jueves, 29 de septiembre de 2011

Un periódico de Fuerteventura en 1944: Herbania

Notas sobre un semanario ilustrado, editado e impreso en Fuerteventura, octubre de 1944

Visita del capitán general y jefe del Mando Económico de Canarias, Francisco García Escámez e Iniesta a la isla. Alcalde Honorario de Puerto de Cabras. Vino a inaugurar los cuarteles y residencias de oficiales y suboficiales del ejército, acercándose también a ver las obras de la Presa de Los Molinos. El diario Falange se haría eco de esta noticia en su edición del 7 de octubre de 1944.
Guarnecía la plaza de Puerto de Cabras el Batallón de Infantería Independiente número 32, en cuya imprenta se imprimió el periódico del que hoy nos ocupamos, el primero impreso en la isla, si obviamos el manuscrito El Eco de Tiscamanita (siglo XIX) y recordamos que La Aurora (1900-1906) se imprimía en Gran Canaria.
Se trata de un semanario que circuló con dos cabeceras. Vio la luz como El Majorero, Semanario Ilustrado de Fuerteventura, el 2 de octubre de 1944, bajo cuyo cabecera sólo imprimió este ejemplar con el número 1, continuando, que sepamos, del 2 al 4 como Herbania, Semanario Ilustrado de Fuerteventura, siendo el último de carácter extraordinario.
El lenguaje utilizado es el de exaltación y grandilocuencia propio del momento de posguerra, con Canarias bajo el Mando Económico, racionamientos y situación internacional de guerra mundial.


El Majorero, semanario ilustrado de Fuerteventura

Se editó como número 1, con seis páginas a tre columnas, con fotos en blanco y negro del capitán general de Canarias y de los cuarteles que, a la sazón, habían sido inaugurados. Su precio era de 40 céntimos en la isla y fuera de ella a 50 céntimos.
Su promotor y director con el apadrinamiento de capitanía general, fue Alfonso Beriso Lardín, un oficial que rápidamente fue promovido a Tiradores de Ifni, donde siguió en su empeño periodístico con el Africa Occidental Española [A.O.E.], que duró hasta la retrocesión del Ifni a Marruecos. Quién sabe si el semanario que nos ocupa hubiera corrido igual suerte de seguir este entusiasta personaje en Fuerteventura.
En El Majorero pudimos leer su Editorial bajo epígrafe "Nuestra razón de ser...", don de la redacción se muestra como semanario ilustrado de la isla y una foto-saludo del capitán general en la columna central.
Otros artículos que completaron el ejemplar fueron los siguientes:
- Una Isla un estilo, como homenaje a Miguel de Unamuno, sin firma.
- Cara al mar, "Fuerteventura está de enhorabuena; otra vez vuelve a tener periódico propio...", sin firma.
- Se dice..., firmado por JOMAGO, [seudónimo de José Marrero González, escribiente del periódico], Chispas interrogantes sobre la realildad social y local.
- Fiesta en honor a nuestra patrona, sin firma.
- Diálogo perruno, por Borre [José A. Borrego, Jefe Insular del Movimiento].
- Mensaje de "consigna" sobre postulación nacional del Frente de Juventudes, sin firma.
- El capitán general, alcalde honorario, sin firma.
- Nocturno, por SAN-MAR.
- A Franco. Capitán de España, por Manuel González Sosa, cabo del Batallón de Infantería número 32.
- Concursos, la Redacción.
- Boletín Insular del Movimiento. Delegación comarcal sindical, anuncios. Por el Jefe Comarcal, Antonio Hormiga, con el Visto Bueno del Jefe Insular, José A. Borrego.
- Inauguración de una residencia de oficiales, sin firma.
- Nuestro folletín, sin firma.
- Ecos de sociedad, sin firma.
- Fiestas y festejos, La Comisión.
- Mi Tribuna, por A. de Viana [posiblemente Ramón Castañeyra Schamann].
- Nociones de agricultura, para los majoreros [primera entrega], por Francisco Medina.

En el área de entretenimiento, crucigramas y problemas.
En cuanto a los Anuncios Comerciales, el espacio destinado a este tema desbordó muchas veces la estructura columnar del semanario, apareciendo en las páginas 2, 3, 4, 5, 6.

