc, procediéndose de nuevo a desinfectar… Hecho esto se levantó el cadáver sacándolo de la caja de zinc para depositarlo sobre la mesa que se había llevado para practicar la autopsia, y se le despojó de todas sus ropas...” entre las cuales el pañuelo que sujetaba la mandíbula mostraba una letra V marcada en el centro.
Y del informe judicial trascendieron algunos detalles: “Se examinó con el mayor detenimiento la herida que presentaba en la frente, y después, las órbitas. Y en efecto, no cabe duda que la herida que parte del ángulo externo del ojo izquierdo, ha sido hecha con instrumento cortante y quizás antes de la muerte. Tiene la herida, que no es mortal de necesidad, una forma oval que mide 3 centímetros de largo por 8 de ancho, quedando el hueso del frontal descubierto. Los ojos han sido extraídos, porque sólo quedan restos de membranas que cuelgan a manera de flequillos alrededor de las órbitas como si con instrumento cortante se hubiesen vaciado, acuchillándolos repetidas veces…”
Tras la observación de los datos antes descritos, el Juzgado procedió a la autopsia propiamente dicha, empezando por la cabeza y siguiendo con el pecho y vientre, siendo esta una penosa operación dado el estado de putrefacción del cadáver. “los órganos todos estaban hechos papilla…” comentaron algunos, no pudiéndose esclarecer la causa de muerte.
Sin embargo, al examinar el abdomen y aparato genital de la presunta víctima, se apreciaron indicios de un reciente parto: “vulva y vagina dilatadas, presentando la matriz un anormal aspecto”.
Después de dos horas el juzgado dio por terminada la operación, incautándose de las ropas por ver si mostraban marcas, lo que no se hizo con las cajas que pudieran mostrar inscripciones, y llevándose las vísceras para someterlas a análisis químicos en Gran Canaria. Y allí dejaron los restos de la mujer metidos en las cajas y sepultados bajo una cruz de palo.

La posible solución del enigma

El día 7 de mayo de 1896 llegó al Puerto de Las Palmas de Gran Canaria un vapor italiano de nombre Messapia. Venía del Río de la Plata, (Montevideo y Buenos Aires), en escala técnica para Génova, en la Península Italiana.
Su capitán, siguiendo las normas internacionales de marina mercante, se apresuró en dar cuenta a la Junta de Sanidad Marítima que traían a bordo el cadáver de una mujer de 37 años, de nacionalidad italiana, que había fallecido de obstrucción intestinal el día 5 de mayo de 1896, al mediodía, es decir, dos días antes de llegar a Puerto.
A la casa del vicecónsul de la república italiana se acercaron el capitán del buque y el marido de la fallecida, señor Velavella, para dar parte de la defunción de doña Vincenza Boeri, de aquella nacionalidad y natural de Génova, hija de un rico banquero de aquella ciudad.
Buscaron también información para llevar el cadáver hasta Génova metido en cajas de zinc y madera, si habría problemas en desembarcarlo en la capital grancanaria para enterrarlo cristianamente donde se pudiera saber dónde quedaban depositados los restos de la señora. La segunda de las cuestiones quedó patente desde que la Junta de Sanidad Marítima a la que fueron remitidos, les negó el desembarco.
Fue entonces cuando subieron al Messapia dos operarios del taller de don Enrique Sánchez, de Gran Canaria, para soldar una gran caja de madera pintada de negro y en forma de ataúd, a la que recubrieron con planchas de plomo. Ellos, según manifestaron a la prensa, no supieron si dentro había otra de zinc y si en su interior estaba efectivamente el cadáver.
Finalmente el buque zarpó rumbo a Génova el día 8 de mayo de 1896, pasando por la costa occidental de Fuerteventura en rumbo NE para, haciendo escala en el puerto de Valencia, alcanzar su definitivo destino en Italia.
El Gobernador Civil de Valencia, informado de la arribada del Messapia, telegrafió al puerto grancanario para comunicar que el capitán del buque, fondeado en escala para Génova, manifestó llegar con un pasajero menos, cuyo cadáver fue arrojado al mar.
Tal vez la intención de marido con permiso del capitán del Messapia fuera entregar el ataúd a las aguas del océano. El primero relacionado con el golpe que se descubriría en la frente del cadáver y la extracción de sus ojos; el segundo interesado en evitar los controles sanitarios que provocarían el retraso en la expedición de su buque, al ponerlo en cuarentena tan pronto diera cuenta de lo que llevaba a su bordo, como así fue, interviniendo la autoridad civil mencionada en un intento de contrastar hechos y declaraciones.

