viernes, 8 de abril de 2011

Ganaderos y ecologistas contra una macrogranja en Fuerteventura

En estos días en que se celebra FEAGA 2011, la feria agrícola, ganadera y pesquera de Fuerteventura, me encuentro con un articulillo que escribíamos hace algún tiempo como reflexión a la instalación de una macrogranja para la explotación de ganado caprino la isla.
Por aquel entonces, hará dos o tres años, leíamos en la prensa local que la COTMAC devolvía al Cabildo el Proyecto de una gigantesca granja de explotación caprina en régimen intensivo; la razón: carecer, entre otros, del preceptivo informe de la Consejería de Agricultura y considerar la inistitución insular que además de los dictámenes de patrimonio histórico, convendría ver su repercusión en la ganadería tradicional de Fuerteventura.
El lugar elegido por la promotora, Grupo agropecuario Capricornio S.L., es el Llano de la Cancela, entre las Salinas del Carmen y Los Alares, en el término municipal de Antigua.
La finca, de 1,13 millones de metros cuadrados se encuentra en una zona de gran valor natural. La capacidad, unas 20.000 cabras que serían explotadas de forma intensiva en aquel espacio, donde se situarán diversas instalaciones anexas.
Sin entrar en quién o quiénes pudieran estar detrás de aquella firma comercial, el hecho merece una reflexión desde el sentimiento romántico y la nostalgia.
Decía el recordado Francisco Navarro Artíles que
hablar de la historia de Fuerteventura era hablar de la cabra, animal díscolo y personal donde los haya; que a la cabra majorera -decía el maestro- no se la pastoreaba, se la cuidaba con ayuda del fiel bardino capaz de comprender y aún adivinar las intenciones de alguna res que pretendiera hacer de las suyas.



