sábado, 17 de diciembre de 2011

La visita de Alfonso XIII a Puerto de Cabras, 1906

Esta fue la primera visita que realizó un monarca español a Fuerteventura, abril de 1906

La de un joven Alfonso XIII, abuelo de S.M. Juan Carlos I, enmarcada en el ambiente de desánimo que se instaló en la intelectualidad y en la decadencia del sistema político de la Restauración, tras el desastre de 1898.
La visita del Jefe del Estado venía a expresar la vocación de reafirmar la soberanía española sobre las islas y a respaldar los intereses en la vecina costa africana. 

Para Puerto de Cabras y para la isla, la ocasión era irrepetible después de 500 años de Historia común para que, por una vez, las autoridades locales pudieran plantear en su propia tierra a las más altas jerarquías del Estado sus inquietudes, sus necesidades. Se pedía ayuda para un depósito de aguas, para acabar el templo, para el acondicionamiento portuario... Se demandaron tantas cosas y tan grande fue el contento general que decidieron poner el nombre del monarca a una de sus calles.
En el recuerdo se fue apagando la crónica de la visita y por eso la rescatamos.


El Puerto de Cabras que vio Alfonso XIII...
Veamos el ambiente y la descripción del Puerto de Cabras de la época en palabras del poeta lanzaroteño Isaac Viera, de visita en la isla dos años antes del paso de Su Majestad Alfonso XIII:

“La ascensión al pueblo, que se compone de veinte calles y una bonita plaza... exige encaramarse por cualquiera de las callejas que desde la principal trepan a derecha e izquierda de la población...” y prosigue “el muelle de Puerto de Cabras pertenece al municipio, es un rinconcito abrigado donde se recuestan a la baja marea las barcas... mientras algún pailebot duerme fuera del espigón...” Y termina diciendo “tiene dos fondas... cuenta con un hospitalito debido a los generosos esfuerzos de la Cruz Roja... En el casino “El Porvenir” se halla instalado un lindo teatrito... donde tiene también sus dependencias la Banda de Música”.

El ambiente institucional en tiempos de la visita

Entonces residía en Puerto de Cabras el Gobierno Militar de la Isla, la Subdelegación de Marina, la oficina postal,  la subdelegación de Hacienda, la Notaría, varias agencias consulares, la Subcomisión de Cruz Roja y compartía su actual territorio con las jurisdicciones de los municipios de Casillas del Angel y Tetir, cuyos alcaldes asistieron al acto que nos ocupa. Las carreteras que unían estos pueblos estaban en obras y se abrían paso en Ampuyenta, con destino al Sur de la Isla y en La Matilla, hacia el Norte.

En el Puerto se perfilaba la capitalidad: Además de los organismos citados hacía poco tiempo que recibieron con jolgorio las fuerzas de la Compañía del Batallón de Reserva nº 6 que vino a guarnecer la plaza y que, precisamente en 1906 pasaba a denominarse Batallón de Cazadores Fuerteventura nº 22; y poco antes también la Guardia Civil había llegado al lugar. A fines de enero del año de la visita regia obtuvieron del Obispado la parroquia de Nuestra Señora del Rosario.
En el Casino “El Porvenir”, única sociedad civil que entonces existía, se comentaba la visita y se barajaban las peticiones que formularían a las autoridades de Madrid, pues muchos de los socios ocupaban los cargos administrativos del municipio. Se clamaba por la creación del Juzgado de Primera Instancia que les convertiría en cabeza de partido judicial, pues en esto seguían dependiendo de Lanzarote; así apareció en varias ocasiones en las páginas del semanario “La Aurora”, único periódico local de la época. Se lloraba por el telégrafo, por los itinerarios de los vapores correos y tantos otros clamores.
Con la visita de Alfonso XIII Fuerteventura se asomó a la Historia de España para algo más que para servir de lugar de destierro, que también tuvo algún  revolucionario de la Gloriosa de 1868 y "conspiradores" contra la metrópoli en los restos coloniales de ultramar.

