lunes, 26 de marzo de 2018

El caserío de Tesjuates

Tesjuates, entre la tradición y la historia.
 
Junto a la carretera FV20, a orillas del barranco de Río Cabras nos encontramos con este caserío que perteneció al extinto municipio de Casillas del Ángel hasta su agregación al de Puerto de Cabras, hoy Puerto del Rosario, en 1926. Su población rondará los 250 habitantes que se distribuyen y asientan entre el núcleo de Tesjuates y los agregados de Llanos Pelados, La Laguna y La Solana.

En su origen el topónimo alude a las actividades relacionadas con el tratamiento del cuero y de la ganadería. Surgió a orillas del barranco antes mencionado, muy cercano a las fuentes de "realengo", por donde discurre de forma permanente el agua y donde abunda el tarajal en el paraje denominado como "La Herreña", de titularidad municipal.

La propia mata de tarajal citada, donde se encuentran los primeros tramos de la canalización de aguas hecha por la sociedad La Esperanza entre finales del siglo XIX y principios del XX, constituye un buen lugar de recreo y visita hasta la presa y represas que encontramos siguiendo el cauce de dicho barranco en su dirección al mar.

El caserío posee una escuela unitaria del Plan 1962 y, próximo a ella, dos cruces sobre estructuras troncocónicas de piedra seca, ya descritas por la viajera inglesa Olivia Stone en su visita a la isla en 1884 y constituye uno de los elementos con que el pueblo se identifica.

No hace mucho aquellos símbolos funerarios fueron integrados en un descansadero por el Cabildo Insular que allí colocó un panel recogiendo el significado que la tradición les atribuye.

 
Pero no se les dio catalogación alguna al amparo de la Ley 4/1999 de patrimonio histórico de Canarias, donde podría encontrar cobijo como sitio histórico, al ser levantadas por los antepasados en memoria de un cura y su monaguillo que fueron arrastrados por las aguas en la confluencia de los barrancos de Baja Manga y Río Cabras.

Cuando la tradición y la historia se dan la mano para evidenciar un hecho histórico como el que insinúan las cruces de Tesjuates, el resultado puede ser tremendamente triste, trágico: un clérigo y su acólito arrastrados por las aguas cuando, precisamente, iban a dar la extremaunción a un moribundo. ¿Quiénes eran estas personas que allí dejaron su vida? ¿A quién iban a ungir en sus últimos momentos? ¿De dónde venían?

Un hecho de estas características debió sobrecoger a la población de los lugares comarcanos. De la antigüedad del suceso ya se sospechaba algo cuando viajeros como los ingleses citados, lo recogieron en sus notas de viaje, hace ya más de un siglo; y por ello rastreamos los archivos sacramentales de la parroquia convencidos de que alguna evidencia pudiera quedar. Pero es tan ingrato el esfuerzo que hasta el "tiro" lo erramos buscando en la parroquia equivocada.

Pero hete aquí que, sin quererlo, Manuel Barroso Alfaro, en su última obra sobre las pinturas de la ermita de Ampuyenta, no solo propone la cronología del suceso: 1750; sino que dice quién fue el clérigo ahogado en Río Cabras: Bartolomé Rodríguez del Castillo. Nada se sabe de quién le asistía como monago, posiblemente algún hijo del pueblo de Fray Andresito; una circunstancia fácil de aclarar con el recurso a los archivos parroquiales de Betancuria.

 
 
El propio libro de la ermita lo insinuaba: "…que por cuanto don Bartolomé Rodríguez del Castillo, presbítero, falleció en la corriente del Barranco de Río Cabras, mayordomo que era del glorioso San Pedro de Alcántara…", pero silenciaba el nombre del monaguillo porque la relevancia correspondía al cura, a su familia, emparentada con los fundadores de la ermita de Ampuyenta.

Manuel Barroso nos sigue dando pistas al afirmar que la muerte del cura don Bartolomé quedó reflejada en un cuadrito que se colgó en las paredes de la ermita donde fue mayordomo, y allí podrá verlo cualquiera que la visite, adornando la pared del evangelio. Yo lo hice, volví a la ermita, como lo hago desde 1980 cuando surgen curiosidades como la que nos ocupa, para ver otro cuadrito que pende de una de las paredes de la sacristía del templo de Ampuyenta: representa a un niño bien vestido bajo la irradiante efigie de San Pedro de Alcántara, posiblemente el monaguillo que pereció junto al clérigo en las aguas de Río Cabras.

La cita documental y la lectura de la obra de Manuel Barroso me empujan a proponer estos hechos narrados como la base real de lo que durante más de dos siglos largos ha sido reputado como tradición y anécdota. Porque al ser clérigo y de la importancia del mencionado, se fijaron con vocación de la trascendencia que merecían, dos hitos con intención de perpetuidad en la historia local de la isla: el uno levantar los dos grandes mojones rematándolos con cruces de palo en Tesjuates, como señal de que allí se produjo un hecho luctuoso que las gentes debían recordar; el otro, reflejar en pintura las honras fúnebres por el clérigo fallecido.

Sin conectar ambos mojones con las representaciones pictóricas de Ampuyenta, el autor que hemos leído da crédito a la tradición oral de esta aldea sin caer en la cuenta de que el pequeño cuadro de la sacristía de San Pedro de Alcántara pudiera representar al monaguillo, al otro de los ahogados en Tesjuates.

Cuando estos hechos ocurrieron, abril de 1750, Casillas ni era parroquia ni tenía cura de almas; sus vecinos solo habían levantado una ermitilla en la Montañeta, erigida en honor al Ángel de la Guarda que, como sabemos, acabaría dando nombre al lugar; la actual iglesia aún estaba en obras. Y don Bartolomé, el clérigo ahogado en Tesjuates, asistía también a esta otra ermita y a sus fieles. El centro de entonces para esta parte de Fuerteventura estaba en Ampuyenta y por eso los obispos ilustrados, Tavira y Martínez de la Plaza, se plantearon el pueblo de Fray Andresito como la sede parroquial que luego acabaría en Casillas del Ángel.

Queda dicho. Como tesis sugerente sobre lo que representan las cruces de Tesjuates, junto al barrando de Río Cabras que, ahora sí, merecen su protección como sitio histórico. Un reto que lanzo a los vecinos de la localidad para que éste sea reivindicado como forma de consolidar identidad, un elemento más para proponer allí, por ejemplo, una capillita.

El episodio, evidentemente, no está cerrado. Creo que se ha acertado al 100 % en la vinculación del cuadro de Ampuyenta con las cruces de Tesjuates. Pero abrimos una línea de rastreo en los archivos parroquiales para determinar quién era la otra persona que murió con el cura Rodríguez del Castillo, clérigo devoto de San Pedro de Alcántara hasta el extremo de remedar con peor suerte uno de los milagros del Santo lanzándose temerariamente a cruzar el barranco de Río Cabras que bajaba desbocado para chocar con el aporte del de Baja Manga.

Ahí quedan los apuntes que, como siempre hemos hecho en este bloc, son para general disfrute de los vecinos y aficionados a la historia local majorera; y la propuesta a los de Tesjuates, con respeto.

Si después de haber leído estas notas, deseas utilizarlas, por favor cita esta fuente, y léete el libro de Manuel Barroso, no tiene desperdicio.