jueves, 2 de febrero de 2012

La industria de la cal cedió ante el cemento

La industria de la cal, tan importante en las décadas de 1940-1960, sucumbió en Fuerteventura ante la pujanza del cemento, y aunque hubo quienes intentaron abrir cementeras en la isla, fueron sistemáticamente bloqueados, entre otros, por quienes pretendieron sacar de aquí el basalto para las empresas que sí cuajaron en Gran Canaria, ¡que casualidad!

Cuando en 1974 don Manuel Castañeyra Schamann derribaba el local de oficinas y archivo de la empresa Hornos de Cal Risco Prieto, posiblemente estuviera cerrando una etapa económica que propició años atrás la proliferación de hornos de cal por el entorno de Puerto del Rosario; y lo hizo casi en simultáneo con otros industriales como don Federico, el Rey de La Cal, o don Jacinto Lorenzo, cuya empresa en el barrio de La Charca apenas duró veinte años.
Las piedras de cal y yesos y sus derivados por cocción, siempre estuvieron a bordo de muchos de los barcos del cabotaje interinsular. Las barcadas de caliza que en los siglos XVII y XVIII se hacían de cualquier embarcadero que tuviera cantera próxima, se siguió practicando en el siglo de la Revolución Liberal, desarrollándose una industria que tuvieron muy en cuenta los ayuntamientos contemporáneos. Un nuevo rubro para su fiscalidad.
Muchas veces los hornos se levantaron en la propia dehesa comunal, por lo que su uso estuvo vigilado por los ayuntamientos que concedían licencias para quemar piedra en casos puntuales y en forma de peonadas; en raras ocasiones se consintió la privatización. Tuineje es un ejemplo de aquellas concesiones y en Betancuria vemos cómo en el Jurado se permitió la privatización de, al menos, uno.
En el último cuarto del siglo XIX se reavivaron por toda la orilla de la isla antiguos hornos y se levantaron otros, como el del Puertito de Los Molinos, en un renacer de esta actividad que se mantuvo hasta la década de 1970 en que la incorporación del cemento a la arquitectura tradicional, produjo una fractura en la tipología histórica de los elementos en ella empleados.
El propio ayuntamiento de Puerto de Cabras gravó la exportación de piedras calizas, cales y yesos, aún sin estar construido su muelle municipal que, como sabemos, se inauguró el 7 de octubre de 1894. Y dicho impuesto fue un epígrafe de cierta entidad en los presupuestos locales, e incluso el propio Cabildo Insular, cuando comienza a funcionar en marzo de 1913, al asumir aquellos derechos sobre el gravamen a las entradas y salidas por los embarcaderos como propios, incorporó la piedra de cal entre las fuentes de ingresos.

Instalaciones de la empresa Hornos de Cal Risco Prieto, aún humeantes  los dos de la izquierda, hacia 1969-70. [Foto de Néstor Cerdeña]
En las década de 1940 y 1950 se construyeron hornos de tipo industrial en todo nuestro litoral, a la vez que, por el muelle comercial (el muelle grande de antaño) se exportaba piedra caliza hacia las islas Gran Canaria y Tenerife. Fue aquella la etapa de la “carga blanca”, por ser la piedra de cal y sus derivados la mercancía que mayoritariamente se exportaba.
Tal fue la efervescencia económica de la industria calera a mediados del siglo XX que desató las competencias de empresarios de distintos municipios y abrió viejas heridas en la delimitación de términos municipales, como el caso de Betancuria y Pájara en la zona del monumento natural de Ajuy; o desempolvó litigios como el que enfrentó a Puerto de Cabras y Tuineje en su lucha por la ampliación del muelle del Puerto o el de Gran Tarajal.




Al muelle de Puerto del Rosario llegaban los carboneros con antracita para aquellas industrias, y fueron los barcos más grandes que allí atracaron, si exceptuamos los buques de guerra que aquí llegaron en distintas etapas y circunstancias…
Siendo niño recuerdo ver los tableros llenos de montones de piedra de cal junto al hospital viejo, al sur de la carretera de Casillas (hoy calle Profesor Juan Tadeo Cabrera); entre la carretera del norte (hoy Juan de Bethencourt y el Barranco Pilón). Recuerdo ver ardiendo los hornos de Punta Gavioto, de La Charca y Risco Prieto; a este último nos acercábamos a buscar nidos de pájaro y nos aventurábamos por entre las instalaciones con absoluto desprecio del peligro. Olí por tanto el carbón mineral cociendo la piedra, me acerqué a los vasos humeantes y me adentré en las hornillas para ver cómo ardía; por entre los tinglados de almacenamiento y carga de camiones nos deslizábamos en medio del polvo blanquecino de la cal.


Uno de los camiones de Raimundo, cargando carbón en el puerto. Foto procedente de la hemeroteca del diario ABC.
Aquellos no tan lejanos tiempos se mezclaban con la brisa que hacía girar la molina de  los trapos y aventaba el humo de los hornos sobre la población...
Recuerdo cómo junto al Callao de Los Pozos y los hornos que allí se levantaran en 1950, funcionaba una de las primeras “fábricas de bloques” macizos, hechos de cal, arena y agua salada, uno a uno…Pero el cemento la estaba acechando y, aunque más caro, ganaría la partida.


Trabajo en los Hornos de don Santiago, junto a la Caleta de Los Pozos, [Foto publicada por Juan Pedro Morales]

La cal era sin duda más barata que el cemento, y la empleaban en la argamasa para las paredes de cajón, construidas formando moldes tan grandes como las paredes a levantar. Eran trabajos agotadores, por eso la peonada era la solución entre los familiares y hermanos al que se sumaba todo el vecindario: había que llenar aquellos “moldes” a base de cal y arena amasada y de piedras, muchas piedras.
Tres años antes del cierre de los hornos de Risco Prieto, también don Jacinto Lorenzo, empresario que levantara los hornos de La Charca a finales de la década de 1950, se retiraba cerrando unas instalaciones que estuvieron a pleno rendimiento casi diez años. Quizás por entonces también los Berriel, don Federico y el señor Bordón cerraran los de Punta Gavioto y  La Hondura. Y con ellos se cerraba una página de la historia local que muchos quieren olvidar por la dureza de los trabajos: desde la arrancada en los tableros hasta la estiba en los barcos del cabotaje; desde la cocción en los hornos hasta el volteo en las bodegas...


El vertido de la cal en los buques se hacía directamente  vaciando el  volquete de los camiones cuando lo permitía la marea o el porte de la embarcación, o a través de una rampa de madera. La estiba dentro de las bodegas era uno de los trabajos más duros en todo el proceso de elaboración y exportación de la cal. La foto, cedida por la familia Nieves Santana, apareció publicada en el programa de fiestas Rosario 2000.

Por crudos que fueran los trabajos, la memoria colectiva merece conocer aquella etapa, desentrañando absolutamente todo lo que en torno a la cal se vivió, con respeto a nuestros antepasados.


Para conocer más. Véase en Memoria Digital de Canarias, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria:
"La Cal en Fuerteventura", de Inmaculada de Armas Morales y Antonio Rodríguez Molina, en Aguayro nº 211, enero-febrero 1995.