El Rey en Puerto de Cabras

A las 6,30 horas de la mañana del 5 de abril de 1906 fondeaba el “crucero” Alfonso XII en la bahía de Cabras, donde ya estaba el Extremadura y otros barcos de menor porte desde la noche anterior.
 Aunque el semanario La Aurora recogió en su número de 12 abril la noticia del evento, nosotros no nos resistimos a reproducir parte del acta que reflejó el Ayuntamiento en el Libro de la Corporación para dar solemnidad y conocimiento a las generaciones posteriores:

"Saltó S.M. al muelle por la marquesina preparada al efecto a las 8 1/2 de la mañana acompañado de los Excmos. Sres. Dn. Alvaro de Figueroa, Conde de Romanones, ministro de la gobernación; Dn. Agustín Luque, ministro de la guerra; Dn. Victor Comas, ministro de Marina; de los generales Marqués de Pacheco y Rascarán, de su séquito real, del Gobernador Civil de la Provincia Dn. Ramón Ledesma Hernández y del Teniente Coronel Jefe de la Guardia Civil de este Archipiélago Dn. Domingo Lomo Garcia.
"En el muelle le esperaba el teniente de Alcalde Dn. José Castañeyra Carballo por indisposición del Alcalde presidente Dn. Juan Domínguez Peña, el gobernador militar de la Isla, Teniente Coronel Dn. Antonio Serra Orts, el presidente de la Cruz Roja, Dn. Ramón Fernández Castañeyra y el médico titular Dn. Domingo Hernández González. Dicho teniente de Alcalde saludó al Monarca en nombre del pueblo, emprendió la marcha en dirección al templo parroquial. En el muelle le hizo honores la banda de música que dirige Dn. Juan Peñate Quevedo e inmenso público que excedió de cuatro mil personas le hizo una ovación delirante.”


"En medio de los vítores de la multitud que constantemente le aclamaba, llegó S.M. a la Parroquia en donde se cantó un solemne Te Deum, siendo el oficiante nuestro venerable párroco Doctor Dn. Teófilo Martínez de Escobar y Luján. Terminado dicho acto religioso el Doctor Martínez de Escobar leyó a S.M. un notable escrito en que le pidió una limosna para terminar el templo. Salió S.M. por la puerta del Sur, dirigiéndose por la calle del Rosario a la del General Linares en donde revistó la Compañía activa de este batallón que mandaba el Capitán Dn. Antonio Bañolas Passano (?), teminada la revista continuó por la calle del Rosario hasta llegar al bonito templete que esta Corporación acordó construir, y que dirigió el primer teniente de este Batallón Dn. Vicente Vilchez Cueto, para desde él presenciar un desfile de camellos que se preparó; de allí se dirigió por la calle Fernández Castañeyra, León y Castillo, Puente y Marina al cuartel de Infantería del Batallón que guarnece esta plaza, y de allí vino el Monarca a esta Casa Ayuntamiento en donde se le obsequió con un refresco.
"El Ayuntamiento entregó al Rey una instancia pidiéndole un depósito de agua y el teniente de Alcalde rogó a S.M. aceptara una camellita que para el objeto se había adquirido, y S.M. manifestó que la aceptaba con mucho gusto.
"El General Marqués de Pacheco entregó 500 ptas. al Sr. Alcalde para los pobres y 250 al Dor. Martínez de Escobar para la fabricación del templo, y 200 de la Infanta Doña María Teresa que por indisposición no pudo saltar a tierra.
"A las 10 se dirigió S.M. al muelle seguido de su séquito e inmenso público, habiéndose embarcado en medio de la más entusiasta manifestación de simpatía.
"Todas las calles por donde S.M. pasó estaban vistosamente engalanadas por profusión de banderas y ramaje y se levantaron seis arcos de triunfo en las calles de León y Castillo, Marina y Plaza del Rosario.
"Todo el vecindario ha rivalizado en entusiasmo a la visita regia, quedando por ello satisfecha la Corporación."

Suscribieron el acta los señores José Castañeyra, alcalde acciental; Secundino Alonso, Juan Castro, Tomás Martín, Pedro Hernández y Manuel Martín. Actuó como fedatario don Enrique L. López, Secretario de la Corporación.

La Aurora era el periódico de Puerto de Cabras en los tiempos de la visita de Alfonso XIII.

viernes, 25 de noviembre de 2011

De Fuerteventura a Uruguay y Argentina. Apuntes sobre una emigración olvidada

La emigración olvidada de majoreros y conejeros hacia las repúblicas del Río de La Plata.
Apuntes sobre las expediciones que los habitantes de Fuerteventura y Lanzarote emprendieron en la primera mitad del siglo XIX; los segundos siguiendo la tradición de quienes, huyendo de las erupciones de los volcanes de Timanfaya (cien años antes, 1730-36), habían participado en la fundación de Montevideo.