Y nuevas cuestiones en torno al ataúd

¿Dónde murió Vincenza Boeri? ¿Cuándo murió? ¿Dónde Parió, en el mar o en tierra? ¿Dónde quedó la criatura?
¿Por qué se metió el cadáver en la caja de zinc? ¿Por qué se metió aquella en otra caja de madera? ¿Por qué quien soldó la primera caja no hizo lo mimo con la de plomo?
Fuera como fuese, lo que si es evidente es que los dos hechos: la aparición de Playa de Los Mozos y llegada del Messapia, estaban relacionados; aunque entre ambos mediaron 8 días.
Y en Casillas del Ángel, la investigación judicial encuentra nuevas dudas: ¿Qué significada el golpe de la frente? ¿Por qué le arrancaron los ojos al cadáver? ¿Fue asesinato?
Estamos seguros de que el expediente judicial abierto arrojará interesantes perspectivas sobre este asunto que puso en relación la navegación transoceánica –seguramente la emigración-: De Italia a Uruguay, con escalas en Valencia y Gran Canaria, pasando frente a Fuerteventura y a la Playa de Los Mozos. Los testimonios que llegaron a la prensa lo hicieron por mediación de curiosos que siguieron los acontecimientos consultando a los comisionados de costa, pescadores y vecinos que allá se desplazaron.
En aquel paraje del mancomún de Las Salinas sigue la cruz, junto a margen derecha del barranco, en la costa occidental de Fuerteventura, con su historia oculta, misteriosa, olvidada… ciento y pico años después.

jueves, 11 de agosto de 2011

La tragedia del "Poseidón" majorero en el estrecho de La Bocaina, 1978

Recuerdos de hace treinta y pico años.

La noticia entró como una tromba en el viejo Cine Marga de Puerto del Rosario, (Fuerteventura, Canarias), y se enredó con los sones cubanos que allí entonaban Carlos Puebla y sus Tradicionales.
En nuestras cabezas se arremolinaban consejos electorales de aquí y de allá, del Imperio... "A mí me parece Ford, lo mismo que un chevrolet...", cantaba la tonadilla de aquellos artistas. Era un tranquilo acto festivo organizado, creo que por el Colectivo Cultural Majorero quien, por cierto, había traído a la isla al grupo palmero "Taburiente" que, por entonces actuó en la sede social del "Unión Puerto", hoy en ruinas, frente al Mercado Municipal.
Pasaba ya de las diez y pico de la  noche del día 20 de diciembre de 1978, miércoles, cuando el remolino se fue trasladando de boca a oreja: El barco de Pedro Morera, "Poseidón", había naufragado cerca de Corralejo, cargado de turistas.
La embarcación de recreo, propiedad de Pedro Morera González, hacía excursiones entre Fuerteventura y Lanzarote, con turistas que, alojados en distintos hoteles de nuestra isla, merodeaban por todo el territorio, con viajes marítimos incluidos, como se sigue haciendo hoy.
Aquel día, en el viaje de regreso desde Lanzarote el barco sufrió una avería de timón que lo llevó -según las crónicas de la época- hasta "La Amarilla", una baja situada a poco más de un kilómetro del muelle de Corralejo.
Corría el mes de diciembre, había mucho viento, de hasta 80 km/hora, y el mar estaba muy agitado. Cuando ocurrió el percance del timón, la tripulación intentó recobrar el gobierno de la nave que fue arremetida por un golpe de mar que la hizo zozobrar, volcándola y hundiéndola. Treinta y pico personas quedaron entonces a merced de las olas, inmersos ya en la oscuridad.
Y cuando a las playas de Corralejo llegó uno de los náufragos por sus propios medios, a nado, la noticia se amplificó de tal forma que movió la solidaridad de la isla y cuantas embarcaciones reposaban en la bahía se pusieron en movimiento para el rescate.
La alarma llegó a Puerto del Rosario, donde la Ayudantía Militar de Marina y el ejército se movilizaron junto a la marinería del puerto. Así, espontáneamente se articulaba un servicio de emergencias del que entonces se carecía.
De la capital de Fuerteventura salió el atunero "Planeta Neptuno", único capaz de iluminar las ya bastante oscuras aguas con sus focos; y a su bordo recogieron varios de los supervivientes y cinco cadáveres, mientras se esperaba la llegada de buques de la Armada.
En los primeros momentos, tras una larga noche de búsqueda, las cifras oscilaron confusamente: 4 muertos, 7 desaparecidos, 21 supervivientes... 11 muertos, 21 supervivientes... Pero lo único cierto es que los viajeros eran todos turistas, principalmente alemanes.
El comandante de Marina, el teniente de la Guardia Civil y los representantes del Tercio se personaron en Corralejo de forma inmediata, desde que llegó la noticia traída por aquel superviviente a las playas de la localidad.