Y lo sorprendente: en este mismo número 1 se da cuenta de un anuncio de constitución del Consejo de Administración de la Empresa Herbania, dando cuenta de que en sesión de 10 de septiembre de 1944, celebrada en el Casino El Porvenir, decidieron cambiar el nombre del semanario por el de Herbania, cuya denominación se aplicará a la empresa editorial.

[tomado de la web Bibliotecas Púbicas Españolas, Puerto del Rosario]

De aquel Consejo de Administración formaron parte los siguientes señores: Alfonso Beriso Lardín, como presidente; Juan Martín Alonso, como secretario; Ramón Peñate Castañeyra, como tesorero, y Santiago Hormiga Domínguez, como contador.

lunes, 26 de septiembre de 2011

La aparición de Playa de los Mozos (Puerto del Rosario, Fuerteventura), 1896

Vincenza Boeri in Velavella: La “aparecida” de la Playa de Los Mozos (Casillas del Ángel, Fuerteventura), 1896.

Hace ya bastantes años que mi padre solía contarnos que allí, junto al Barranco de los Mozos, bajo un pequeño mojón de piedras que sostenía una cruz de palo estaba el esqueleto de un aparecido en la playa.
Y la historia –como a él se le contaron- nos la repetía cada vez que, con mis hermanos lo acompañábamos al marisqueo o a la pesca por la zona de Playa del Valle, La Marchena y Los Mozos. Yo me quedaba mirando aquel montoncito de piedras junto a la pista que cruzaba el barranco hacia el norte, hacia Los Molinos, imaginando las circunstancias de quién podría ser el muerto.
De tanto oírlo, aquel cuento se me grabó y siempre que podía, lo repetía a otros incautos que se atrevían a escucharme.


Es frecuente encontrar cruces de palo por toda la orilla de Fuerteventura, sobre todo en la costa occidental del término; como actualmente en las orillas de las carreteras, marcando el punto en el que alguien perdió la vida en accidente. Y las cruces junto al mar también marcan lugares de muerte de pescadores arrebatados por el mar o de mariscadores arriesgados que perdieron la vida en las cercanías de aquel símbolo del cristianismo.
La Playa de los Mozos es, en la desembocadura del barranco del mismo nombre, límite natural que divide actualmente los términos de Puerto del Rosario y Betancuria, pero que en los momentos que vamos a tratar en el fondo de aquel cauce confinaban los de la Villa y Casillas del Ángel.
La anchura del cauce en el punto que nos encontramos podrá tener cuarenta o cincuenta metros y, según nos ubicáramos en una orilla o en la otra estaríamos en uno o en otro municipio. Y eso fue lo que pasó cuando la noticia saltó a la prensa: el incidente, o sea la aparición, se había producido en el territorio de Betancuria, pero los que rescataron el cuerpo vieron más cómodo sacarlo por la orilla norte de la playa, más resguardada del viento dominante y del oleaje y, por lo tanto la crónica recogió lo acontecido como un “crimen misterioso”, “la mujer del ataúd” o “el suceso de Casillas del Ángel”.

La lectura de la prensa histórica me avisó de que lo que mi padre me contaba tenía visos de haber sido un episodio real. Misterioso –cosas del subconsciente colectivo-, pero real.
Él, como sus hermanos, trabajó muy joven en la construcción de la finca del Médico de los Corderos en el barranco de la Peña, que se conoció como El Jurado o El Escorial, próximo al puerto de la Peña Horadada, cerca de Ajuy. Y allí escuchaban las leyendas y cuentos de los “jallos” de la costa y de las cruces de “los aparecidos”. Y ellos mismos,  como casi todos los vecinos de la zona agobiados por el hambre, recurrían a la pesca y al marisqueo para complementar su dieta y su economía familiar.
Pero vayamos a lo que nos ocupa. Nacido en 1918, mi padre escuchaba aún a finales de la década de 1920 el cuento de la cruz de la Playa de Los Mozos, que la gente relacionaba con la sepultura de un aparecido. ¿Qué otra cosa podía ser aquella señal, tan alejada de los riscos y de la playa, tan lejos de los pueblos habitados?
La memoria colectiva de quienes por aquellas inmediaciones merodeaban mantuvo durante mucho tiempo el recuerdo de que allí se constituyese alguna vez el juzgado de Casillas del Ángel para practicar una autopsia, enterrándose el cadáver en el mismo sitio. Cuando llegó a oídos de mi padre, lo que allí había –contaba- era un esqueleto, sin más precisiones. La memoria colectiva se había despojado de los detalles de aquel caso, quedando sólo una cruz.
El año del suceso ejercía de alcalde de Casillas del Ángel don Manuel Rugama y Vera, siendo secretario de la corporación que presidía don Francisco Peña del Castillo. Ellos, junto a juez y fiscal municipal fueron quienes movieron la maquinaria para constituirse en la Playa de Los Mozos, auxiliados en el traslado por algunos camelleros y curiosos que se desplazaron hasta aquel paraje.

