lunes, 31 de octubre de 2011

Cuando miro para el convento de Betancuria...

Las ruinas franciscanas de Betancuria (Fuerteventura)

La austeridad franciscana se siente en cualquiera de las ermitas de Fuerteventura. Son pequeñas y reproducen un esquema ancestral seguido por los hermanos de la Orden Seráfica desde su implantación en Canarias.
Y en este sentido, el cenobio de San Buenaventura de Betancuria es la primera casa abierta por una orden monástica en las Islas: Las huellas actuales que las circunstancias nos “venden” como ruinas, no son las primigenias, sino el fruto de la reconstrucción acometida en el último cuarto del siglo XVII.
Me refiero a la muralla que rodea la iglesia conventual y las cimentaciones de las celdas que vagamente se adivinan al norte de aquella, junto a una pequeña huerta. Insisto: son el resultado de la obra que allí se emprendió a finales del siglo XVII; como se hacía en toda Betancuria y los vecinos templos del Valle de Santa Inés y de la Vega de Río Palmas, afectados por la incursión berberisca de 1593.



Los orígenes y la historia del convento de Betancuria se gestaron muy lejos del solar majorero, en medio de un cisma y del proceso de conquista del Archipiélago Canario. La búsqueda de nuevas tierras y de riquezas se unió a la conquista de almas: Los clérigos que acompañaron a los normandos acometieron poco más que la construcción de los primeros templos de Lanzarote y de Fuerteventura.
Fray Juan de Baeza y Pedro de Pernia luchaban lejos de estas islas por conseguir la bula que les autorizase la apertura de una casa franciscana desde donde curar las almas de los conquistados, lejos del hierro y de la sangre, llegando a planear hasta una nave distinta de las de los conquistadores para rescatar de las zonas de conflicto a los aborígenes supervivientes para adoctrinarlos en Betancuria… Pero la nave y las ilusiones de Fray Juan de Baeza parecieron petrificarse en la Villa, varada en el tiempo sin tiempo, arrinconada, lejos de la rueda de la Historia, hasta nuestros días.
Están lejos las jornadas en que las campanas de las iglesias del convento y de San Diego sonaran en los valles de Betancuria; lejano el bullicio de la festividad de San Buenaventura; casi olvidadas las predicaciones de los monjes en las festividades de los distintos pueblos de la isla… Los frailes convivían con la gente llana y padecían las mismas desgracias y hambrunas que aquella… Cuántas cosas se perdieron en los años de la desamortización, se lamentaba don José Lavandera en su artículo sobre la iglesia del convento publicado en la revista Almogarén.


Foto publicada en el archivo fotográfico de la FEDAC del Cabildo de Gran Canaria, donde la iglesia conventual aún mostraba sus techumbres y espadaña...
Cada vez que visitamos Betancuria se nos aparece esta triste joya de nuestro patrimonio histórico y artístico languideciendo, acunada ya por el  quejido de siglos, mezclando su dolor con el ruido que en la intemporalidad del olvido hacen las tejas que caen, las maderas que chirrían. Las voces de los gañanes se adivinan en medio del polvo y de las siluetas camellares, todos mandados por sus amos en las oscuras noches de expolio.
De aquella pesadilla aún emergen las paredes de la iglesia, solo las paredes, pues ya no quedan losas, ni canterías; y las pocas arquerías semejan las cuadernas de una vieja nave ya volteada, aquella que fuera la ilusión de los monjes fundadores y que ahora naufragan en otros mares que se mecen entre desidia y olvido.
Con restos como estos, testimonios sublimes de una ingente empresa histórica, la isla debiera convertirse en cuna de la evangelización de Canarias y, por ende, rescatar de alguna forma todo este patrimonio para ponerlo en uso, otro uso, sobre tan respetable solar.
Y la ermita de San Diego, con elementos arquitectónicos de la etapa normanda constituye un ejemplo de pervivencia, pero también clama la atención para que se la revalorice pues aún sigue sacralizada, sin duda.

Claro, después de una evocación como la que precede, ¿Qué pedir para este rincón del patrimonio histórico de Fuerteventura, si apenas tenemos imágenes de cómo fue aquello?- Se preguntarán algunos.
El ingeniero Leonardo Torriani, en un mapa de finales del XVI y Cassola en el XVII, nos aportan una idealización de cómo pudo ser la villa histórica, pues en su cartografía podemos rastrear las construcciones religiosas de la Villa. Y el P. Quirós nos describe el convento pues allí estuvo a principios del XVII.
Pero es quizá el P. Inchaurbe el que nos aporte más datos de esta casa conventual en Betancuria, alumbrándonos nombres de los monjes, de los guardianes, de los templos que atendían… Pero dicen que la historia de los Franciscanos en Canarias está por escribirse.

Insisto: ¿Nos podemos contentar con seguir citando a esta joya del patrimonio histórico en Betancuria como las “ruinas del viejo convento” cuando la Villa es “conjunto de interés histórico artístico desde 1979?
La verdad es que me da un cierto repeluz cuando, entrando a la Villa desde la Vega nos encontramos con el macizo roto en un afán extractivo por la piedra ornamental que esconde esta ciudad histórica… Ruinas y voracidad extractiva, hoy felizmente parada, dan una mala imagen a un conjunto para el que demandamos la capitalidad histórica de Canarias…

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