Y ya reposados los ánimos, agotados los cuerpos, a mediodía del 22 de diciembre los buceadores encontraban al "Poseidón" con otro cadáver atrapado en su interior. La mar, según los testimonios que dieron aquellos rescatadores se encontraba a bastante distancia del lugar del siniestro, casi en línea con el muellito de Corralejo. Esas fuertes corrientes justificaban la dificultad en el rescate de los otros náufragos, alguno de los cuales comentó -seguramente recordando la película de catástrofes y título similar- que una ola de casi diez metros había provocado que la nave diera varias vueltas sobre su eje longitudinal.
Una tragedia marítimia que tiñó de luto a la isla toda, solidaria -como siempre- con los siniestrados y familiares de los desaparecidos aquel invierno de 1978.
El mar siguió devolviendo los cuerpos hasta, al menos el día 27 de diciembre, en que se encontró el de la guía turística de la expedición y otra niña menor. En total fueron 11 las víctimas mortales:

- Ute Ketelsen, guía turístico.
- Una niña menor de 8 años, turista.
- Emil Lusebrink, de 72 años, turista.
- Karin Rosin, de 38 años, turista.
- Sra. Stoffel, de 70 años, turista.
- Elizabeth Neubauer, de 65 años, turista.
- Gerald Borrosch, de 49 años, turista.
- Margit Frankl, turista.
- Chrispn Schawaderer, turista.
- Cadáver sin identificar.
- Cadáver sin identificar.

La Ayudantía Militar de Marina de Puerto del Rosario confirmó que la tragedia de aquella embarcación se debió a una accidente fortuito que dejó la nave sin gobierno por la avería del timón. El viento, la oscuridad y el mal estado de la mar hicieron el resto.
Los agradecimientos institucionales vinieron de la mano del Delegado Gubernativo y se hicieron extensivos al pueblo de Corralejo, al personal de la Clínica Vírgen de la Peña, al Tercio, a la Ayudantía Militar de Marina, a la Guardia Civil, a la Policía Local de La Oliva y cuantos se movilizaron desde Puerto del Rosario para colaborar en las tareas de búsqueda y rescate de los náufragos. Un gesto que trasladó al vicecónsul de la entonces República Federal de Alemania en Las Palmas de Gran Canaria, que se acercó a Fuerteventura para interesarse por el estado de las víctimas e informar al Ministerio de Asuntos Exteriores de aquel país.
El "Poseidón" era un buque de recreo de 15,50 toneladas de registro, 12,50 metros de eslora, 3,50 de manga y 1,60 de puntal. Su base estaba en Corralejo y su propietario, Pedro Morera González, lo había adquirido en 1976 por unos tres millones de pesetas; aunque no estaba asegurado, si tenía seguro de viajeros.
El barco siniestrado pudo ser finalmente rescatado de los fondos marinos de La Bocaina utilizando bolsas de goma a las que se inyectó aire debajo del agua para reflotar la nave. Estaba a casi un kilómetro del lugar del accidente. Finalmente fue remolcado hasta Arrecife de Lanzarote para su reparación.



El Corralejo de la época despertaba al negocio turístico y en la década de los 70 se planificaron la carretera de la costa y el nuevo muelle que sería puente con la vecina Lanzarote.

jueves, 30 de junio de 2011

Apunte sobre el centro penitenciario de Tefía

La Colonia Penitenciaria: Establecida en Tefía, en las inmediaciones del primer aeródromo militar de la isla, la prisión (asentada donde luego estuvo el Tercio III de la Legión a su llegada a la isla en 1975, y hoy es escuela taller de Fuerteventura), pasó a depender del Ayuntamiento en virtud de resolución superior de prisiones, que trasladó sus funcionarios a otros centros penitenciarios; la alcaldía del Puerto acogió el nuevo establecimiento en 17 de febrero de 1939, nombrando vigilante encargado a don Sebastián Mora Martos.- Los antecedentes del establecimiento penitenciario de Fuerteventura en Tefía, se remontan a principios de la etapa republicana, cuando se creó para recluir a los vagos y maleantes, con bastante oposición de los munícipes.- Aunque sabemos que Paco Navarro Artíles posee información al respecto, lamentamos no haber podido acceder a la documentación de dicho centro para intentar certificar la presencia de reclusos políticos en él.”


Tal era la nota que dedicábamos a la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía en nuestro capítulo de colaboración en el libro Puerto de Cabras-Puerto del Rosario. Una ciudad joven, 1995, coordinado por Fernando Martín Galán y Elías Rodríguez Rodríguez, en el epígrafe sobre las obras públicas durante la transición a la Dictadura Franquista.