El caso en la prensa

Lo que la prensa publicó durante el mes de mayo de 1896 viene a dar contenido a lo que yo consideré mucho tiempo una historia, un cuento de quienes pasaban largas temporadas junto al mar, especialmente en los momentos que la agricultura podía liberarlos para ocuparse como peones en carreteras y en la construcción de fincas como la de don Agustín Afonso Ferrer antes mencionada; momentos en los que se acercaban a la orilla para comer los productos del mar, igual que lo hacían en la Playa del Valle, más cercana al lugar de residencia familiar, desde tiempo inmemorial.

En la remota Playa de Los Mozos, al poniente de Fuerteventura, donde lo habitual era la presencia de pescadores, mariscadores y ganaderos que allí soltaban el ganado en la dehesa comunal, se produjo uno de los más singulares “jallos” en la historia de la isla.

Los periódicos: La Opinión, (de Santa Cruz de Tenerife), Diario de Tenerife, y Diario de Las Palmas, de la capital Gran Canaria en sus ediciones de mayo y junio de 1896, respectivamente, reprodujeron el incidente como una historia por entregas: desde la curiosidad y sorpresa de los pescadores que protagonizaron el hallazgo hasta el cotilleo de quienes se cartearon con los medios para ir informando de cuanto aconteció en aquel remoto lugar de uno de los municipios más extensos de la Fuerteventura de aquellos años.

De un crimen, porque no es posible concebir otra cosa, tenemos que dar cuenta hoy a nuestros lectores –decía La Opinión, de Santa Cruz de Tenerife: El día 16 del corriente mes [mayo de 1896] hallándose dos pescadores en las playas del [municipio] de Casillas del Ángel, Fuerteventura, y en sitio conocido por Caleta Grande, vieron en el mar un objeto que flotaba y que luego fue arrojado por las olas a la playa de Los Mozos. El objeto era una caja forrada en plomo. Roto esto, apareció otra caja en forma de ataúd, pintada de negro.
Abierta a la vez esta caja, apareció otra tercera de latón, y dentro, con espanto de los pescadores, el cadáver de una mujer joven, en estado de descomposición, de cabellos negros y color trigueño. Las órbitas estaban vacías, es decir, le habían sacado los ojos.

El diario Crónica, también de Tenerife, reprodujo prácticamente el artículo de La Opinión de Santa Cruz de Tenerife, tildando el asunto de “Un hecho misterioso, raro y excepcional… El juzgado de Casillas del Ángel que entiende el asunto, porque en su jurisdicción se encontró la caja referida, remite las diligencias al de instrucción de Las Palmas…” El cadáver, que ha sido enterrado cerca del sitio donde fue hallado, tenía la mandíbula inferior sujeta con la superior con un pañuelo atado a la cabeza, y en la frente una enorme herida que sin duda le causó la muerte.
Haciéndose eco de su corresponsal en Puerto de Cabras el citado Crónica escribía que “en la tarde del 16 de mayo, hallándose pescando en el paraje desierto que denominan Playa de los Mozos un vecino de Casillas del Ángel, vio venir flotando en dirección a tierra un objeto largo, al parecer una caja que con gran trabajo pudo poner en tierra… la custodió toda la noche, sin abrirla por carecer de herramientas para ello y al siguiente día, 17, consiguió hacerle uno o dos agujeros por sus extremos, pudiendo ver asombrado que la caja contenía un cadáver.
Horrorizado por tan inesperado hallazgo se apresuró a poner el hecho en conocimiento del juzgado municipal de Casillas del Ángel, personándose en el sitio donde la caja se encontraba el Juez Municipal, acompañado del cura párroco y algunas personas de significación en el pueblo, procediéndose a al apertura de la aludida caja que era de plomo, conteniendo una de madera y otra de zinc, dentro de la cual se halló, ya principiando a descomponerse, el cadáver de una joven al parecer de 18 a 20 años, con falda ordinaria, de color, un pañuelo sujetando las mandíbulas, descansando la cabeza de magnifica cabellera negra en una almohada forro basto, guantes de cabritilla y medias negras, camisa y además un saco de poco valor con encajes en el pecho y cuello.
Y, dado que el cadáver, excesivamente hinchado, tenía al parecer una herida en la frente, el juez dispuso se le diera sepultura en aquel sitio.

