lunes, 30 de abril de 2012

Cargando al muerto

Apunte sobre una prestación vecinal que se mantuvo en Puerto de Cabras hasta mediado el siglo XIX.

Los caminos tradicionales o históricos de Fuerteventura están "llenos" de cruces que, a su vera, se levantan adosadas a pequeños poyos de piedra seca. Ambos elementos, así instalados junto a los viales, recuerdan pequeños altares.
Pero muchos de ellos son, en realidad, descansaderos de atáud, reposaderos en el traslado de los cadáveres hasta la suelo sagrado en las respectivas sedes parroquiales; una costumbre que precedió a la legislación de cementerios de la década de 1830, pero que, en Puerto de Cabras, dependiente de Tetir en lo espiritual hasta 1906, se mantuvo hasta que en 1871 inauguraron su propio camposanto, hartos como estaban de subir la dichosa Cuesta que luego llamaron de Perico.



Cargando un difunto en Fuerteventura. Reproducción  del dibujo de Paul Merwart publicada por la FEDAC
 
Hasta principios del siglo XIX era hatibual que los muertos se trasladasen desde los pueblos a la parroquia, para ser enterrados en suelo sagrado. Entonces no había cementerios y los cadáveres recibían sepultura bajo el propio pavimento de la iglesia parroquial. Allí, sin la caja, se depositaba al difunto amortajado con el hábito designado en sus últimas voluntades, y se recuperaba el ataúd para ulteriores servicios.
Lo penoso del asunto en etapas pretéritas se valora cuando vemos que Fuerteventura es una isla alargada y que los pueblos distan mucho entre sí; y si a ello unimos las altas temperaturas que por aquí suelen darse, acarrear la caja de finados en plena canícula podía resultar una árdua labor. Por eso, cuando el muerto era un bebé -me contaban algunos viejos- (que por la edad  podía no estar bautizado), muchas familias sencillamente lo enterraban en el cercado de tuneras, próximo a la casa, una ocurrencia que pudiera resultar grotesca a quien esto lea, pero también era un ahorro para la comunidad, que tenía que recurrir al servicio de prestación personal para los traslados.
Porque ¿Quién se encargaba de acarrear a los muertos?
En el Antiguo Régimen las cofradías de ánimas se ocuparon de buena parte de los trayectos, del ceremonial y de recolectar para ayudar a la viuda cuando el finado era cofrade o hermano en aquellas sociedades. Pero lo normal era que fuesen los propios deudos y amigos del muerto quienes arrimaran el hombro o prestasen algún camello para verificar el traslado a lomos de aquella bestia.
Nada dicen las actas del antiguo Ayuntamiento o Cabildo Insular hasta 1799, razón que nos hace pensar en que los muertos se llevaron a tierra sagrada en la forma antes insinuada, usando la caja comunal que se guardaba en la cripta de la parroquia matriz de Betancuria hasta no hace mucho. Y el muerto se inhumaba amortajado con los hábitos de su devoción cuando así se contemplaba en su testamento. Y tampoco sabemos si por el entierro se pagaba algún cánon; una duda que se nos disipa en parte al contemplar que la caja era de la parroquia y el suelo que acogía al muerto, también.
Otra cosa distinta comenzó a plantearse cuando se construye el primer cementerio de la Isla en Casillas del Ángel, fruto de la ampliación de su iglesia y de la erección de la parroquia de Santa Ana con una más amplia arquitectura.
Y cuando en la década de 1830 comenzaron a funcionar los ayuntamientos contemporáneos, la costumbre se hizo ley y como tal se contemplaría en las ordenanzas municipales. Y el acarreo de los cadáveres pasó a ser obligatorio, sumándose a la prestación vecinal o personal que ya se exigía para la limpieza de caminos y fuentes, por ejemplo.
La prestación pasó a ser en nuestro municipio un servicio obligatorio, exigible a todos los varones de más de 18 años, con exclusión de los ancianos y contemplándose, como era también habitual en el XIX, la redención a metálico o mandando, los que podían, a sus propios peones cuando les tocaba cargar el muerto.
Hasta 1871 esto fue así...