Ha pasado el tiempo y preciso es matizar alguna de las ideas allí apuntadas. En cuanto a la antigüedad de una prisión en Fuerteventura, cabe pensar que la isla toda fue considerada en sí como una cárcel o, por lo menos, lugar de destierro de los considerados enemigos del régimen político establecido en la metrópoli (nosotros éramos periferia, en todo caso ultramar), o por un simple cabreo o berrinche del rey de turno, eran otros tiempos; pero aquí llegaron en 1868, en 1924, en 1934 y en 1963 distintos confinados.
En los años veinte del pasado siglo XIX se habla de una prisión en Fuerteventura, según se desprende del nombramiento publicado en La Gaceta, pero desconocemos dónde estaba y puede, también, que se refiriese a la cárcel del partido judicial de la isla restablecido en Puerto de Cabras en 1913.
Y aludimos a la etapa republicana porque, en aplicación de la ley que defendía La República, allí, en los llanos de Tefía, se debió establecer algún tipo de prisión, si nos atenemos a lo que recogieron las actas del pleno del ayuntamiento en aquellos años.
La referencia a la asunción del establecimiento por parte del ayuntamiento, hay que matizar que quien lo hizo fue la Comisión Gestora presidida por el Comandante Militar de la Isla, Ceferino Erdozaín Elizalde, y que asumió los destinos del municipio en la inmediata posguerra civil. De ello se deduce que allí, junto a las fuerzas de aviación que pronto se establecieron en la zona se debió acondicionar, como mínimo, un centro de internamiento de soldados republicanos capturados y –en todo caso- víctimas de la represión que siguió a la contienda.
Entre 1939 y 1952 en que las fuerzas de aviación se trasladan al aeródromo de Los Estancos, se debió adoptar algún tipo explotación de los “esclavos por la patria”, bien para reverdecer un paisaje desértico con la presa o arreglando carreteras e iglesias como la de Gran Tarajal en el sur de la isla. Y es que en el primer quinquenio de aquella década andaba el mundo en guerra y, ante las aspiraciones aliadas sobre una de las islas de nuestro archipiélago, no es de extrañar que el Mando Económico actuara especialmente en la isla creando, entre otras obras, una pista de aterrizaje, un cuartel, una barriada militar, una presa, una red de nidos de ametralladora por todo el litoral, en fin.
Y es posible, también, que durante esta primera etapa hubiese presos políticos y soldados republicanos.
En la siguiente etapa, 1954-1966, se enredan acontecimientos como el propio decreto de creación de la Colonia Agrícola Penitenciaria que según las memorias de Dirección General de Instituciones Penitenciarias intentaba “reverdecer el desierto” y que, para muchos era un campo de concentración encubierto. No cabe duda que, para muchos, a juzgar por los testimonios vertidos en los medios de comunicación, debió ser un infierno personal.
Pero también aconteció en aquella década la guerra olvidada de Ifni, a raíz de la cual llegó a la isla un buen número de prisioneros insurrectos, los cuales, según Antonio Herrero Andreu fueron encarcelados en Tefía… Y aconteció también el llamado Contubernio de Munich, donde los liberales españoles quisieron respirar aires de aperturismo hacia Europa, siendo confinados en nuestra isla por esa causa Joaquín Satrústegui, Álvarez de Miranda, Jaime Miralles y Jesús Barros.



Y el centro de Tefía, que había nacido al amparo de la Ley de Vagos y Maleantes, trastienda del destierro de quienes fueron deportados al Puerto o a Gran Tarajal, continuó acogiendo a presos por su condición política, religiosa o sexual, aportando mano de obra a requerimiento de personajes como don Gustavo que dispuso de un buen número de aquellos para despejar el acceso a Cofete, bien cavando túneles de locura o bien realizando caminos empedrados a través las arenas del istmo de Jandía.
Y en cuanto a lo de Paco Navarro, decir que, efectivamente y con sus propias manos salvó documentos de las hogueras con que algunos quisieron borrar la memoria de aquellos tiempos. Su archivo (signatura 183 de este fondo en el Archivo General Insular) atesora episodios que algún día iluminarán parte nuestra historia reciente.

viernes, 8 de abril de 2011

Ganaderos y ecologistas contra una macrogranja en Fuerteventura

En estos días en que se celebra FEAGA 2011, la feria agrícola, ganadera y pesquera de Fuerteventura, me encuentro con un articulillo que escribíamos hace algún tiempo como reflexión a la instalación de una macrogranja para la explotación de ganado caprino la isla.
Por aquel entonces, hará dos o tres años, leíamos en la prensa local que la COTMAC devolvía al Cabildo el Proyecto de una gigantesca granja de explotación caprina en régimen intensivo; la razón: carecer, entre otros, del preceptivo informe de la Consejería de Agricultura y considerar la inistitución insular que además de los dictámenes de patrimonio histórico, convendría ver su repercusión en la ganadería tradicional de Fuerteventura.
El lugar elegido por la promotora, Grupo agropecuario Capricornio S.L., es el Llano de la Cancela, entre las Salinas del Carmen y Los Alares, en el término municipal de Antigua.
La finca, de 1,13 millones de metros cuadrados se encuentra en una zona de gran valor natural. La capacidad, unas 20.000 cabras que serían explotadas de forma intensiva en aquel espacio, donde se situarán diversas instalaciones anexas.
Sin entrar en quién o quiénes pudieran estar detrás de aquella firma comercial, el hecho merece una reflexión desde el sentimiento romántico y la nostalgia.
Decía el recordado Francisco Navarro Artíles que
hablar de la historia de Fuerteventura era hablar de la cabra, animal díscolo y personal donde los haya; que a la cabra majorera -decía el maestro- no se la pastoreaba, se la cuidaba con ayuda del fiel bardino capaz de comprender y aún adivinar las intenciones de alguna res que pretendiera hacer de las suyas.