A finales de Mayo fue el Diario de Las Palmas quien tomó el relevo en el serial de Playa de Los Mozos o “La mujer del ataúd”, texto que sirvió de titular a los sucesivas entregas sobre el suceso:
“Hemos dado ya a nuestros lectores algunos antecedentes respecto al hallazgo misterioso en las playas de Casillas del Ángel (Fuerteventura), del cadáver de una mujer joven, guardado en tres cajas, con los ojos extraídos y presentando en la frente una herida de algunos centímetros, según afirman rotundamente las personas que en las playas de Dos Mozos presenciaron las faenas para abrir las cajas. Conviene no perder estos datos de vista, es decir la herida y la extracción de los ojos, para relacionar este hecho con otro de que a la vez viene ocupando la opinión pública”.

La autoridad judicial se persona en La Playa

La noticia llegó al alcalde presidente de Casillas del Ángel a través de su pedáneo en Tefía y la Costa de Las Salinas, al que avisaron los pescadores que encontraron el ataúd.
Mientras se decidió trasladar al juez de paz a la zona, se notificó al de Primera Instancia en Gran Canaria para la práctica de las diligencias oportunas. Entre las actuaciones del juez municipal y la llegada del titular de primera instancia para realizar la correspondiente autopsia, se hizo un primer informe sobre el cadáver el día 17 de mayo, acordándose enterrar las cajas de madera y zinc que lo contenían en el punto que se señaló con una cruz de palo.
Doce días después, el 29 de mayo, llegaba dicha autoridad judicial de Primera Instancia al sitio en que fue enterrado el cadáver. Serían las ocho de la mañana cuando se procedió a la exhumación, no sin antes adoptar las precauciones de desinfección que aconsejaba el avanzado estado de descomposición del cuerpo.
“… Veinte minutos después se sacó la caja con la muerta y se depositó en una mesa, levantándose las tapas de las cajas de madera y de zinc, procediéndose de nuevo a desinfectar… Hecho esto se levantó el cadáver sacándolo de la caja de zinc para depositarlo sobre la mesa que se había llevado para practicar la autopsia, y se le despojó de todas sus ropas...” entre las cuales el pañuelo que sujetaba la mandíbula mostraba una letra V marcada en el centro.
Y del informe judicial trascendieron algunos detalles: “Se examinó con el mayor detenimiento la herida que presentaba en la frente, y después, las órbitas. Y en efecto, no cabe duda que la herida que parte del ángulo externo del ojo izquierdo, ha sido hecha con instrumento cortante y quizás antes de la muerte. Tiene la herida, que no es mortal de necesidad, una forma oval que mide 3 centímetros de largo por 8 de ancho, quedando el hueso del frontal descubierto. Los ojos han sido extraídos, porque sólo quedan restos de membranas que cuelgan a manera de flequillos alrededor de las órbitas como si con instrumento cortante se hubiesen vaciado, acuchillándolos repetidas veces…”
Tras la observación de los datos antes descritos, el Juzgado procedió a la autopsia propiamente dicha, empezando por la cabeza y siguiendo con el pecho y vientre, siendo esta una penosa operación dado el estado de putrefacción del cadáver. “los órganos todos estaban hechos papilla…” comentaron algunos, no pudiéndose esclarecer la causa de muerte.
Sin embargo, al examinar el abdomen y aparato genital de la presunta víctima, se apreciaron indicios de un reciente parto: “vulva y vagina dilatadas, presentando la matriz un anormal aspecto”.
Después de dos horas el juzgado dio por terminada la operación, incautándose de las ropas por ver si mostraban marcas, lo que no se hizo con las cajas que pudieran mostrar inscripciones, y llevándose las vísceras para someterlas a análisis químicos en Gran Canaria. Y allí dejaron los restos de la mujer metidos en las cajas y sepultados bajo una cruz de palo.