A finales de abril de 1836 zarpaba de Canarias el bergantín-goleta “Lucrecia”, alias “Isabel II”, con casi medio millar de conejeros y majoreros, para llegar a principios de julio del mismo año al puerto de Buenos Aires.
Desde los procesos de independencia hasta entonces el gobierno de la antigua provincia del Río de la Plata autorizaba la inmigración de isleños para colonizar la banda oriental, y aunque las autoridades españolas no permitieron salidas hacia las repúblicas insurgentes, el canario logró emigrar de forma clandestina. Cayeron así, con frecuencia, en manos de empresarios desaprensivos que se comprometían a transportarlos en condiciones infrahumanas, a cambio de sus parcos bienes.
Consecuencia de la política migratoria española, como vimos restrictiva hacia las repúblicas independientes, quienes viajaron ocultaron o falsearon su destino en cuantos documentos notariales firmaron para costear sus pasajes; los armadores simplemente despachaban sus barcos hacia Cuba o Puerto Rico cuando, en realidad, tenían contratadas la partidas de colonos con comerciantes del Plata. Banderas y nombres de buques se cambiaron con frecuencia según navegasen en nuestros mares o en los americanos.



Los veleros de entonces coincidían en las aguas próximas al Archipiélago con los buques negreros portugueses que aún llevaban su carga humana desde el Golfo de Guinea hacia Cuba y los estados meridionales de Norteamérica.
Las embarcaciones solían conseguirse en las subastas que se remataban en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, las cuales, presurosamente reparadas, resultaban frágiles y vulnerables a los embates del mar, máxime cuando iban abarrotadas de colonos.
En las pasadas Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote presentamos una de estas expediciones comandada por el conejero Francisco Morales hacia el Río de la Plata en 1833, con el bergantín “Gloria”, a cuyo bordo viajaron cerca de 200 majoreros.
Antonio Morales, hermano de Francisco, que también participó en la de 1833, organizó esta otra expedición de 1836, a cuyo mando estaba el capitán Nicolás Cabrera y que, como veremos, se tornó en auténtico calvario para los isleños que transportó a Montevideo. La tradición familiar en estos negocios se remontaba a los años veinte del siglo XIX, en que se produjeron otras singladuras como la del bergantín “Océano”, en 1827.
La de 1836 siguió la misma pauta que en otras ocasiones, y se organizó adquiriendo el buque en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde se abanderó bajo pabellón español con el nombre “Lucrecia”; mientras, a través de “enganchadores”, se fueron contratando viajeros que pagaban su pasaje ya comprometiendo su trabajo en destino, pagándolo a los 8 ó 15 días de llegados o entregando sus bienes inmuebles a los intermediarios de Morales.
Se captaba fundamentalmente familias agricultoras a las que ofrecían la oportunidad de empezar una nueva vida en una fértil tierra. Ellos desconocían las vicisitudes políticas y bélicas del destino (Guerra contra el Imperio de Brasil por la banda oriental, configuración de la república insurgente...), con cambiantes actitudes frente a la inmigración, y cayeron deslumbrados en unas expectativas que luego se truncarían.
Morales había consignado la partida de colonos al comerciante Juan José Udaondo, quien aterrorizado por la enfermedad mental de aquel, hizo dejación de su compromiso de atender y dar auxilios de primera necesidad y manutención a los canarios, asumiendo tales funciones el Estado.
De las cuestiones de contrata y organización de la expedición daremos cuenta en las próximas Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura de 2001. Por ahora, conviene que nos acerquemos, de la mano de autores como Miguel Angel de Marco, a la situación en que llegaron los canarios a Argentina y Uruguay y cómo se adaptaron a la nueva situación.
Llegados a Buenos Aires, a principios de julio de 1836, fueron visitados por el doctor Justo García Valdéz, presidente del Tribunal de Medicina argentino, quien en un largo informe dice:
 “ Dos clases hay que considerar en estos colonos: los enfermos y los sanos. Los enfermos ascienden a noventa, poco más o menos. Entre éstos hay como unos cincuenta que merecen particular atención: cinco están atacados de tifus peligroso y el resto sufriendo diarreas, disenterías, hinchazón de piernas y grandes contusiones en las nalgas...” y prosigue en su informe: “Los que se llaman sanos están muy débiles, de mal color y expuestos a ser particípes de fiebre y demás dolencias que han sido endémicas durante la larga navegación, y todos los padecimientos que necesariamente ha debido producir el hambre y la imprudente acumulación de 423 individuos (se refiere al centro en que se metían las últimas expediciones) en un recinto solamente capaz de contener 200 personas”.
En estos primeros momentos estuvieron recluidos en “El Noviciado”, un convento que hacía de centro de retención y aislamiento, custodiados por una veintena de policías. Allí se les suministró alimento y camas; a las mujeres sanas sin hijos, se les obligó a cuidar de los vástagos cuyos padres enfermaron, y el 14 de julio se designó a algunos colonos para que atendiesen a sus compañeros; llegaban las medicinas y la situación parecía encauzarse.
Algunas personalidades del país empezaron a donar efectos y dinero para el socorro de las familias canarias, formándose así una corriente de simpatía hacia los isleños de La Recoleta.
Pero el 28 de julio, de nuevo la enfermedad; esta vez cayeron el pilotín del bergantín “Lucrecia”, dos practicantes y dos soldados, además de los sacerdotes recoletos que en el recinto les daban auxilio espiritual. Entonces recomendó el Tribunal de Medicina, alejar del monasterio a los canarios sanos, distribuyéndolos en varias secciones para que trabajasen alejados de la infección del lugar, conduciendo a los demás enfermos a los hospitales.
Sin embargo, las dificultades para conseguirles trabajo hicieron que el gobernador Rosas tomase la determinación el 20 de agosto, de enviar a todos los isleños sanos a la isla Martín García, situada frente a la desembocadura del río Uruguay, donde había guarnición militar y presidio; embarcaron el día 23 y, tras superar una epidemia de viruela algunas familias se acomodaron en el país, mientras los solteros pasaron a formar parte de los ejércitos enfrascados en una guerra que enfrentaba a federales y unitarios; muchos otros cruzaron el estuario del Plata para acomodarse en Montevideo (allí podemos seguir a los que ingresaron como enfermos pobres en el Hospital de la Caridad).
Mientras el gobernador Rosas condecoraba a quienes hicieron posible la rehabilitación de los inmigrantes de La Recoleta y de la isla Martín García, imponiéndoles una medalla en la que se leía “salvó a sus semejantes con riesgo de su vida/ 1836- Canarios a punto de perecer”, Antonio Morales le escribía manifestando que el traslado de los inmigrantes lo dejaría en la ruina y proponía ubicar todas las familias en la chacra Fidel Casati, al noroeste de Buenos Aires; el archivo de su demanda alejó a los Morales del tráfico de colonos, lo que no supuso, en absoluto, el cese de esta corriente migratoria.
Juan María Pérez, empresario criollo y Ministro en la República Oriental del Uruguay tomaba el relevo constituyendo lo que Nelson Martínez Díaz denominaba  “Sociedad para el transporte de Colonos”, cuyas relaciones con Canarias encontraba representantes en la familia Arata, de Lanzarote y Vensano, de Santa Cruz de Tenerife; uniendo nuestro Archipiélago con Cádiz y América navegaba el bergantín “Indio Oriental”, entre otros buques.
Entre 1835 y 1842 llegaron, tan solo a Uruguay, 8.200 canarios; en 1841, 3.776 a Venezuela y en 1842, 1.568 a la misma república.
La emigración canaria estuvo restringida a Puerto Rico, Cuba y Filipinas hasta 1853, por lo que todas las expediciones anteriores con destino a las repúblicas del Plata, fueron clandestinas, aunque consentidas por autoridades españolas que hicieron la vista gorda ante el flujo de emigrantes y las denuncias del trato inhumano a que eran sometidos durante los viajes.