 Pero... ¿Qué es lo tradicional de la ganadería en Fuerteventura? ¿Cuáles son los elementos que componen aquella forma de explotación ganadera? ¿Gozan de protección aquellos elementos y aquella forma extensiva de ganadería? ¿En qué áreas se practicaba aquella actividad agropecuaria?
La respuesta a todas estas preguntas nos pondrán en el momento actual con el dilema de qué conservar y qué figuras de protección son de aplicación para preservar lo vernáculo y lo tradicional.
Un primer acercamiento debe pasar por definir lo vernáculo como aquella serie de actividades humanas que se hunden en la noche de los tiempos y, digo bien, pues clava sus raíces en la etapa anterior a la conquista europea de la isla, antes de 1405, hasta cuya fecha los aborígenes deambulaban por Fuerteventura con sus ganados en una suerte de seminomadeo que los llevaba a perseguir las aguas que la lluvia iba repartiendo de forma desigual por nuestra geografía, por eso encontramos la gran cantidad de poblados que no tuvieron otro carácter que el de servir de aentamientos estacionales en función de la distribución pluvial. También en esto me decía Paco Navarro que por aquí habría una o varias familias extensas que se repartían de aquella forma los pastos de la isla.
La llegada de los colonos que sucedió a la etapa de conquista puso un primer acotamiento a aquella forma de explotación extensiva practicada por los aborígenes, que chocó frontalmente con la agricultura y la ganadería practicada por quienes iban llegando. El ayuntamiento insular o antiguo cabildo nos dejó en sus actas el reflejo del ordenamiento que desde su institución se llevó a cabo en toda la etapa moderna hasta finales del siglo XVIII, que consistió básicamente en la aprobación de rayas de vega que los distintos moradores le iban proponiendo en los distintos pueblos que iban surgiendo, además de otros elementos de control para el suministro de carnes y para la exacción de impuestos sobre los derivados de la ganadería.
Desde mediados del siglo XVI el propio señor de la isla aprobaba y refrendaba el sentido comunal de aprovechamiento de pastos y aguas de sobretierra en las zonas periféricas a las vegas, o sea, en las zonas comunales de pasto o términos de ganado que orillaron todo el espacio colonizado por los europeos y que tamizado por los repartos promovidos desde los ayuntamientos contemporáneos surgidos a principios del XIX llegaría hasta nuestros días.
Lo tradicional en el aspecto que nos ocupa pasó por el consenso que de forma tácita se produjo entre lo aborigen y lo implantado por quienes llegaron a una de las Afortunadas. La tierra recién conquistada debía dar cobijo a los colonos que llegaban desde distintos puntos de la península ibérica y de la Normandía francesa junto a los que sobrevivieron al genocidio y se bautizaron convertidos a la nueva religión y sociedad. Ni los titulares del Señorío ni el propio çCabildo trataron de interferir y exterminar una explotación ganadera que los segundos siguieron practicando de forma extensiva en la dehesa comunal a que antes nos referíamos; muy al contrario, cuando precisaron mano de obra recurrieron en los primeros tiempos a las razzias que practicaron en la vecina costa africana.
La tradición ha hecho que aquel esquema se traspasara de generación en generación y hasta nosotros llegaron las paredes que separaban lo cultivado y colonizado de la dehesa común, las rayas de vega, las marcas de los repartos municipales en el siglo XIX. En aquellos espacios amplios y relajados desde un punto de vista paisajístico nos sorprenden las gambuesas, los corrales, los toriles, los socos de atalaya, las casas de costa o de criadores y los corrales concejiles. El propio llano de la cancela en que pretende instalarse la granja que nos ocupa, toma prestado el topónimo de uno de los accesos a la zona comunal.