lunes, 23 de abril de 2012

En el Día del libro 2012

El primer libro impreso en Fuerteventura: 1974

La festividad anual del libro español se adoptó desde el 6 de febrero de 1926 de una forma un tanto oficialista y acotando lo que, por definición, deber ser libre y sin fronteras.
Cuatro años después de su institucionalización, por Real Decreto de 7 de septiembre de 1930 se cambiaba la festividad de Libro al 23 de abril, aniversario de la muerte de Cervantes. Coincidió la primera celebración en esta nueva fecha con la II República Española.
En Fuerteventura la festividad que nos ocupa salió a la calle, en los alrededores del templo parroquial de la capital, en la plaza de Nuestra Señora del Rosario, a finales de la década de 1980: Allí, después de la lectura del pregón que pronunció Juan Manuel Perdomo Nóbrega, se abrieron los stands y varios libreros invitados por el Cabildo Insular como organizador, acercaron abiertamente sus productos a la ciudadanía…

Entre los anaqueles de aquellas casetas me pareció ver la obra de María Dolores Fajardo Negrín, “La Voz de Fuerteventura”, 1971, escrita por una majorera pero impresa en Las Palmas de Gran Canaria, y me pregunté ¿Cuál sería el primer libro escrito e impreso en Fuerteventura?...
Supe que hubo periódicos que aunque residenciados aquí, eran impresos también en la capital grancanaria, casos de La Aurora (1900-1906), La Voz Majorera (1922-1923); pero otros sí que se imprimían en la isla, como El Majorero (1944) y Herbania (1944). Lejos me quedaba el manuscrito El Eco de Tiscamanita, de la década de 1880… En las páginas de todos ellos se destiló la creación literaria de muchos majoreros, ya en forma de artículos o de folletines y crónicas…


Y como la curiosidad no tiene límites, seguí buscando hasta llegar al colofón de un librito editado por el Instituto Nacional de Bachillerato “San Diego de Alcalá”, de Puerto del Rosario. En su cubierta se podía leer “Taro, Cuadernos majoreros, número 1. Cantares humorísticos en la poesía tradicional de Fuerteventura”. Estaba introducido y anotado por el siempre recordado Francisco Navarro Artíles, corriendo la selección y clasificación de los cantares a cargo de sus alumnos del curso 1970-71: Domingo Fuentes Curbelo, Emilia Carmona Calero, Fátima Perdomo Nóbrega y María Dolores Rodríguez Calero. Y lo quiero recordar aquí, en el día del libro de 2012; el colofón dice así:
 “Este es el primer libro impreso en la Isla de Fuerteventura, una de las Canarias. Se acabó el día 13 de noviembre de 1974: lo compuso a mano Gonzalo Alonso Hernández; lo tiró a maquina Miguel Castilla Perdomo; plegó los cuadernillos Francisco Fajardo de Armas [Pacheco]; cuidó de la edición y corrigió las pruebas Francisco Navarro Artíles. Se confeccionó en la Imprenta Chacón de Puerto del Rosario.”
La solemnidad que el maestro quiso dar a esta obra de recopilación merece ser escuchada y nos convida a releerla como fuente para quienes hoy continúan escribiendo y trabajando con las coplas y cantares tradicionales de Fuerteventura.
Esta obra puede consultarse en abierto en la WEB de la Biblioteca Universitaria de Las Palmas, a la que remito a quienes deseen disfrutar con su recuerdo.

martes, 17 de abril de 2012

El portacontenedores "Julia del Mar", encallado en Puerto del Rosario, 1994

Aconteció en la tarde del sábado día 20 de agosto de 1994, casi diez años después del accidente del Júcar en la Playa del Valle de Santa Inés.
En el mismo centro de la bahía de Puerto del Rosario, entre los dos muelles la panza del "Julia del Mar", portacontenedores de la naviera Contenemar, tocó las arenas del fondo marino y, por sus propios medios salió del apuro. La naviera propietaria, las autoridades portuarias y las agencias consignatarias, todos, respiramos cuando el dichoso barco logró salir aprovechando la marea alta... Apenas hacía un año que otro barco de la misma compañía y similares características, el "Casilda del Mar", encallaba frente a la bocana del puerto de Caleta de Fustes cuando erróneamente buscaba la capital majorera.


Entoces las quejas de consignatarios de Puerto del Rosario como Pedro Antonio Rodríguez Medina plantearon los problemas derivados del escaso calado... Y más tarde con las ampliaciones y mejoras en las instalaciones portuarias se dragó la bahía. Beneficiaria de las arenas fue la Playa de Los Pozos que se convirtió en la Playa Chica de la capital majorera.