Nuestros emigrantes cruzaron el Atlántico con destino a esta parte de América desde muy antiguo; ya estuvieron presentes en fechas próximas a las expediciones fundacionales de Montevideo a principios del siglo XVIII, aunque, de forma masiva, acompañados de mujeres e hijos y pertrechados con sus aperos de labranza, lo hicieron en la primera mitad del siglo XIX, en cuyo flujo se mantuvo creciente desde entonces.
Quizás las más arriesgadas expediciones salieron hacia el Río de la Plata en la década de 1820, en momentos cercanos a la guerra de independencias de aquellas colonias, circunstancia que motivó el que muchos capitanes dejaran a sus colonos en Río de Janeiro. En tales casos el cobro del importe de los pasajes se hacía casi imposible pues los contratadores estaban en zona de litigio y muchos de los canarios que llegaban al estuario del Plata, al ser alistados en uno y otro ejército, no volvían a las estancias y vaquerías que les habían buscado los organizadores del viaje para el reintegro del importe de los billetes.
Así vemos como los transportistas de colonos encargaban a los de posteriores expediciones el cobro de deudas pendientes, caso de Policarpo Medinilla en la goleta “General La Buria”, que al dejar su pasaje en Río de Janeiro, no pudo cobrar.
Más tarde, en 1834, el gobierno de la República Oriental del Uruguay dictó normas que preveían la asignación de recursos económicos para estimular la inmigración; Jorge Tornsquist y Samuel Fisher Lafone presentaron proyectos para llevar población vasca, navarra y canaria. Juan María Pérez, después, hizo lo propio y a él y a sus delegados en los puertos uruguayos se consignaron gran parte de las expediciones de las décadas de 1830 y 1840, pues, no en vano, había presentado a aquel gobierno un proyecto de colonización a gran escala a través de la compañía antes citada, que mantenía conexiones con autoridades e instituciones isleñas y contactos locales para la recluta de colonos.

Algunas expediciones, sin embargo, no alcanzaron su destino, pues los capitanes, al conocer la guerra en las provincias del Plata, optaron, como vimos, por desembarcarlos en Río de Janeiro (Brasil); fue el caso de Policarpo Medinilla y Agustín González Brito. Otros colonos, con peor suerte, encallaron en Cabo Verde, caso de los bergantines de Juan Bachicha y Mariano Estinga, de 1826 y 1836, respectivamente. Este último desembarcó el pasaje en la Isla de La Sal (Cabo Verde) y allí estuvieron cuatro meses para reanudar el viaje. Más tarde fue la polacra “Leonor”, del armador Juan Bautista Vensano, la que se abrió cerca de aquel archipiélago, pereciendo la mayor parte de los pasajeros.

El riesgo de despoblamiento de las islas de Lanzarote y Fuerteventura estuvo presente en denuncias como la elevada al Congreso Nacional por el Administrador de Rentas Nacionales de Lanzarote, en marzo de 1838. En el diario “El Atlante”, se criticó abiertamente el papel monopolista que ejercían los representantes de Juan María Pérez, sobrecargando el bergantín “Indio Oriental” que acudía con regularidad a recoger colonos.
Quienes evitaron la expatriación aprovecharon la ocasión para incrementar un patrimonio que ya se acrecentaba en los remates de los procesos desamortizadores y que configuraron una estructura de propiedad que llegó hasta nuestros días.

Estos son algunos de los majoreros que salieron en varias de las expediciones con destino a Río de la Plata, su procedencia, el barco y el año en que viajaron:

Apellidos y nombre
Procedencia
Barco
Año
ACOSTA, JOAQUIN DE
VEGA RIO PALMAS
URUGUAY
1838
ALVAREZ, ANDRES
¿
LUCRECIA
1836
ALVAREZ, JOSE
?
BELLA JULIA
1838
ANDUEZA, ANTONIO
CASILLAS DEL ANGEL
BELLA JULIA
1838
BARRETO, FRANCISCO
?
JOSEFINA
1825
BARRETO, SALVADOR
?
GENERAL LA BURIA
1820-25 ?
BETANCOURT, AGUSTIN (CLERIGO)
TETIR
?
1815-16
CEDRES, MARIA
TETIR
GLORIA
1833
GARCIA BATISTA, (FAMILIA)
LA OLIVA
URUGUAY
1838
GUILLEN, ANTONIO
TINDAYA
LOS TRES AMIGOS
1836
LEMES, PATRICIO
TRIQUIVIJATE
LA MAGDALENA
1838
LEON, TOMAS DE
PUERTO CABRAS
BELLA JULIA
1838
MACHIN, VICENTE
VILLAVERDE
LOS TRES AMIGOS
1836
MEDINA, RAFAEL
?
OCEANO
1827
MENA, JUAN JOSE
?
OCEANO
1827
MENDEZ, POLICARPO
VILLAVERDE
OCEANO
1827
MOYATO, DOMINGO LORENZO
TESJUATES
GLORIA
1833
OLIVA, PEDRO
?
BELLA JULIA
1838
RAMIREZ, PEDRO
CASILLAS DEL ANGEL
URUGUAY
1838
RAMOS, JOSE
TETIR
URUGUAY
1838
RODRIGUEZ, MARCIAL
?
GENERAL LA BURIA
1820-25 ?
RODRIGUEZ, PEDRO
VILLAVERDE
OCEANO
1827
ROMAN, MARIA, VDA DE FCO BELLO
VILLAVERDE
VELOZ MARIANA
1833
RUIZ PERDOMO, JOSE
BETANCURIA
URUGUAY
1838
RUIZ SANCHEZ, LUIS
VALLE STA INES
LOS TRES AMIGOS
1836
SEGREDO VIERA, BARTOLOME
CASILLAS DEL ANGEL
GLORIA
1833
TORRES, MANUEL
VALLEBRON
LOS TRES AMIGOS
1836
UMPIERREZ, DOMINGO
TEFIA
LOS TRES AMIGOS
1836
ZERPA GONZALEZ, ISIDRO
TETIR
GLORIA
1833
ZERPA, DIEGO JOSE
BETANCURIA
URUGUAY
1838

Orientaciones para el estudio genealógico de estos viajeros.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Juan Camejo Miller y sus apuntes (entre realidad y ficción)




Historiar es muchas veces identificarse con los hechos que estudiamos quienes gustamos de evocar asuntos pasados, con la forma de narrarlos. Hacer la historia es un poco eso, aventurarse en hipótesis, dar rienda suelta a una imaginación que, muchas veces, empatiza con quienes protagonizan el suceso pretérito, haciéndonos pasar del rigor a la cuasi fantasía. Este es el caso.
Yo andaba cargado de papeles, de un sitio para otro, buscando mesa y asiento donde consultar el tema que me traía al archivo… Que no había otro sitio -me dijeron- porque la sala de investigadores estaba ocupada por un cúmulo de cajas de libros recién editados por la institución. Bastante nervioso y agobiado por aquella carga no pude mantener el equilibrio, cayendo al suelo dos legajos de entre los cuales se deslizó un cuadernillo no muy voluminoso.
En mi deambular escuché a dos personas que supuse arqueólogos por el tema que trataban: habían encontrado un pecio en que se adivinaban distintos cañones de lo que podía ser un barcos del siglo XVIII.
En el rinconcito que por allí encontré, continuamente mirado por la funcionaria vigilante, pude sentarme y entre mis rodillas y el suelo compartí las carpetas que me traía: Recaudación ejecutiva del muy ilustre ayuntamiento de La Oliva, 1890-1900. Tal era el título que identificaba a la que se descosió, dejando caer aquel cuadernillo que me apresuré a leer.
Bueno, al menos intenté leerlo, porque, de entrada, me lo impedía una nota cosida que envolvía todo el documento: se trataba de una hoja del periódico La Provincia, de 28 de mayo de 1912 con la siguiente anotación: “Entre los papeles del señor Juan Camejo Miller, recaudador de La Oliva, apareció este recorte de prensa.- Rubricado, El Archivero”.
El artículo señalado se refería a un cierto tesoro:
“…en sueños. Desde hace varios días, varias personas se han dedicado a buscar un tesoro en una playa de esta isla, trabajando sin resultado hasta el presente. El sitio fue señalado por una vecina…”
Y a esta hoja de periódico se unía el puñado de folios escritos por el propio recaudador olivense, donde confesaba que la vecina que apuntó el lugar en que debía excavarse para buscar las monedas era doña Bernarda Hernández, natural de Tetir y residente en Puerto de Cabras… septiembre de 1912.
Fue el dato somero que al archivero de la institución le hubiera gustado ceder a los arqueólogos que con él seguían hablando: Que ellos se  encargarían -les oí decir- de las prospecciones que se hicieron por tierra y por mar; en la cueva del dinero y en el entorno del Bajo de La Burra, muy próximo a lo que la toponimia denomina Caleta del Barco, entre Corralejo y El Cotillo.
[continuará]