Todas aquellas estructuras como soporte físico de una actividad ancestral tienen su máximo exponente en las apañadas o garañonadas que periódicamente se realizaron en los siglos de la Etapa Moderna, a las que el antiguo cabildo enviaba sus veedores o supervisores en las comarcas de Guize y Ayoze, según fuera la zona en la que tocaba su celebración. Convocados por los comisionados de costa allá acudían todos los particulares e instituciones como la iglesia que habían echado su marca para apañar el producto de sus reses y marcar las crías que volvían a soltarse en aquel término.
Y es la tradición como enlace con nuestros ancestros lo que ha traído hasta nosostros esta riqueza que bien merece formar parte de nuestro patrimonio etnográfico en alguna de las figuras que contempla la ley 4/1999, de Patrimonio Histórico de Canarias. La práctica de la ganadería extensiva en Fuerteventura que, en claro retroceso, aún se sigue practicando en algunas zonas de nuestra isla, vestigios de la dehesa comunal primigenia que se parceló, distribuyó y, en parte, privatizó con la llegada de los ayuntamientos contemporáneos que empezaron a funcionar después de 1812; las apañadas son el episodio casi festivo que merece el trato que apuntamos, las estructuras que acompañaron aquella forma de explotación de pastos podían aún señalarse y registrarse como elementos de la figura patrimonial que insinuamos, y añadirse y agregarse, por ejemplo, a la figura de parque rural, natural o de zonas áridas de que actualmente se habla.
El Llano de la Cancela en que se pretende instalar la granja para 20.000 cabras en régimen de explotación intensiva, ya lo decíamos, es un topónimo que hunde sus raíces en lo que venimos apuntando. Las cancelas y portones que podemos rastrear en la toponimia insular constituyen junto a los esquenes, efequenes o gambuesas, casas de costa  corrales concejiles, el reflejo que nos traslada a aquella otra forma de actividad ganadera de carácter ancestral y extensivo que siempre se practicó en nuestra isla con respeto a las zonas colonizadas o entradas en vega por el crecimiento de la población.
Lo tradicional pesa efectivamente, pero ¿dónde ponemos el listón?
La cabra inseparable de la historia isleña a que hacía referencia Francisco Navarro está entrando en declive de forma directamente proporcional al avance, no ya de la agricultura, sino de las nuevas formas de ocupación espacial por el hombre; se la arrincona y aleja de sus zonas habituales de pasto, donde resulta más rentable sumarse al carro de las inversiones internacionales del capital y, en este punto, si no se parcela un reducto donde conservar la tradición en forma de museo de sitio o centro de interpretación etnográfica ¿qué problema hay con que se haga tal o cual instalación del tipo que nos ocupa distinto del acoso a quien la promueve?
La otra vertiente, menos romántica: Decía en la misma prensa de hablamos al principio el Presidente del Cabildo que si establecen limitaciones a la implantación de grandes superficies comerciales para que no acaben con el pequeño y mediano comercio, algo similar debería hacerse con este tipo de explotaciones ganaderas.
Poner puertas al neoliberalismo en un mundo globalizado, donde aquel campa a sus anchas allá donde el beneficio y el rédito es mayor, es como ponerse al lado de los que caen en desacuerdo con el sistema... o dar la imagen de que en esa línea se actúa.