La posible solución del enigma

El día 7 de mayo de 1896 llegó al Puerto de Las Palmas de Gran Canaria un vapor italiano de nombre Messapia. Venía del Río de la Plata, (Montevideo y Buenos Aires), en escala técnica para Génova, en la Península Italiana.
Su capitán, siguiendo las normas internacionales de marina mercante, se apresuró en dar cuenta a la Junta de Sanidad Marítima que traían a bordo el cadáver de una mujer de 37 años, de nacionalidad italiana, que había fallecido de obstrucción intestinal el día 5 de mayo de 1896, al mediodía, es decir, dos días antes de llegar a Puerto.
A la casa del vicecónsul de la república italiana se acercaron el capitán del buque y el marido de la fallecida, señor Velavella, para dar parte de la defunción de doña Vincenza Boeri, de aquella nacionalidad y natural de Génova, hija de un rico banquero de aquella ciudad.
Buscaron también información para llevar el cadáver hasta Génova metido en cajas de zinc y madera, si habría problemas en desembarcarlo en la capital grancanaria para enterrarlo cristianamente donde se pudiera saber dónde quedaban depositados los restos de la señora. La segunda de las cuestiones quedó patente desde que la Junta de Sanidad Marítima a la que fueron remitidos, les negó el desembarco.
Fue entonces cuando subieron al Messapia dos operarios del taller de don Enrique Sánchez, de Gran Canaria, para soldar una gran caja de madera pintada de negro y en forma de ataúd, a la que recubrieron con planchas de plomo. Ellos, según manifestaron a la prensa, no supieron si dentro había otra de zinc y si en su interior estaba efectivamente el cadáver.
Finalmente el buque zarpó rumbo a Génova el día 8 de mayo de 1896, pasando por la costa occidental de Fuerteventura en rumbo NE para, haciendo escala en el puerto de Valencia, alcanzar su definitivo destino en Italia.
El Gobernador Civil de Valencia, informado de la arribada del Messapia, telegrafió al puerto grancanario para comunicar que el capitán del buque, fondeado en escala para Génova, manifestó llegar con un pasajero menos, cuyo cadáver fue arrojado al mar.
Tal vez la intención de marido con permiso del capitán del Messapia fuera entregar el ataúd a las aguas del océano. El primero relacionado con el golpe que se descubriría en la frente del cadáver y la extracción de sus ojos; el segundo interesado en evitar los controles sanitarios que provocarían el retraso en la expedición de su buque, al ponerlo en cuarentena tan pronto diera cuenta de lo que llevaba a su bordo, como así fue, interviniendo la autoridad civil mencionada en un intento de contrastar hechos y declaraciones.

Y nuevas cuestiones en torno al ataúd

¿Dónde murió Vincenza Boeri? ¿Cuándo murió? ¿Dónde Parió, en el mar o en tierra? ¿Dónde quedó la criatura?
¿Por qué se metió el cadáver en la caja de zinc? ¿Por qué se metió aquella en otra caja de madera? ¿Por qué quien soldó la primera caja no hizo lo mimo con la de plomo?
Fuera como fuese, lo que si es evidente es que los dos hechos: la aparición de Playa de Los Mozos y llegada del Messapia, estaban relacionados; aunque entre ambos mediaron 8 días.
Y en Casillas del Ángel, la investigación judicial encuentra nuevas dudas: ¿Qué significada el golpe de la frente? ¿Por qué le arrancaron los ojos al cadáver? ¿Fue asesinato?
Estamos seguros de que el expediente judicial abierto arrojará interesantes perspectivas sobre este asunto que puso en relación la navegación transoceánica –seguramente la emigración-: De Italia a Uruguay, con escalas en Valencia y Gran Canaria, pasando frente a Fuerteventura y a la Playa de Los Mozos. Los testimonios que llegaron a la prensa lo hicieron por mediación de curiosos que siguieron los acontecimientos consultando a los comisionados de costa, pescadores y vecinos que allá se desplazaron.
En aquel paraje del mancomún de Las Salinas sigue la cruz, junto a margen derecha del barranco, en la costa occidental de Fuerteventura, con su historia oculta, misteriosa, olvidada… ciento y pico años después.

martes, 6 de septiembre de 2011

De cuando un cachalote varó en La Guirra, (Antigua, Fuerteventura), 1964

Uno de los recuerdos que me quedaron clavados en la memoria desde muy niño fue el de aquella excursión. La organizó mi padre, cartero de enlace Puerto del Rosario-Salinas del Carmen, y es la única que no obedeció a fines laborales. El le pegaba a todo, era pluriempleado en la cartería, en la administración local, en la gestión de documentos y títulos de propiedad relacionados con tierras y fincas, en atender su propio huerto en el Valle.
La que nos ocupa, ya digo, no la he olvidado. En la nebulosa de la memoria se disparó recientemente una chispa cuando leía los periódicos de aquella época, un titular rezaba: “…Marzo de 1964.- Fuerteventura: Gigantesco cachalote arrojado por el mar. Mide 18 metros de longitud, 3 de diámetro y pesa 25 toneladas…”