 Pero... ¿Qué es lo tradicional de la ganadería en Fuerteventura? ¿Cuáles son los elementos que componen aquella forma de explotación ganadera? ¿Gozan de protección aquellos elementos y aquella forma extensiva de ganadería? ¿En qué áreas se practicaba aquella actividad agropecuaria?
La respuesta a todas estas preguntas nos pondrán en el momento actual con el dilema de qué conservar y qué figuras de protección son de aplicación para preservar lo vernáculo y lo tradicional.
Un primer acercamiento debe pasar por definir lo vernáculo como aquella serie de actividades humanas que se hunden en la noche de los tiempos y, digo bien, pues clava sus raíces en la etapa anterior a la conquista europea de la isla, antes de 1405, hasta cuya fecha los aborígenes deambulaban por Fuerteventura con sus ganados en una suerte de seminomadeo que los llevaba a perseguir las aguas que la lluvia iba repartiendo de forma desigual por nuestra geografía, por eso encontramos la gran cantidad de poblados que no tuvieron otro carácter que el de servir de aentamientos estacionales en función de la distribución pluvial. También en esto me decía Paco Navarro que por aquí habría una o varias familias extensas que se repartían de aquella forma los pastos de la isla.
La llegada de los colonos que sucedió a la etapa de conquista puso un primer acotamiento a aquella forma de explotación extensiva practicada por los aborígenes, que chocó frontalmente con la agricultura y la ganadería practicada por quienes iban llegando. El ayuntamiento insular o antiguo cabildo nos dejó en sus actas el reflejo del ordenamiento que desde su institución se llevó a cabo en toda la etapa moderna hasta finales del siglo XVIII, que consistió básicamente en la aprobación de rayas de vega que los distintos moradores le iban proponiendo en los distintos pueblos que iban surgiendo, además de otros elementos de control para el suministro de carnes y para la exacción de impuestos sobre los derivados de la ganadería.
Desde mediados del siglo XVI el propio señor de la isla aprobaba y refrendaba el sentido comunal de aprovechamiento de pastos y aguas de sobretierra en las zonas periféricas a las vegas, o sea, en las zonas comunales de pasto o términos de ganado que orillaron todo el espacio colonizado por los europeos y que tamizado por los repartos promovidos desde los ayuntamientos contemporáneos surgidos a principios del XIX llegaría hasta nuestros días.
Lo tradicional en el aspecto que nos ocupa pasó por el consenso que de forma tácita se produjo entre lo aborigen y lo implantado por quienes llegaron a una de las Afortunadas. La tierra recién conquistada debía dar cobijo a los colonos que llegaban desde distintos puntos de la península ibérica y de la Normandía francesa junto a los que sobrevivieron al genocidio y se bautizaron convertidos a la nueva religión y sociedad. Ni los titulares del Señorío ni el propio çCabildo trataron de interferir y exterminar una explotación ganadera que los segundos siguieron practicando de forma extensiva en la dehesa comunal a que antes nos referíamos; muy al contrario, cuando precisaron mano de obra recurrieron en los primeros tiempos a las razzias que practicaron en la vecina costa africana.
La tradición ha hecho que aquel esquema se traspasara de generación en generación y hasta nosotros llegaron las paredes que separaban lo cultivado y colonizado de la dehesa común, las rayas de vega, las marcas de los repartos municipales en el siglo XIX. En aquellos espacios amplios y relajados desde un punto de vista paisajístico nos sorprenden las gambuesas, los corrales, los toriles, los socos de atalaya, las casas de costa o de criadores y los corrales concejiles. El propio llano de la cancela en que pretende instalarse la granja que nos ocupa, toma prestado el topónimo de uno de los accesos a la zona comunal.
Todas aquellas estructuras como soporte físico de una actividad ancestral tienen su máximo exponente en las apañadas o garañonadas que periódicamente se realizaron en los siglos de la Etapa Moderna, a las que el antiguo cabildo enviaba sus veedores o supervisores en las comarcas de Guize y Ayoze, según fuera la zona en la que tocaba su celebración. Convocados por los comisionados de costa allá acudían todos los particulares e instituciones como la iglesia que habían echado su marca para apañar el producto de sus reses y marcar las crías que volvían a soltarse en aquel término.
Y es la tradición como enlace con nuestros ancestros lo que ha traído hasta nosostros esta riqueza que bien merece formar parte de nuestro patrimonio etnográfico en alguna de las figuras que contempla la ley 4/1999, de Patrimonio Histórico de Canarias. La práctica de la ganadería extensiva en Fuerteventura que, en claro retroceso, aún se sigue practicando en algunas zonas de nuestra isla, vestigios de la dehesa comunal primigenia que se parceló, distribuyó y, en parte, privatizó con la llegada de los ayuntamientos contemporáneos que empezaron a funcionar después de 1812; las apañadas son el episodio casi festivo que merece el trato que apuntamos, las estructuras que acompañaron aquella forma de explotación de pastos podían aún señalarse y registrarse como elementos de la figura patrimonial que insinuamos, y añadirse y agregarse, por ejemplo, a la figura de parque rural, natural o de zonas áridas de que actualmente se habla.
El Llano de la Cancela en que se pretende instalar la granja para 20.000 cabras en régimen de explotación intensiva, ya lo decíamos, es un topónimo que hunde sus raíces en lo que venimos apuntando. Las cancelas y portones que podemos rastrear en la toponimia insular constituyen junto a los esquenes, efequenes o gambuesas, casas de costa  corrales concejiles, el reflejo que nos traslada a aquella otra forma de actividad ganadera de carácter ancestral y extensivo que siempre se practicó en nuestra isla con respeto a las zonas colonizadas o entradas en vega por el crecimiento de la población.
Lo tradicional pesa efectivamente, pero ¿dónde ponemos el listón?
La cabra inseparable de la historia isleña a que hacía referencia Francisco Navarro está entrando en declive de forma directamente proporcional al avance, no ya de la agricultura, sino de las nuevas formas de ocupación espacial por el hombre; se la arrincona y aleja de sus zonas habituales de pasto, donde resulta más rentable sumarse al carro de las inversiones internacionales del capital y, en este punto, si no se parcela un reducto donde conservar la tradición en forma de museo de sitio o centro de interpretación etnográfica ¿qué problema hay con que se haga tal o cual instalación del tipo que nos ocupa distinto del acoso a quien la promueve?
La otra vertiente, menos romántica: Decía en la misma prensa de hablamos al principio el Presidente del Cabildo que si establecen limitaciones a la implantación de grandes superficies comerciales para que no acaben con el pequeño y mediano comercio, algo similar debería hacerse con este tipo de explotaciones ganaderas.
Poner puertas al neoliberalismo en un mundo globalizado, donde aquel campa a sus anchas allá donde el beneficio y el rédito es mayor, es como ponerse al lado de los que caen en desacuerdo con el sistema... o dar la imagen de que en esa línea se actúa.