lunes, 28 de marzo de 2011

San Andrés en Fuerteventura, patrón de los agricultores

Cuando en 1609 San Andrés fue nombrado patrón de los agricultores, no se imaginó lo que le esperaba en una isla sedienta y en su mayor parte dedicaba al cultivo de secano.
Los hombres del campo en Fuerteventura miran al cielo cuando se pasa el mes de octubre sin llover, siquiera unas gotas. Entonces y durante siglos mantuvieron la costumbre, clamaban a Dios y buscaban en la iglesia más cercana al Santo Andrés para procesionarlo hasta la parroquia matriz de Betancuria, hasta la Vega de Río Palmas o, más tarde, cuando ya construido en la década de 1650 su propio templo en el Valle de la Sargenta, (Tetir), hasta se le enjuiciaba en un ritual que mezclaba lo católico con lo pagano.
Yo, como muchos que nos interesamos por nuestro pasado, había oído la costumbre que había en la Vega de Tetir de acudir a la ermita de San Andrés, en el Valle de la Sargenta, cuando, pasado el día de Santa Catalina sin llover se le iba a pedir cuentas al santo patrón de los agricultores. Escuchábamos que se sacaba al santito de su ermita y se llevaba a lo alto del volcancito de Santa Andrés, en el centro mismo de aquella vega y se le amenazaba con desriscarlo si no traía el agua; solía contarse que alguna vez, siquiera por accidente, la imagen rodó por lo suelos, pero que por lo general no se cumplía la amenaza.
Hace ahora dos años, cuando preparaba el librito que publica el Cabildo de Fuerteventura con motivo de la Feria Insular del Libro, dedicada entonces al primer cronista oficial de Puerto del Rosario, la familia me facilitó una serie de documentos y datos biográficos de Juan José Felipe Lima, entre los que se encontraba el que, con su permiso me permito reproducir más adelante, sobre todo,  porque íntegramente lo podemos ver en la obra que Claudio de la Torre Millares dedicó a las islas orientales de Canarias en la década de 1960. Sencillamente porque Juan José Felipe le cedió estos datos sobre Fuerteventura sin que viera su nombre entre los colaboradores que el autor de aquel libro mencionó entre sus páginas.
Veamos lo que nos contaba aquel primer cronista de Puerto del Rosario, cuya foto aquí insertamos:
"San Andrés, por designación popular, es el abogado de las lluvias. En años de sequía, cuando el agricultor está ya al borde de la ruina, las mujeres han de desplazarse varios kilómetros en busca del agua para sus necesidades domésticas. Pero hasta finales del pasado siglo [entiéndase el XIX] mientras las mujeres se entregaban al penoso acarreo solían los hombres congregarse junto a la iglesia para pedirle cuentas al santo. Se acusaba a San Andrés de no querer escuchar las súplicas, y hasta se le llegaba a amenazar con despeñar su imagen por una de las montañas que separa a Tetir del pueblo de Tefía [no desde la montaña de san Andrés, según Juan José]. Los defensores del Santo, que también los tenía, empleaban toda clase de razonamientos para disuadirlos, alegando la falta de fe del vecindario como causa principal de la sequía. Arrollada la defensa por el ardor de los acusadores, la imagen era llevada a hombros hasta el lugar del sacrificio. Allí se reanudaba el juicio con los ánimos mas sosegados [seguramente tras una caminata regada con algunos rones y animada por guitarras y timples]. La ejecución de la sentencia se suspendía. Se le daba entonces al santo un plazo de diez ó veinte días, nunca más de un mes, para que trajese la lluvia. Siempre llovió dentro del plazo. Sólo falló una vez. Pero cuando en esta ocasión se iba a cumplir la sentencia, se consignó in extremis permutar la pena infamante por el destierro... De la curiosa ceremonia [termina el cronista] hoy [1962-63] sólo queda el refrán: Si no llueve por Catalina ni por Andrés, malo es..."
El texto transcrito se corresponde con la copia mecanográfica que conservan los familiares de Juan José Felipe Lima en su archivo, pero cualquiera puede encontrar copia literal en la obra de Claudio de la Torre Millares, publicada en 1966 por Destino, recientemente reeditada en facsímil por Cam PDS editores.
Las referencias a esta costumbre se suelen reiterar tomando como base las ediciones citadas, por lo que, tal vez, como hiciera Juan José Felipe, convendría rebuscar en la memoria de nuestros mayores y recomponer este ritual por el agua ante San Andrés.
Pero San Andrés tuvo otros patronazgos y capillas en Fuerteventura, de las que hablaremos en otra ocasión.

jueves, 24 de marzo de 2011

Los náufragos del mercante Atlas en Puerto de Cabras, 1918

De Cuando en Puerto de Cabras se alojaron 28 holandeses náufragos del vapor “Atlas”, torpedeado por submarinos alemanes en 1918.

Hoy quiero contarles uno de esos hechos que forman parte de la pequeña historia de los pueblos, inevitablemente imbricados en los radios de la rueda de la Historia, con mayúscula. Pudiera tratarse de una cuestión de efectos colaterales, como en la actualidad denominamos estos episodios.
Pero ahí está, con una leve huella en los anales del entonces Puerto de Cabras, pues aquí transcurrió parte de la aventura.

Playa de el Jablito, término municipal de La Oliva, atardecer de un día de enero de 1918, un grupo de majoreros cargaba piedra de cal en los lanchones de un velero fondeado en la cercanía de la caleta; en el horizonte una cortina de humo negro que se elevaba al cielo y algunos pescadores que se botaron sus barquillos para acercarse a ver lo que pasaba cuando algunas explosiones los ahuyentaron. Como telón de fondo, la Primera Guerra Mundial en su fase submarina, cuando la marina alemana intentaba controlar el pasillo que separa Lanzarote y Fuerteventura de la vecina costa africana, frente a la Bocaina.

La noche era oscura y fría, de invierno. Serían las 12 de la noche del día 10 de enero de 1918 cuando los dos botes de salvamento llegaban a la punta de El Jablito, en la isla de Fuerteventura. A su bordo viajaban veintiocho hombres que, desde hacía rato, oteaban la orilla en la que pretendían desembarcar.
Junto a la playita una hoguera calentaba al grupo de camelleros y braceros que en la tarde anterior había traído piedra de cal para el velero que zarpó al oscurecer… Y allí estaban junto a los pescadores en animada tertulia cuando escucharon los gritos que procedían del mar.
Con algunos hachones encendidos se acercaron a la puntilla y al ver tan sorpresiva visita les hicieron señas para llevar los barquillos hasta la orilla. Los de tierra comprendieron que se trataba de un grupo de náufragos pero, por más que lo intentaron, no pudieron comunicarse con ellos; apenas entendieron el poco inglés que hablaba el que parecía ser el capitán.