El oficio de cartero que llevó a mi padre a transitar frecuentemente por todos los rincones desde Puerto del Rosario al Barranco de La Torre, cercano a Las Salinas del Carmen, le permitía conocer no sólo los lugares habitados, sino los frecuentados por pescadores: los barrancos, las montañas, las calas y caletas de la orilla, los pesqueros, las zonas de cultivo de tomates… Aquella tarde de marzo notó más tráfico del habitual en la pista que desde El Matorral se prolongaba hasta Caleta de Fustes y La Guirra, y en sus salidas y entradas a la carretera principal –entonces sin asfaltar- tuvo hasta que hacer el stop en varias ocasiones.
Cuando avistó los tableros de El Castillo, pudo contemplar cómo los coches se desviaban hacia la marisma de La Guirra y junto a los hornos, viraban por la pista que seguía paralela al mar, hasta la Hondurilla. Había varios parados junto a las gaviecitas de los tarajales. Y hacia allí se acercó cuando al final de su recorrido emprendía el regreso a casa.
No era la primera vez que yo recorría con el viejito aquellos caminos, como hacían mis hermanos cuando le ayudaban. Viajé en su motocicleta sobre el depósito, con las manitas agarradas al manillar, como un ilusionado piloto que sentía vibrar la máquina, otear el paisaje, percibir el olor del mar, de la humedad y el azufre de los tomateros al llegar a las fincas en época de zafra…
Otras veces viajaba en el asiento trasero, abrazado a la cintura de mi padre, encajado entre su espalda y la maleta del cartero. Recuerdo los recorridos de regreso cuando, ya cansado me aferraba para guarecerme de la brisa que nos daba de frente; entonces la sombra siempre se proyectaba a la derecha del camino, dibujando en los bordes de la carretera una motocicleta alargada, deformada, arrastrándose sobre camellones, aulagas y piedras… Me parecía una gigantesca hormiga sobre la que viajábamos.
No recuerdo el día de la semana –pudo ser un sábado, no lo sé- pero mi padre ya tenía comprometido con don Benito Herrera la excursión a La Guirra: Mi padre quiso que todos viéramos aquel animal allí varado, quiso compartir algo que le llamó especialmente la atención…
En sus años de cartero vio inundaciones que destrozaron la carretera en Río Cabras, en El Matorral, en La Muley, en El Castillo; naufragios que llevaron a la orilla a buques como el Estrella Blanca; extracciones de arena negra para el Puerto de Ifni en la playa de El Matorral; vio humear los hornos desde La Caleta hasta La Torre, pasando por los de La Guirra; los tendidos de longarón y la chasca junto a Playa Blanca…
Pero fue el varamiento del cachalote lo que nos concitó a todos para subirnos a la guagüilla de don Benito Herrera; una volkswagen de colores blanco y verde que, aunque de nueve o diez plazas, no sé a cuántos metieron allí. Sólo recuerdo la llegada junto a La Guirra, donde vi gente que se subía al lomo del animal, gente que se acercaba a su boca para, con una piedra, intentar arrancarle un diente como recuerdo; curiosos que posaban ante las cámaras para inmortalizar el momento… No había visto ninguna foto del aquel hallazgo, hasta la fecha.
¡Lo que son las cosas! Ha pasado el tiempo y ahora uno puede documentar aquellos recuerdos infantiles: conocer por ejemplo que no hacía mucho tiempo había varado otro cetáceo en el Jable del Moro, al sur de Corralejo, que eran momentos en los que España y Francia realizaban maniobras militares conjuntas que tenían por escenario nuestras islas y el vecino continente Africano y, con tales movimientos de las flotas de ambos países, es posible que los cachalotes aparecidos fuesen alcanzados por algún navío o desorientados por la escandalera de los combates.

[La foto la tomo prestada del cuaderno de Roberto Hernández Bautista sobre etnografía]


Prefiero guardar el recuerdo. Volver a evocar los olores e imágenes que el niño vivió, desde que se subió a la guagua de don Benito aquel día de marzo de 1964.