Por señas lograron trasmitir unos y comprender otros los acontecimientos que los habían llevado a encontrarse en la playa del Jablito, costa oriental de Fuerteventura. La presencia de los submarinos alemanes y los frecuentes ataques realizados contra los buques mercantes aliados eran de sobra conocidos por los pescadores que, muchas veces, les suministraron pescado, verduras y papas…
Tras unas horas de descanso junto al fuego, los majoreros decidieron aviar los camellos y llevar a aquel grupo extranjeros hasta Puerto de Cabras, donde vivía el comandante de marina de la isla.
Llegaron al Puerto a las doce de mediodía del día 11, siendo recibidos por el propio alcalde, José Pérez Medina, que preparó su alojamiento en las fondas de la localidad, entre ellas, la de doña Benigna Pérez, viuda de Galán, en la calle de La Marina, próxima al muellito.
Y fue el propio alcalde quien, tres días después, desde la oficina de telégrafos dio la noticia a las autoridades provinciales en Santa Cruz de Tenerife, facilitando a la prensa la noticia del torpedeamiento del vapor holandés “Atlas”, cerca de la costa oriental de Fuerteventura.

El Diario de Las Palmas, La Provincia, El Progreso o La Gaceta de Tenerife fueron algunos de los medios que se hicieron eco del suceso, acogiéndolo en su sección sobre la guerra submarina.

La amabilidad y las diligencias de la alcaldía de Puerto de Cabras, hicieron más soportable la estancia de los náufragos, que se dilató hasta el día 17 de enero, en que fueron trasladados a Las Palmas de Gran Canaria, a donde llegaron el día 18 a bordo del vapor interinsular “Lanzarote”.
En el propio correillo fueron interrogados el capitán y el primer maquinista del “Atlas” por el Comandante Militar de Marina y por el cónsul de los Países Bajos en Las Palmas, dado que los mismos resultaron ser de nacionalidad holandesa, y su naufragio fruto del bloqueo que ejercían los submarinos alemanes en el marco de la primera guerra mundial que se estaba librando.

En Gran Canaria fueron acogidos por el Cónsul Honorario de Holanda, Sr. Apolinario, quien gestionó su hospedaje en el Hotel Rayo de la capital.
Para el día 20 quedó previsto su traslado a España junto a los náufragos de otros buques como el Joaquín Mumbrull y el danés Hulda Marsk, recientemente torpedeados en aguas de Canarias.

El vapor “Atlas” pertenecía a la Armadora The Royal Nedherland Sea Company; era de la matrícula de Ámsterdam, donde fue construido en el año 1906. Desplazaba 3.500 toneladas netas y 4.400 toneladas de registro bruto.
En el momento del abordaje por el submarino alemán en aguas próximas a Fuerteventura, procedía de Bissao, de donde había salido a primeros de enero con un cargamento – según declaración de los náufragos- de mercancías en general y manises, y se dirigía al puerto de Rótterdam.

El día 10, a las tres y media de la tarde, y a 28´32º N latitud, y 12´52º O longitud, a 54 millas distantes de Fuerteventura, se oyó una detonación que procedía de un submarino, y que intimaba al barco holandés a detenerse…la tripulación del “Atlas” embarcó en los botes de salvamento y abandonaron el barco lo antes posible, tomando algunas provisiones…” para dirigirse a la costa majorera.

En palabras de Francisco Javier Ponce Marrero, fueron una veintena larga los mercantes atacados y hundidos por los submarinos alemanes en aguas de nuestro archipiélago, sobre todo en la fase de 1916 a 1918 de la Primera Guerra Mundial.
Canarias mantuvo una posición neutral que sirvió de refugio a los buques austriacos y alemanes, hostigados y perseguidos por Inglaterra y sus aliados que veían en aquella presencia un nido de espías del Káiser... hasta que se desplegó la guerra submarina.
En momentos bélicos como éste (guerra de cruceros y guerra submarina) en nuestra isla se hizo muy frecuente “costear” por la orilla en busca de “jallos”.
Como en tantos otros casos, en nuestros archivos poco quedó de aquel acontecimiento. No hay nombres, ni de los náufragos ni de los rescatadores, tan sólo de quiénes le dieron cobijo y manutención, y de quien finalmente pagó la factura: el Consulado de Holanda en Las Palmas de Gran Canaria.

Vapor correo interinsular “Lanzarote”, en el que lo náufragos fueron llevados a Gran Canaria.

[ © Francisco Javier Cerdeña Armas,
Noviembre de 2010]